Primero debo consignar en esta volandera nota de lector al desgaire que siempre he presumido ser algunos datos informativos tal vez innecesarios pero que estimo de interés para el eventual e hipotético lector que en algún momento se topara con estas improvisadas glosas marginales a la novela Diario del enano, del insigne y egregio maestro de la novela hispanoamericana de entre siglos XX y XXI Eduardo Liendo, (Caracas, 1941).

La edición que tengo en mis manos es la correspondiente al año 2009 y está respaldada por el sello de la editorial Santillana del Grupo Alfaguara y consta de un discreto y modesto tiraje de 2.000 ejemplares. Esta novela de Liendo es la primera que inaugura la Biblioteca Eduardo Liendo que, a juzgar por los títulos anunciados por la colección cuya magistral coordinación estuvo bajos las diestras conducciones del reconocido crítico literario Luis Barrera Linares. Trece años han transcurrido tras la aparición en el mercado editorial venezolano de esta magnífica novela que al decir del poeta Juan Liscano, en su momento, «Diario del enano, es la contrautopía del afán titanesco del poder, de dominio sobre los semejantes, desviación satánica que convierte el destino humano  en infierno». Llama poderosamente mi atención la impresión que consigna en la contraportada de la novela el también cuentista y ensayista Luis Barrera Linares referida al conjunto de la escritura narrativa de Liendo, dice el crítico literario: «Eduardo Liendo ejecuta en casi toda su obra narrativa una muy particular frescura en el tratamiento de la historia, que por lo general desemboca en situaciones paródicas o en la exageración premeditada. -Acota el crítico- Leer sus novelas y sus cuentos conduce inevitablemente a una sensación de placer motivada por la amenidad de las historias, la contundencia de sus planteamientos y la sensación de que estamos inmersos en un ambiente ficticio capaz de provocar auténtica complicidad con el narrador».

En 233 páginas de intensa y vibrante narración y en apenas 33 capítulos de ígneas cabalgaduras ficcionales que se empalman con otras ficciones que a su vez dan paso a nuevas estructuras discursivas también ficticias hasta conformar un relato de largo aliento metaficcional.

Dos paratextos sirven de coartada literaria al novelista para dar inicio a lo que a mí se me antoja denominar el viaje interminable del narrador sobre el poder genéricamente hablando se sobreentiende; a saber: El primero corresponde a la autora de Memorias de Adriano, Margarita Yourcenar y dice taxativamente: «A solas en mi habitación estudiando mis afectos ante un espejo, me sentía emperador».

El segundo paratexto calza la firma de uno de nuestros poetas mayores, el inmortal cumanés insomne par de Giacomo Leopardi, el autor de Las formas del fuego, José Antonio Ramos Sucre que proclama así: «Yo restablecí la paz descabezando a los hombres y vendiendo sus cráneos para amuletos. Mis soldados cortaron después las manos de las mujeres».  (El Mandarín)

La voz actancial del sujeto narratario en el Diario del enano es la voz de José Niebla; que eventemente es la voz del poder, es decir, la voz del maltratado corazón envejecido del poder, la voz demencial del extravío, la voz mítica, gloriosa, patética, luciferina de esa pulsión erótica y tanática que hermana vida y muerte en un singular amonedamiento infinito que cubre la historia universal desde la prehistoria a las postrimerías de la temida posthistoria.

Un singular rasgo que destaca en el discurso narrativo del Diario del enano lo constituye el empleo de la primera persona del singular tal como sucede en la primera poesía del poeta venezolano Rafael Cadenas. El yo es toma de responsabilidad del discurso pero también es adopción de una actitud responsable de la identidad del sujeto que narra ante los eventos reales o ficticios que se suscitan en el torbellino incesante de eso que unos y otros denominan «realidad».  Por ejemplo, el novelista escribe en los primeros aludes expresivos y dice: «Sé que vengo de lejos y de lo profundo…» O «Yo retorno siempre en medio de sus terrores y los calmo». O también: «Me temen más que a la peste y, sin embargo, esperan con ansia y candor mis favores…» «Soy el destinatario de sus oraciones.»

José Niebla es, en el Diario del enano, la más viva encarnación del mal aquí abajo en la tierra; es una substancia metafísica alucinógena, la emboscada y la ambición inextinguible, es «el Único» como le gustaba llamar a Max Stirner. A no dudarlo, es la metáfora del divino poder en todas sus inimaginables formas y manifestaciones. No incurrimos en yerro alguno si afirmamos que el Diario del enano es la novela sobre el poder. No pocas páginas de esta magistral novela me recuerdan pasajes memorables de esa otra atalaya estética de la novela latinoamericana que es Yo el supremo de Augusto Roa bastos.

Memorable es particularmente el capítulo titulado «Tiempos de oruga» en el que un personaje de nombre Julián Camacho parodia de modo singularmente irónico la urticante realidad real de un triste jirón de la realidad sociocultural de la Venezuela contemporánea.

 


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