El hecho de que el control del gobierno en Venezuela sea un tema inconcluso, no hace sino empeorar la situación económica del país. Pasados casi seis meses de la llegada de la pandemia al país, la lucha por el manejo del Estado no ha hecho sino empeorar la ya compleja situación que viven los venezolanos. Por otro lado, habría que preguntarse qué se ha hecho desde el poder para intentar paliar esta situación.

En la práctica, Maduro y compañía siguen detentando el control del poder en el país, o lo que queda de él. Es necesario observar, sin embargo, que el llamado ajuste al “estilo Maduro” ha entrado en una fase de desdibujamiento. No se trata sólo de que el régimen esté intentando volver a sus principios de planificación centralizada. Lo ha intentado pero no puede,  tal vez no tiene capacidad. Lo cierto es que las bases del Estado venezolano se encuentran tan borrosas, tan intangibles, que el poder coactivo se pierde en la incertidumbre de un escenario cada vez más primitivo y tribal.

Y es que si ha habido un factor característico de la pandemia es que esta ha acelerado el paso creciente del empobrecimiento del venezolano, no solo en términos patrimoniales -lo cual es ya preocupante- sino también en su sustrato institucional. En la práctica, ¿quién detenta el poder realmente en Venezuela? ¿quién pone orden, administra justicia o siquiera hace que medianamente funcionen las principales agencias gubernamentales?

En los últimos meses lo que se ha visto es que la anomia se incrementa, la disolución de normas formales cobra vigor y no está lejos el día en que las montoneras, machete en mano, se apropien de la administración del “orden” dentro de sus pequeños feudos. De hecho, ello ya pasa en no pocas partes del país, pero será impactante cuando este fenómeno desplace por completo a quienes detentan el Poder Ejecutivo (¿quién?) y al resto de los poderes públicos. ¿Lo ven tan lejano? ¿imposible? Francamente, yo no.

Lo delicado de esta situación es que lamentablemente la pandemia se ha querido asimilar a parálisis. Pero un país pobre simplemente no puede subsistir en la parálisis. No hay ahorros, no hay previsión, no hay fuelle que aguante tal estado de inactividad, de postración productiva. Si a eso se le suman todos los problemas derivados de un sistema de salud en ruinas, la preponderancia de locus externos de control y el desdén o imposibilidad de cumplir con las mínimas normas de bioseguridad para interactuar en esta sociedad pandémica, el resultado no puede ser otro que el caos y la desintegración social.

Este es un escenario apocalíptico y lamentablemente los ciudadanos poco pueden hacer para cambiarlo. Son prisioneros. Prisioneros de un sistema que hoy no los deja siquiera autenticar un poder en notaría o renovar una cédula de identidad o pasaporte, todo en nombre de la cuarentena absoluta, social, inclusiva, comunitaria. Lo cierto es que desde el poder se pudieran impulsar algunas iniciativas para agilizar al menos este tipo de trámites esenciales. ¿Será tan complejo renovar una cédula o pasaporte por vía digital? ¿tan complicado es someter un documento mercantil por vía electrónica para su revisión y posterior firma? ¿qué detiene estas posibles reformas? No queremos pensar que se trata de incentivos perversos, como la extorsión, la coima, el pago paralelo de comisiones para “habilitar” trámites. ¿Verdad?

En todo caso, en su estado de minusvalía, bien pudiera darse al sector privado el rol protagónico que amerita en el medio de esta crisis. El libre mercado, la iniciativa privada, bien pudieran solucionar con mucha mayor eficiencia y rapidez la inmensa mayoría de las trabas y desafíos que hoy enfrentan las políticas públicas venezolanas, incluso en este nivel de subsistencia y emergencia. Una muestra de ello se da en el sector salud. Dénle a la iniciativa privada la posibilidad de realizar a gran escala pruebas, despistajes y procesos masivos de prevención contra las enfermedades que originan la pandemia y tendrán un importante aliado en la causa tendiente a la generación de bienestar para los venezolanos.

La situación venezolana no está para juegos, pero tal es el grado de miopía ideológica, de no querer dar el brazo a torcer, que con tal de seguir con el afán de dominio, de mantener amalgamada la coalición de poder, que se prefiere seguir el derrotero de la amplia -y fallida- intervención estatal en lugar de generar algún esquema de incentivos que fomente la libre iniciativa y, al final, la propia acción ciudadana. Hasta nuevo aviso, seguiremos prisioneros.


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