En el año 1999, la mayoría de los venezolanos se atrevieron a idealizar con una Venezuela muy distinta a lo que se está viviendo, en el tablero político se desplazaban del poder a los partidos de la cuarta república y emergía con fuerza la esperanzadora revolución bolivariana. No obstante, con el devenir de los años el pueblo no le quedó otra que interpelar de manera contundente un proyecto que solo ilusionó y no concreto la justicia social.

Para el análisis lógico de contexto Venezuela hay que deslizarse por las siguientes variables: la crisis económica, política, social, humanitaria…configuradas con calificaciones cuantitativas muy negativas en la opinión de millones venezolanos, valoraciones nada esperanzadoras para la trascendencia del legado de extinto comandante Hugo Chávez. La gente se cansó de esperar por una quimérica revolución bonita o redentora, que tuvo muchos dólares y puso a idealizar a los invisibles. Pero, la razón anda confusa, la revolución bolivariana llegó a su momento más complejo como gestión, realidad articulada 81% de los venezolanos que apoyan un proceso de transición política.

No obstante el significativo reconocimiento internacional de la presidencia de Juan Guaidó, no cambia la realidad de que Maduro controla el país, todas las instituciones públicas del Estado venezolano, las fuerzas armadas, represivos y los recursos económicos. El estado actual del país debe convocar a la oposición a hacer un esfuerzo realista para reconfigurar la vía que conduzca hacia el cambio político. La verdad, de nada ayuda a la oposición sobrestimar el nivel de apoyo mayoritario que ha podido conseguir por los desaciertos del proyecto bolivariano, ni emocionarse de la relevancia que tiene el apoyo internacional que logrado reunir. Es evidente, Venezuela tiene dos gobiernos, uno liderado por Maduro y otro presidido por Juan Guaidó, la crisis sigue su curso y la gente continúa en la calle iracunda, sonámbula, agotada, con poca fe y esperanza hacia la clase política que habla mucho sin resultados.

En este momento histórico, Nicolás Maduro eligió jugársela, transita sin freno y sin paracaídas en un escenario indeseado por su naturaleza, acciones: perder- perder. Nicolas actúa más por intereses económicos que políticos, renunció a entender la etimología de la palabra crisis y sus peligrosas consecuencias, sus actuaciones apuntan hacia la antilógica y transformándose en el arquetipo del antilíder- autoritario, lo más grave aún es que liquidó los “ideales de la espada de Bolívar” y “neosocialismo liberador” que intentó imponer con narrativas el presidente Chávez.

Vivimos tiempos muy difíciles por la dinámica situacional política, pero dentro de toda la complejidad se revela que Maduro camina finalmente por el escenario ¿ganar, ganar – perder, perder? Pero, la oposición venezolana debe comprender finalmente que no llegarán milagros desde el exterior y menos del cielo. Lo que se llama la “comunidad internacional” en realidad son países individuales que, especialmente ahora, todos tienen sus propios problemas en los que se están enfocando, caso concreto la pandemia y sus costos económico-sociales; se puede poner en dudas que vayan a asumir grandes riesgos para resolver inmediatamente el conflicto político que transita el país.

Las diversas crisis están haciendo un daño profundo a corto, mediano y largo plazo a los venezolanos. Es hora de activar los esfuerzos unitarios con el fin de detener el deterioro, generar acuerdos prácticos para la recuperación de Venezuela. La arrogancia de Maduro de dialogar o negociar a su manera una salida democrática tiene dificultades de credibilidad, los principales voceros del madurismo son interpelados rudamente con severas sanciones económicas, señalamientos de corrupción, violaciones a los derechos humanos y restricciones de visas por parte del mundo democrático y otros mecanismos de presión. En contradicción con los efectos de las crisis, Maduro está haciendo arriesgadas jugadas para su permanencia en el poder, mientras pasan las horas y los días el escenario de perder-perder es potenciado por su actitud de aferrarse obstinadamente a no salir de Miraflores, correr contra el viento por supuesto trae consecuencias devastadoras para el futuro inmediato de la sobrevivencia del proyecto político chavista madurista y sus principales líderes bolivarianos. Ya el daño está hecho.

La oposición tiene que cuidar su credibilidad en la percepción de la mayoría al aparecer como que finalmente la solución a los problemas del país depende directamente de una intervención humanitaria extrajera. La historia dice todo lo contrario, este país está cansado de parir verdaderos líderes políticos que fueron capaces de encauzar y triunfar en sus luchas por la libertad y democracia de Venezuela.

Este país en manos de la revolución bolivariana apunta a perder-perder. Pero, moviéndose en sus diversas contradicciones muchas veces se revierte situacionalmente el escenario ganar-ganar para Maduro. Hay que entender por las buenas o malas, que la política es dinámica y cambiante, los errores se pagan.  “Nada es permanente a excepción del cambio”. Heráclito de Éfeso.

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