En la película de los hermanos Coen, Muerte entre las flores, uno de los mafiosos (Jon Polito) interroga a otro (Albert Finney): ¿Está claro? La respuesta del otro: Claro como el barro. La lucha política en muchos países democráticos se ha enlodado tanto que resulta difícil distinguir las propuestas que cada una de las opciones presenta para solucionar los problemas de la ciudadanía o para mejorar su convivencia.

Parece una moda. Los debates parlamentarios en numerosos países (Estados Unidos, España, Argentina, Perú…) se acercan más a peleas de adolescentes gritones, con insultos incluidos, que a sesudos intercambios de puntos de vista en defensa de las posiciones propias. En la tradición parlamentaria democrática, están justificadas la ironía y el intercambio de datos o ideas, incluso cuando ridiculizan al contrario. Pero no parece justificado que, en España, se llegue incluso a meter dentro de la llamada sesión de control, las actuaciones profesionales de las esposas del presidente del gobierno y del líder de la oposición. Otro escándalo relevante tiene que ver con la defraudación y el delito fiscal del que es acusado la pareja de la presidenta de la comunidad de Madrid y verdadera líder ideológica de buena parte del partido de la oposición. En los debates, se deslizan junto a datos fiables, medias verdades o noticias de prensa o redes sociales que generan confusión y distancia por el uso de la mendacidad a cinco columnas como arma política. (Vallin, 2024).

En la misma medida en que suben de tono las discusiones y debates parlamentarios, a veces generando groseros insultos en la sede de la soberanía popular, cobra más relevancia e importancia para la opinión ciudadana la gestión pública. En efecto, el hartazgo ciudadano que genera la discusión de cualquier medida que realizan los partidos gubernamentales para los de la oposición y, a sensu contrario, la crítica desmedida a cualquier propuesta opositora se va transformando en un deseo considerable de aquellas medidas de políticas públicas con incidencia en la vida ciudadana. En la misma cuantía en que el debate se enfurece y donde el tu más se convierte en el argumento superlativo, crece la distancia del ciudadano, que después tiene su repercusión en la desafección ciudadana en los comicios correspondientes. Hay, por lo común, una confrontación de posiciones apriorísticas, cuando no de meras acusaciones personales, demasiado bronca, agria, teatral y muy poco rigurosa. (Sánchez Morón, 2018).

Ello se manifiesta en la abstención o en la huida hacia posiciones políticas extremistas, hasta ahora minoritarias, pero que en los últimos años no cesan de crecer. Una mirada a Argentina, a las últimas elecciones portuguesas, Italia o Suecia, pondera la necesidad de seguir la idea de Josep Borrell de respaldar a las fuerzas políticas capaces de realizar un análisis lúcido de la situación. (Borrell, 2024).

Por ello son tan importantes los presupuestos del Estado o de cualquier institución de carácter público: ayudan a solucionar problemas de los ciudadanos mediante las políticas sociales de salud, o de pensiones, construyen infraestructuras y garantizan entre otros servicios, la seguridad ciudadana.

Los presupuestos son el instrumento para financiar las políticas públicas. Sin ellos la política gubernamental se repite y no hay nuevos proyectos. En Estados Unidos cuando el Congreso no autoriza alguna propuesta presupuestaria, miles de funcionarios deben abandonar sus puestos de trabajo o una parte importante de la política exterior se queda sin recursos suficientes.

La agresividad política entre los principales partidos llega a impedir las políticas de desarrollo o sociales y por tanto no mejoran y la clase política se insulta. Buena mezcla para la desconfianza ciudadana.

Es cuando los aspectos de la comunicación cobran una dimensión superlativa, en perjuicio de la solución de los problemas que interesan a los individuos en democracia. Lo que importa es la respuesta en los medios y cada vez más en las redes sociales. Cada vez menos en la solución de los problemas. De ahí que los regímenes autoritarios prohíban ciertos medios de comunicación y si es posible dificulten las redes sociales mediante bots o sistemas similares.

La repercusión de los debates parlamentarios de esta naturaleza en la opinión pública es brutalmente negativa. Quien llama casta a la clase política hasta ahora gobernante resulta vencedor de las elecciones, quien azuza a las masas a invadir el Capitolio puede ganar las elecciones norteamericanas, quien ha sido fotografiado hace unos años con un narcotraficante es el político con mayor número de votos en las elecciones españolas…En fin, tiempos duros. Es una moda.

@velazquezfj1


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