En enero de 1999, dos semanas antes de juramentarse como presidente de la República, Hugo Chávez Frías viajó a La Habana para reunirse con su venerable maestro y guía político Fidel Castro y el ex presidente de Colombia Misael Pastrana. Ahí coincidió con el autor de Cien años de soledad, Gabriel García Márquez. Ambos quisieron conversar de manera distendida pero no lo pudieron hacer por lo apretado de sus respectivas agendas, motivo por el cual Hugo le pidió que lo acompañara en el vuelo que los conduciría de La Habana a Caracas.

En el trayecto a Venezuela hablaron de la “vida y milagros” del líder de Sabaneta. Un resumen de lo tratado quedó registrado en un delicioso artículo que escribió el colombiano, titulado “El enigma de los dos Chávez”, el cual fue publicado en el diario El Universal, en su edición del 31 de enero de 1999.

Una primera impresión la expresó el laureado periodista y novelista así: “Fue una buena experiencia de reportero en reposo. A medida que me contaba su vida iba yo descubriendo una personalidad que no correspondía para nada con la imagen de déspota que teníamos formada a través de los medios. Era otro Chávez. ¿Cuál de los dos era el real?”.

Después de oír y tomar nota de su “gesta heroica”, a lo largo del vuelo, García Márquez escribió una última reflexión en el contexto de la llegada a Maiquetía y necesaria despedida: “Mientras se alejaba entre sus escoltas de militares condecorados y amigos de la primera hora, me estremeció la inspiración de que había viajado y conversado a gusto con dos hombres opuestos. Uno a quien la suerte empedernida le ofrecía la oportunidad de salvar a su país. Y el otro, un ilusionista, que podía pasar a la historia como un déspota más”.

No deja de llamar la atención que un observador perspicaz como García Márquez haya reiterado ese reflejo de doble personalidad en la humanidad de Chávez.

El tiempo y la vida pública del ex comandante no hicieron más que ratificar tan particular naturaleza que parece salida de la dramaturgia antigua y que Leoncio Martínez, primero, y Pedro León Zapata, después, dos de nuestros grandes caricaturistas, se encargaron de representar, años atrás, con la singular figura del “camaleón político”, esa que cambia y es capaz de asumir posiciones contrapuestas según su conveniencia y necesidades.

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