¿Qué está pasando en Venezuela en este momento, en este inicio del año 2024, en el que deberían producirse elecciones presidenciales? Hay claramente una confrontación de dos formas de entender y hacer política: la del oficialismo, harto conocida, ha sido inaugurar el año con su «furia bolivariana»: es decir, con la rabia y amedrentamiento que le son consustanciales. Las fuerzas democráticas, las que concurrieron a la primaria del 22 de octubre -el punto de inflexión de la política opositora-, se preparan para una competencia electoral, que el régimen de Maduro se comprometió a convocar para el segundo semestre del año.

Una política solo conduce a profundizar el caos y a entorpecer la negociación política que pudiera posibilitar la transición a la democracia. También a que se regrese a sanciones, ahora aliviadas, que afectan a las cabezas del régimen, pero también el camino hacia una normalización de la actividad económica y, por tanto, retrasa hasta quién sabe cuándo la mejora de la vida de los ciudadanos. No hay ningún beneficio en el horizonte de esa forma de hacer las cosas, salvo que los que mandan, sigan mandando con la fuerza de las bayonetas, en contra del claro y hondísimo rechazo popular.

La otra política, la de las fuerzas democráticas, ha puesto del conocimiento público y en las calles que pretende hacer para forzar la resolución electoral de la crisis, de la pesadilla venezolana: uno, conquistar voluntades internacionales para la disputa pacífica, negociada y electoral; dos, perseverar en la negociación con el régimen, con el apoyo de un conjunto de gobiernos que fueron garantes de lo firmado en Barbados el pasado 17 de octubre; tres, crear un aparato de integridad electoral que permita garantizar la pulcritud de las elecciones, cuando se produzcan, y estimular la confianza del elector a concurrir a las urnas; y, cuarto, fomentar lo que denominan la Gran Alianza Nacional (GANA), en la que confluyan todos los partidos que buscan el cambio político, más el amplio mundo de organizaciones sociales, sindicales, gremiales, vecinales, culturales, deportivas, religiosas, etc.

Recurrir a las prácticas conocidas de las detenciones arbitrarias de dirigentes políticos y sociales, denunciar “conspiraciones” que no existieron salvo en sus mentes calenturientas -de eso se trata la “furia”-, es una salida desesperada. El régimen de Maduro perdió el foco de la realidad política y acumula una torpeza sobre otra, desde “dejar sin efecto” la primaria del 22 de octubre -como si no ocurrió lo que ocurrió-, convocar un referéndum insólito sobre el Esequibo respondido con la indiferencia general y ahora volver a las andadas de su nefasta y dolorosa política represiva, que los hunde más en el barranco en que se encuentran.

Una amplísima y extendida organización popular en todos los rincones del país, que la líder de la oposición y candidata presidencial María Corina Machado atribuye a la Gran Alianza Nacional, pudiera ser el elemento definitivo para empujar la realización de las elecciones. Es una carrera contra el tiempo, porque el régimen esconde la fecha en la que concurrirá a las urnas, lo que no sucede en ninguno de la otra media docena de países americanos que dirimen la sucesión o continuación presidencial en 2024. El ventajismo es una constante de los líderes “revolucionarios”.

GANA es la ratificación de la vía electoral en Venezuela, porque ese es el sentimiento popular y de las fuerzas comprometidas con el cambio político. Pero han pasado tres meses desde las primarias de octubre y el tiempo apremia. En la solución electoral está la solución a la falta de gobierno, a la incapacidad para resolver los elementales y acuciantes problemas de la vida de los venezolanos. No hay tiempo que perder. Se trata de que los ciudadanos sean dueños de su presente y de su futuro.

“Hasta las propias bases del chavismo -dijo Machado en la conmemoración pública del 23 de Enero y lanzamiento de GANA- están con el cambio político. Nadie nos va a sacar de la ruta electoral”.


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