Muchos sabrán que el próximo martes conoceremos algunos datos duros sobre el destino de Genaro García Luna, quien a menos de que se posponga su audiencia, comparecerá ante la corte federal en Brooklyn para formalizar —o no— su declaración de inocencia. Mientras, conviene seguir ofreciendo razones por las cuales algunos nos alegramos de la detención del superflic de Calderón. Me referiré hoy al caso de Florence Cassez.

Hace unos días, el ex presidente de Francia Nicolas Sarkozy ofreció una entrevista al semanario L’Express a propósito de la detención de García Luna. Algunos lectores recordarán que el entonces director de la AFI fue quien, en 2005, realizó la dizque detención de la dizque banda de dizque secuestradores, incluyendo a Cassez, para después producir el montaje televisivo de todo el numerito. Traduzco y reproduzco algunos pasajes de la entrevista de Sarkozy, en particular sobre su relación con Calderón. Mientras este no proporcione su propia versión, me quedo con la del francés.

Sobre el arresto de García Luna: “No sabía yo ni cuándo ni cómo sucedería, pero desde hace tiempo pensaba yo que algún día sucedería”.

Sobre la inocencia de Cassez: “Rápidamente constatamos muchas incoherencias, comenzando por el extravagante montaje de su arresto… No se necesita ser Sherlock Holmes ni el comisario Maigret para darse cuenta de la farsa del montaje. Para mí era inaceptable que algo así sucediera en una democracia como la de México, país al que admiro”.

Sobre su visita a México: “En una comida privada con el jefe del Estado y nuestras esposas en la Hacienda de Placatecpan, a dos horas de la ciudad de México, todo al principio iba muy bien. Ellos (nuestros anfitriones) se muestran simpáticos y muy accesibles… hasta que en algún momento le digo al presidente Calderón que en el caso Cassez no puedo ceder. Fui muy claro al respecto. Le dije que entendía muy bien que el tema de secuestros en México era un tema muy sensible, pero que Florence Cassez debía ser trasladada a Francia en virtud de los tratados internacionales. A partir de ese momento todo cambió. Mi interlocutor se mostró rígido y molesto. La conversación subió de tono y hubo un enfrentamiento. Fue brutal. El gritó ‘¡jamás!’. Según él, ‘jamás habrá un traslado’ porque el clima político lo hacía imposible. Había un completo bloqueo”.

Sobre su discurso ante el Senado mexicano: “En tono amistoso pero sin ambages, dije que en una democracia hay cosas que simplemente no son posibles. Casi la totalidad de la prensa mexicana se me fue encima presentándome como el defensor de criminales. Esto tomó proporciones terribles”.

Quien ríe de último ríe mejor. Ahora resulta que la mano derecha del presidente defensor del Estado de Derecho en México, de aplicar todo el rigor de la ley a los secuestradores, de despreciar las delicadeces diplomáticas para complacer a la señora Wallace, era narco, según el gobierno de Estados Unidos.

Quienes nos involucramos  en el caso Cassez desde años antes de que se resolviera, mediante la valiente decisión de la Suprema Corte, sabemos que sin la presión del gobierno francés no hubiera salido nunca de la cárcel. También sabemos hoy que la defensa que hizo Calderón de García Luna y sus triquiñuelas fue una defensa de un criminal, en el mejor de los casos asesino y corrupto, en el peor, socio del Chapo. Porto mi Légion d’Honneur (rango de comandante, a título de académico mexicano, firmada años antes por Jacques Chirac) con más orgullo que nunca. Otra vez: Vive la République.

 


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