Para mis acostumbrados artículos, que publico cada semana en algunos medios impresos del país y en la Red, comienzo con la reflexión de un eje temático, cuyos contenidos posibiliten la estructuración de un discurso asequible a los distintos estratos de la sociedad. Digamos, ese elemento “pensable”, que nos da vueltas en la cabeza, y de lo cual se pueda expresar algo.

¿Cuál sigue siendo nuestro procedimiento, casi ritualista, para redactar el texto, en el limitado número de caracteres que nos permiten?

Primero, revisito documentos, analizo casi todo lo que se refiera al tema escogido, y de lo que deseo relatar. Procedo, entonces, a interpelar las ideas expuestas con anterioridad; hago conjeturas y aporto mis propias consideraciones e interpretaciones sobre el particular.

Traigo a colación, de manera sucinta, lo ya descrito; porque un día escribí sobre los hechos viles y abominables que se cometen contra las mujeres, a extremos de liquidarlas físicamente. Y tal aberración continúa dándose a conocer con un eufemismo: femicidio o feminicidio.

En las estadísticas de sucesos criminales, cuando matan a una mujer lo registran con la señalada palabra, para que la opinión pública quede enterada. Y hasta allí. Tamaña desconsideración y exclusión para un ser humano. Absolutamente inaceptable, ni ayer, mucho menos ahora.

Insistí, y aún sostengo, en que hay una trampa léxico-semántica urdida en la construcción del término femicidio, con lo cual se pretende atenuar y ocultar lingüísticamente la verdad.

Nuestro artículo recorrió, en esa ocasión, muchos escenarios. Nos comunicaron algunos pareceres. Bastante gente se solidarizó con lo que allí expusimos; otro tanto se mostró un poco escéptica.

En mi discurso de incorporación a la Academia Venezolana de la Lengua; de la mano del afamado escritor deltano José Balza, Individuo de Número, y cuya contestación me la hizo el presidente de nuestra institución, el doctor Horacio Biord Castillo, con una hermosa pieza oratoria.

En esa oportunidad expresé, en resumen conclusivo, lo siguiente:

“Las mujeres requieren de nosotros una muy merecida nueva mirada sociohistórica. La mujer, lejos de adentrarse socialmente con imitaciones vacías de los comportamientos masculinos, ha constituido su propio estilo y fijado su perspectiva. Ha sabido resignificar su identidad femenina, se ha hecho sujeto del discurso cotidiano para que se aligeren las transformaciones en el imaginario simbólico colectivo. Contribuyamos, junto a ellas, a la absoluta erradicación de la tal falacia histórica e ideológica que pretende dar cuenta de la supuesta inferioridad de la mujer. Desmitifiquemos los tejidos narrativos que persiguen instalar en la mujer una especie de natural sometimiento. La mujer hizo suyos los principales factores conducentes a movilidad social, de superación meritoria, de desenvolvimientos y actuaciones basados en talentos y probidad…”. 

Les confieso que no me he quedado quieto, ni un instante, en lo ateniente a este tópico. Menos aún cuando hemos visto que se incrementan los crímenes contra las mujeres.

Cada vez que puedo, digo sin remilgo que el vocablo femicidio, a mi modo de ver, resulta injusto socialmente, desconsiderado biológicamente y tramposo lingüísticamente.

En este mundo de las letras nos estamos dando a conocer; hemos compartido con lexicólogos, filólogos; intercambiamos sugerencias con personas admiradas por su denso trabajo en la gramaticalidad. A ellas les expuse la “atrevida intención” de mi parte de proponer la omisión del término feminicidio, ante la Real Academia Española, de la cual nuestra Academia Venezolana de la Lengua es correspondiente.

Así lo hice, consciente de que las palabras también configuran objetos de luchas y transformaciones cuyos fines apuntan hacia el reconocimiento de los derechos civiles, políticos, económicos, sociales y culturales de todas las personas. Sin odiosas mezquindades o exclusiones.

Asumamos que, por muy desprevenidos que nos encontremos, al pronunciar una palabra, nos mostramos siempre interesados en hurgar los intersticios de ese vocablo para llegar a conocer cuánta teleología (intención) encierra, aunque sea un imperceptible vocablo en búsqueda de sentido.

Los hechos de repulsión o inclusión vienen incorporados en la propia forma y a partir del mismo instante de construirse el significante, que hará invocación de las cosas. Entonces, la lexicografía registra lo que producen gramaticalmente las realidades sociales.

En el escrito que consignamos ante la RAE sostenemos que es un desacierto lingüístico expresar femicidio para hacer saber que se comete “homicidio” contra la mujer. Esta escogencia terminológica nos luce impropia; por cuanto un homicidio se comete contra un hombre. Así, entonces, aniquilar físicamente a una mujer no puede ser homicidio, sino ginecocidio, del griego: gynégynaikosgineco, que denota con exactitud: mujer. Más el sufijo -cidio, cid, que se forma por apofonía de caedere: matar, cortar.

Abundamos, como justificación de la solicitud, con algo más: fémina es una variante cultista e irónica de mujer, y femenino es el género que comporta todo lo relacionado a la mujer. Así, entonces, admitamos que en el asesinato no muere el género, sino que se acaba físicamente con la mujer (Gineco).

De cualquier forma, no basta buscar otra palabra; no es solo denominar de otra manera esta práctica maliciosa de abominable machismo, sino evitar, a como dé lugar, tales injusticias.

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