Pensado el año que termina desde las calamidades que la pandemia multiplicó y agravó es difícil, pero también inevitable, pensar en los futuros posibles. Son muchas las situaciones catastróficas en el mundo que producen desespero y alimentan la desesperanza. Así se vive en Venezuela, en medio de un descalabro en todos los órdenes que no parece tener límites. Precisamente por eso es humanamente tan importante y necesario hacer el balance en el mirar adelante: hacerlo con una cierta combinación de realismo e idealismo, de reconocimiento de lo malo y de las posibilidades que nos deja 2020. En las señales de lo uno y lo otro parece posible no solo precisar lo amenazante e identificar lo prometedor, sino lo que puede limitar lo primero y favorecer lo segundo.

Son visibles en el presente internacional varios pares de tendencias contrastantes que vale la pena repasar en un momento en el que, entre poca y mala información, es preferible no correr el riesgo de menospreciar lo positivo, por poco que parezca. Veámoslo resumidamente en tres trazos de especial interés para Venezuela: geopolítica y solidaridad, soberanía y derechos humanos y, finalmente, impulso autocrático y gobernanza liberal.

Los movimientos en el balance de poderes e intereses internacionales se aceleraron y manifestaron atropelladamente en el último año a través de tensiones y conflictos en medio de competencias por poder e influencia, en ámbitos tradicionales y nuevos. Lo hemos visto en varias versiones entre jugadores más o menos grandes de perfil autocrático, como Rusia y China, Irán y Turquía: desde el sentido oportunista de avances territoriales hasta disputas y manipulación política en asistencia sanitaria, pasando por la incidencia directa e indirecta en conflictos nacionales. Pero también es cierto que pese a las limitaciones materiales y de políticas que impuso la pandemia, las democracias no han perdido ni impedido el impulso a la solidaridad franca con los más afectados. Así lo revela la magnitud y la transparencia de las contribuciones de Europa y, al margen de sus disputas con la Organización Mundial de la Salud, las de Estados Unidos. Son especialmente notables las iniciativas de asistencia de organizaciones internacionales y la labor incansable de respetables organizaciones no gubernamentales que han evaluado y alertado, asumido propuestas e iniciativas para responder integralmente a las recesiones en salud, economía y democracia.

En un mundo de extendido predominio de regímenes autoritarios y nacionalistas-populistas, atrincherados en concepciones de “soberanía a conveniencia”, se ha hecho muy fuerte la resistencia a escrutinios, recomendaciones y, especialmente, exigencias y sanciones en materia de derechos humanos. La pandemia ha sido pretexto para excesos en la imposición de medidas restrictivas. Sin embargo, no han cesado el seguimiento, los informes y las denuncias internacionales y no gubernamentales: desde los bloqueos a la asistencia hasta crímenes de lesa humanidad, así como violaciones derivadas de la corrupción y los abusos de poder. Se mantiene, aunque con insuficientes recursos, la atención a las situaciones de  emergencia humanitaria que se han multiplicado y agravado.

Finalmente, en estos trazos gruesos, el tercero y más general se refiere a los cimientos del orden mundial, que este año han sido muy golpeados por los estragos de la pandemia en lo doméstico y en las prioridades internacionales de los países democráticos. Así ha ocurrido en medio del impulso aislacionista y unilateralista del gobierno de Estados Unidos a la vez que por los problemas internos y desafíos externos de la Unión Europea. Mientras tanto, el juego geopolítico de las autocracias y sus socios más pragmáticos se ha movido a conveniencia dentro y fuera de las reglas de gobernanza mundial que conocemos como orden liberal.  Con todo, tanto la ineludible interdependencia como la creciente atención a los derechos humanos dejan abierta la oportunidad para ajustes globales, especialmente en un momento en que el cambio de gobierno en Estados Unidos y las prioridades europeas pueden dar paso a una agenda trasatlántica que la propia Unión Europea acaba de difundir en una propuesta bastante detallada. En ella figura el caso venezolano, en el entrecruzamiento de las dimensiones humanas, institucionales y materiales de nuestra crisis, como problema que requiere atención concertada e integral.

En cada trazo pueden encontrarse dificultades, muchas, pero también oportunidades para el mundo y para Venezuela. Digamos, como en el capítulo final de un libro muy reciente sobre el orden internacional tras la pandemia (Fareed Zakaria, 2020), que “nada está escrito” y mucho de lo malo que se proyecta desde el presente puede cambiar, entre lo imprevisible y, mucho más importante, lo que se pueda cultivar.

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