impeachment juicio político
Donald Trump. Foto: Brendan Smialowski / AFP
  • Conforme a los resultados oficiales, Joe Biden fue electo presidente con 81.281.888 votos populares y 306 votos electorales. Donald Trump acumuló 74.223.2551 y 232 votos electorales.
  • Cada estado tiene un número de electores, que se determina sumando su número de senadores (dos) con el número de representantes (que varía según el estado) los cuales suman 538 votos electorales de los cuales 270 son absolutamente necesarios para ser electo presidente.  

En 2016, la misma noche de las elecciones, Hillary Clinton le concedió el triunfo a Trump después de haber ganado con los mismos 306 votos electorales que Biden reúne en 2020.  Trump gana perdiendo el voto popular por más de 3 millones. Hoy 17 de mayo de 2021 Trump aún no ha concedido el triunfo de Biden e insiste en que él ganó las elecciones. ¿Cómo explicarlo? Veamos.

Más de 60 demandas judiciales por fraude incoadas por los abogados de Trump fueron, sin excepción, declaradas sin lugar por jueces federales designados en su mayoría por Trump u otros presidentes republicanos. Elevada la querella a la Corte Suprema de Justicia, dominada por magistrados conservadores 6 a 3, la declaró por unanimidad sin méritos. El propio Fiscal General de Trump, William Barr, hubo de declarar públicamente que una investigación llevada a cabo por el Departamento de Justicia no había encontrado mérito alguno en las acusaciones de fraude.  Los repetidos recuentos en estados dominados por republicanos tampoco arrojaron irregularidades o dudas de la transparencia del voto y fueron certificados sin objeciones por republicanos de esos mismos estados encargados de manejar los cómputos electorales.

En Estados Unidos las boletas de votación, además del voto a presidente, incluyen el de senadores, representantes del Capitolio y de cada estado, así como jueces, sheriffs, concejales, gobernadores, entre otros. Nadie entiende cómo los demócratas en la oposición pudieron armar un fraude para robarles los votos a Trump sin afectar en la misma boleta a senadores y representantes republicanos que fueron electos, ninguno de los cuales han objetado la votación. Nada de esto ha podido convencer a Trump de que perdió las elecciones. La estrategia, la táctica, el artilugio, la maquinación, la confabulación o cualquier cosa que estén haciendo la mayoría de los republicanos que siguen la farsa es un enigma que no solamente intriga a muchos, sino que ha convertido esta situación, de suyo compleja, en algo que trasciende las acostumbradas extravagancias políticas. Sin embargo, a nuestro modo de ver esta conducta republicana por muy trastornada que luzca no carece de cierta lógica.

No es fácil explicarlo, pero vamos a intentarlo con una hipótesis que compartimos con muchos analistas. Donald Trump, según fuentes de su entorno, cree seriamente que le robaron las elecciones porque sufre de una disociación cognitiva. La disociación cognitiva postula que dos elementos del conocimiento pueden ser consonantes o disonantes. Si son consonantes es porque uno sigue al otro. Si son disonantes es porque son opuestos. La disonancia no es una condición mentalmente confortable y quien la sufre se dispone a luchar contra la información que la origina. Líderes republicanos, senadores y representantes no quieren admitirlo públicamente porque de no aparentar una genuina convicción de que Trump ganó las elecciones por aluvión, la subsistencia política de toda la élite republicana corre peligro. De allí las indignas y cobardes posturas que se han visto obligados a adoptar. La necesitan para sobrevivir políticamente, por lo menos durante esta calamitosa y tormentosa transición de Trump hacia el precipicio o a consolidar una espectacular apropiación del Partido Republicano.

La racionalidad de sobrevivir

El psicólogo americano Leon Festinger, autor de la teoría, explica que cuando el ser humano percibe una incoherencia en sus creencias se esfuerza en evitar el conflicto y no dejarse arrastrar por ese vacío en su armonía interior. Conscientes de esta condición de Trump, senadores y representantes republicanos no lo contradicen y evitan sus reacciones vindicativas como la reciente expulsión de la jerarquía republicana de Liz Cheney por atreverse a decir que “el rey está desnudo”. De esta manera encontramos a decenas de senadores y representantes republicanos haciendo grotescas gimnasias verbales para estar en sintonía con Trump.  Festinger asegura que el esquema de esfuerzo-justificación de la teoría indica que mientras mayor sea la disonancia más grande será el esfuerzo para disminuirla lo cual conduce a amplificar las reacciones contra los que le incrementan la disonancia.

Dos egregios ejemplos ilustran esta curiosa situación que vive el partido Republicano. El primero señala las consecuencias de disentir con Trump acerca de su “triunfo” electoral. El segundo la lógica detrás de la actitud de seguirle la corriente de que ganó las elecciones y se la robaron, dejando a un lado cualquier señal de dignidad.

Uno. La congresista Liz Cheney es la única de la élite republicana que ha tenido la audacia de expresar públicamente que Trump perdió las elecciones y sostener lo contrario -advierte- como lo ha hecho oficialmente la plana mayor del partido es una enorme mentira que le hará un daño inconmensurable al país y a la organización a corto plazo. Liz Cheney fue defenestrada de la 3ra jerarquía por los 212 congresistas republicanos de la Cámara de Representantes. Cheney es una prominente conservadora e hija del ex secretario de Defensa y ex vicepresidente de George Bush, Dick Cheney.

El día anterior a esta escandalosa penalidad propinada por sus compañeros del Congreso, se dirigió al país por todos los canales de TV, con una sólida intervención que ha sido calificada de histórica. Prometió que no se quedará sentada en su curul y que hará todo lo posible para Donald Trump no se acerque jamás a la Casa Blanca. Trump contestó que Liz Cheney “era un horrible ser humano”.

Su extraordinario desafío en solitario contra Trump y contra toda la estructura republicana la ha catapultado a lugares siderales de la política de Estados Unidos con un alcance mediático que sólo es comparable con la megafonía de un presidente. Según The New York Times, la expulsión de Cheney se produjo cuando más de 100 republicanos, incluidos algunos prominentes exfuncionarios electos, dijeron que estaban considerando separarse y crear un tercer partido si el GOP no logra cambios importantes para liberarse del dominio absoluto de Trump y de lo que llamaron «fuerzas de conspiración, división y despotismo».

El segundo caso. No ha habido un senador republicano que se haya opuesto en términos más procaces a la candidatura presidencial republicana de Trump en 2016 que Lindsay Graham. Así como no ha habido otro senador más sicofante y servil de Donald Trump que Lindsay Graham después del triunfo electoral de 2016 y después de su derrota en noviembre de 2020.

Las razones son de una simplicidad tal que han hecho de su conducta un modelo a remedar por los senadores y representantes republicanos que votaron para defenestrar a Liz Cheney y diluir entre todos la indignidad de mentir públicamente para sobrevivir políticamente, presumiendo probablemente que esta farsa tendrá corta memoria y corto plazo.

El caso es que con el 70% de la masa republicana a su favor, Trump se convierte automáticamente en el gran elector del partido Republicano. Sin el soporte de Trump es absolutamente imposible que, incluso, el más carismático de lo candidatos republicanos gane unas primarias para alcanzar cualquier posición del universo político. Bien sea la humilde posición de un concejal, un senador, gobernador o a la candidatura presidencial. No obstante, que la división de un partido en Estados Unidos ocurra en base a una ficción no deja de ser un hecho histórico sin precedentes, probablemente en el mundo.  Donald Trump, quién lo hubiese creído, después de una espectacular derrota, y apelando a un mito de su propia imaginación se ha hecho el virtual propietario del Viejo y Gran Partido de Abraham Lincoln.

Con razón los antiguos romanos sostenían que la diosa Fortuna favorece a los audaces… también esos afortunados recibían la conocida admonición, “recuerda que la gloria es pasajera”.

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