Abordaremos un tema que si bien es técnico, no deja de ser importante para la comprensión de la economía del día a día. Después de todo, como bien decía Henry Hazlitt, una de las mayores virtudes para entender la economía estriba precisamente en prever que las consecuencias de las acciones que tomamos no son solamente aquellas que se pueden ver, sino precisamente aquellas que no podemos prever. La premisa es muy cierta: las decisiones económicas impactan en formas que difícilmente pueden ser previstas por nuestro conocimiento singular como individuos.

En todo caso, volvamos a lo esencial. En este escrito trataremos uno de los temas que en la práctica se ha transformado en un enorme dolor de cabeza para quien hace negocios en Venezuela. La constitución de garantías para salvaguardar el cumplimiento de obligaciones. Tradicionalmente, se sabe que el uso de instrumentos tales como hipotecas, prendas, fianzas se han empleado como recursos para asegurar el cumplimiento de los deudores frente a los acreedores.

Ello es lógico, como quiera que no siempre el deudor podrá honrar sus compromisos. Sin embargo, no pocas veces las garantías deben estar sometidas a una serie de formalidades que la ley exige. El caso de la hipoteca es bastante emblemático. Si la misma no está inscrita en registro carece de validez. Y he aquí el meollo del tema a tratar: la complejidad de darle vida a una simple garantía dentro del entorno regulatorio venezolano.

Registrar una hipoteca tiene un costo, que en las condiciones actuales, no es precisamente el más económico. Un segundo punto a tomar en consideración es el de la ejecución de la garantía. Como regla general, las hipotecas, las prendas y las fianzas deben ejecutarse por vía judicial, y bien sabemos que los tribunales venezolanos no se caracterizan por su celeridad, y si bien la justicia en el papel es gratuita, en la práctica, lamentablemente, se ha transformado en una puja en la que el dinero se convierte en una variable fundamental para que los procesos avancen y sean decididos al mejor postor, cual subasta (no benéfica).

Se tiene entonces un escenario en el que se entremezclan la corrupción judicial, la hiperregulación, los procesos administrativos de registro y su distorsión en cuanto a tasas y pagos. La pregunta que uno pudiera hacerse en consecuencia es la siguiente: ¿Quién va a querer hacer negocios en dichas circunstancias?

Por supuesto, siempre habrá algún valiente poco averso al riesgo, o alguno que “guapo y apoyado” por las mieles del poder no le importe contribuir a un sistema que a todas luces levantas banderas rojas sobre la inviabilidad de hacer negocios en Venezuela. De hecho, no es casual que aquellas limitadas operaciones de capital privado con cierta envergadura que se dan en el país requieran usualmente una garantía en el extranjero para poder operar, ante la imposibilidad fáctica de constituir (y ejecutar) garantías en Venezuela lo suficientemente robustas para salvaguardar la funcionalidad de los negocios acordados.

Ello conduce a diversas reflexiones. La primera, al menos la más realista en el corto plazo, es que difícilmente Venezuela se abrirá a un mayor crecimiento económico si no se abre al extranjero. No hay manera. Lo segundo, es que la noción de apertura debe mantenerse e incluso acentuarse con el restablecimiento de la democracia y el Estado de Derecho en Venezuela. La realidad es que incluso en una Venezuela democrática, el daño estructural ha sido tal y nuestras instituciones se han visto a tal nivel destruidas, que la credibilidad tardará tiempo en llegar -si es que no se ve amenazada en el interín- por lo que necesariamente nuestra economía dependerá del tutelaje de mecanismos internacionales que garanticen su viabilidad. Algunos lo verán como una humillación, otros como una ofensa, pero lo cierto es que luego de enfrentar una crisis humanitaria compleja lo mínimo que debiéramos tener es un poco de sentido de humildad de dónde nos hallamos y cuál es nuestra situación real.

El episodio de las garantías puede resultar como una pequeña anécdota en todo este océano de complejidades. Pero refleja nuestras miserias en su expresión más descarnada.


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