El ejercicio al sufragio no sólo es propio de una democracia que en régimen autoritario como el de Venezuela es riesgoso –intimidatorio– incluyendo a las organizaciones partidistas, a cuya militancia se le imponen decisiones y candidaturas, a cargos de elección popular que obliga a revisar la legislación electoral, para sustituir las autocracias partidistas, democratizando sus procesos electorales internos. De allí que la comparecencia ciudadana en la elección primaria del domingo 22 de octubre no solo fue admirable, por el civismo observado muy por encima a las dificultades, llamémoslas normales, colas, falta de material, lluvias, sol, y de las cantidades de presiones para implosionar el proceso de cuyo fracaso no tiene sentido analizar, en todo caso les corresponde a los interesados en ello exigir cuentas, si partimos de las declaraciones de algunos que se atrevieron a cuestionar el proceso a pocas horas de su realización, quedando muy mal parados sus autores.

¿Ahora qué? Es una interrogante a responder por el régimen, consciente de su debilidad electoral y de un acuerdo suscrito con reconocimiento internacional que debe sopesar el mensaje nacional y las organizaciones políticas, quien es otra, de la gran derrotada. Se venció el miedo con una asistencia espontánea, prevaleciendo la constitucional “Objeción de conciencia” y ello se desprende, muy puntualmente, de la candidatura, que usurpando los símbolos de Acción Democrática se engañaría a sí mismo, publicitándose montajes de actos, como en los mejores tiempos de Carlos Andrés Pérez y Hugo Chávez, para terminar como muchacho malcriado desconociendo el resultado y enmendándole la plana quien lo impusiera a conciencia, que no tiene nada en la bola. Este hecho amerita en definitiva que el Consejo Nacional Electoral disponga la prohibición de utilizarse el nombre y demás identificaciones de Acción Democrática.

El poeta colombiano José María Vargas Vila sentenció una vez que «cuando la vida es un martirio, el suicidio es un deber», pero este suicidio impróspero, no es sólo de cómplices colectivos, sino de cobardes, que les acompañará toda su vida y a sus hombros, la justicia divina y humana, por los daños infligidos.

En tan fúnebre acontecimiento, María Corina Machado ha resultado la sepulturera de la cuarta república, porque la quinta fue un resabio de aquella, del «G4» y el «Departamento de Estado» que utilizó a los primeros, porque sabían de sus tropelías. Faltan otros socios o sucios del régimen, convictos y confesos, siendo la hora de reinventar a Acción Democrática, la que fundara Rómulo Betancourt y no de los que trafican con su legado.

En cuanto a los demás partidos políticos, no somos nosotros los llamados a dar consejos. Buena parte de electores les han ratificado su desconfianza, coincidiendo las encuestadoras, en la falta de credibilidad de cierta dirigencia por corrompida y negociadora, con otro tipo de dirigente. Tan lapidaria verdad hoy azota a más de un bolsillo, por temor a que el régimen se restee con denunciar y arrestar a los beneficiarios de aquellas triquiñuelas, conocidos precisamente por el temible Departamento de Estado, que los obligan a entenderse y los mismos a disputarse un distanciamiento, como opositores radicales o dialogantes, siempre a espaldas del pueblo que como el 19 de abril de 1810, habló…

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