Foto AFP

La paz en Venezuela es un anhelo de la población humillada. Hombres, mujeres y niños claman al cielo una sociedad más justa y equilibrada.

Lo que se alcanza entender sobre el elevado grado de violencia que se ha desatado en el país, es que hay unos vencedores y los perdedores se resisten a aceptarlo. Enfrentados con armas y dispositivos de guerra, con su agonizante derrota, ante una avalancha de población que ha demostrado, sin esconder nada, su propósito de liberación de la esclavitud venezolana con el recurso más efectivo, y no es otro, la paz.

Pensadores consideran que cada uno de nosotros tiene un motor y un freno. El motor es la voluntad; el freno es la conciencia. Si nos falla el motor o la voluntad, nos volvemos como muertos en vida. La voluntad se expresa en el incansable esfuerzo de rescatar el país decente y próspero. La conciencia no se muda y se hace visible cuando se lucha por los derechos humanos pisoteados.  Somos pusilánimes, temerosos, tímidos, pero no vencidos.

En eso se basa esta guerra desatada en el país. Se cometen locuras para no permitir al adversario la victoria y al otro sincronizarse en el poder, ambos extremos hacen cada día más difícil la convivencia social.

¿Por qué sucede todo esto? Ninguna persona sensata se equivocará al responder que en Venezuela impera un ego patológico, lo cual no permite tener visión sobre las causas y consecuencias de este embrollo tamaño familiar en el que nos han metido a todos. Este ego venezolano no es nuevo, su origen data de muchos años atrás, podríamos decir desde siempre. Se desató con mayor fuerza con los viajes a Miami en la era del “tá’ barato, dame dos”.

En medio de la miseria actual, intentan vender una Venezuela recuperada y no guarda ninguna sintonía con la verdadera realidad, hay jugosos intereses detrás de ese falso efecto mediante el cual se benefician unos grupos para hacer creer semejante engaño.

La cruda verdad es que todos quieren gobernar, sea como sea y al precio que cueste; lloran a los caídos, pero la lucha sigue, no hay freno, porque el que se detiene pierde.

Entretanto, se cree disponer de todo el arsenal para el control de la población. Los organismos internacionales y países “preocupados”, solo alcanzan a desear que la convivencia política se arregle. Nada más. La razón es muy simple, hay intereses foráneos crematísticos y Venezuela aún le queda petróleo y minería y otros recursos. Algunos reconocen que la solución está en el territorio, pero toma senderos peligrosos.

Efervescente es la palabra que califica el ambiente ahora en todo el país. No se pueden atajar las voluntades que están en la calle luchando por su ideal de país democrático. Hambre con fiebre loca en la basura, abusos, violencia, desigualdades, es lo que va poco a poco creciendo en el carcomido espíritu de cada venezolano, amanece y finaliza en una calle en ruina.

Se rompieron los moldes de acuerdo y respeto, por la soberbia fuerza militar mixta en el país, incluidos los temibles “colectivos” y otras bandas criminales, con el fin de deslastrar a los nacionales y auténticos venezolanos.

La indefensión ha roto los moldes por el despiadado ataque social. La historia de estos últimos tiempos registra acciones lacerantes. Viene a nuestra memoria, aquel joven desnudo frente a una tanqueta al gritar: “no más bombas lacrimógenas”, fue desgraciadamente atacado con perdigones; también aquella mujer valiente que en claro desafío se colocó frente a otra tanqueta con el mismo fin de apaciguar la bestial respuesta militar y consiguió ser atrapada como delincuente. Al tiempo, venezolanos no midieron mermar su salud y se lanzaron al putrefacto rio Guaire para salvarse del ataque de la fuerza castrense. La historia no olvida.

La injusticia va en continua marcha y acaba con la vida de jóvenes y ancianos despiadadamente.

Yo, Susana Morffe, mujer periodista, vulnerada y dolida por el actual sistema social, lloro y sufro en silencio por la diáspora familiar que me quitó la vida y por los que se han ido del país en su legítimo derecho de salvación. Mi corazón está tan desolado como Venezuela. También le clamo a Dios paz y libertad.

Estos y otros episodios cargados de la mayor tristeza y crueldad la estamos viviendo a diario. Nadie sabe a ciencia cierta cuál será el final de la lucha. Muchos vaticinan calladamente una guerra civil, el resto no descartan otras confrontaciones entre países.

Ciertamente, son los tiempos más crueles para Venezuela, ha sobrepasado y está desbocada en las calles la generación de víboras que tiene un solo fin: el exterminio.

Todos mandan y gobiernan, pero ninguno se detiene porque la ceguera colectiva, entre militares, políticos, empresarios y población, ha tomado el poder no para el bien sino para el mal.

En el país todos somos importantes, pero ¿quiénes sobran?


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