Si hay un deporte politizado en este mundo es el fútbol. Su «globalismo» es tan cierto como el balón que usan para disputarlo. Desde los infames intentos del nazismo por promover su causa política con triunfos deportivos, falló dos veces en campeonatos mundiales de fútbol.

En 1938, en medio del ascenso de Hitler -ya no solo en Alemania, sino en amplias zonas de Europa- el equipo teutón ni siquiera pudo superar la primera ronda. Tal humillación torturó al Führer por años,  ya en medio del caos de la II Guerra Mundial, y el campeonato mundial no volvió hasta 1949, muy lejos ya de la desaparición de la pesadilla hitleriana.

Desde el inicio de este torneo y, hay que decirlo, de otros similares de fútbol o de las olimpiadas mismas, deporte y política parecen tener siempre encontronazos de poder y opinión pública. De hecho, fútbol y política suelen mezclarse en muchos casos históricos. Eduardo Galeano, escritor uruguayo, lo dijo claramente: «El fútbol y la patria están siempre atados; y con frecuencia los políticos y los dictadores especulan con esos vínculos de identidad».

Examinemos algunos ejemplos en Latinoamérica, en Revistafal:

Argentina. El expresidente Mauricio Macri en su momento fue presidente -de 1995 a 2007- del Boca Juniors, un club bonaerense muy popular entre las poblaciones pobres de la capital argentina. Tras las elecciones de 2007 para la jefatura de gobierno en Buenos Aires y, más tarde, en las presidenciales de 2015, mucho se escribió sobre cómo su paso por la presidencia del Boca logró que Macri, una de las personas más ricas del país, pudiera acercarse a un amplio espectro del electorado argentino, en un contexto donde un tercio de la población vive por debajo de la línea de pobreza.

Brasil. (…) En un país donde las universidades, las empresas y los partidos políticos continúan dominados por los blancos, el fútbol es una de las pocas áreas donde Brasil está más integrado. Los clubes y la selección nacional están compuestos por jugadores que provienen de diversos estratos de la sociedad. Jugadores como Pelé, Ronaldinho y Romario se han vuelto auténticos ídolos internacionales. Sin embargo, el fútbol saca a relucir las divisiones sociales enraizadas en la historia de Brasil.

Tal vez resulte difícil de creer que el fútbol, un deporte que despierta pasiones en una parte considerable de los brasileños, haya tenido un origen tan excluyente. Cuando el futbol llegó a Brasil hace más de un siglo era considerado una actividad para las élites blancas. Los equipos de esa época estaban segregados racialmente. No fue hasta la década de 1930 que el futbol se volvió accesible para la mayoría de la población y los equipos comenzaron a integrarse lentamente. Aunque las divisiones raciales y sociales son menos evidentes que en el pasado, aún pueden encontrarse casos muy claros. El ejemplo más palpable está en la rivalidad entre dos equipos cariocas: el Flamengo y el Fluminense, conocida como Fla-Flu.

Qatar tiene muchos problemas con los DD HH

Pero ahora enfoquemos el asunto en el anfitrión de la Copa Mundial Qatar 2022, cuyo caso se viene evaluando desde 2012. Desde que se eligió al emirato rico en petróleo hubo objeciones y críticas. El principado está regido por un pequeño grupo de la dinastía Al Thani, una de las tribus más grandes de la península arábiga.

El Emir de Qatar tiene poderes plenipotenciarios, desde la comandancia en jefe de las Fuerzas Armadas y garante de la Constitución, así como las finanzas y políticas públicas. Luego, hay un grupo de emires, en general familias que se encargan de los detalles gubernamentales.

Ahora, ¿cuáles son las críticas que se le hacen al principado como sede del Mundial 2022?

  1. Derechos de la mujer. Como muchos principados y repúblicas islámicas del Medio Oriente, las mujeres en ese país tienen estatus de «ciudadanas de segunda». Sus acciones, códigos de comportamiento y demás directrices en la vida son regidas por la estricta masculinidad del régimen. Las mujeres no tienen puesto alguno en el gobierno, ni en instituciones o empresas. Su código de conducta, vestuario o decisiones reproductivas caen enteramente sobre sus cónyuges, padres o familiares.
  2. Falta de seguridad para los trabajadores inmigrantes. Qatar es un imán para trabajadores foráneos, porque tiene buen dinero para pagar. Pero se descubrió que desde 2010 habían muerto 6.500 trabajadores inmigrantes, la mayoría por accidentes de trabajo que hubieran podido evitarse con condiciones de seguridad mínimas. No ha habido compensación para estas víctimas (o muy pocas) y tampoco investigaciones a fondo. No hay un número oficial de trabajadores muertos en labores de construcción relativos al Mundial, pero en Occidente se estima que han sido más de los que reporta el emirato.
  3. Penalización de actos sexuales no aprobados. El sexo fuera del matrimonio es penado como si fuese una violación. La homosexualidad es castigada con siete años de cárcel y, solo la incitación, puede recibir tres años de prisión. A quien tiene la propensión o el acto se le somete a terapias de reconversión.
  4. Ausencia total de democracia. Qatar funciona como una propiedad privada de sus emires, dueños literalmente del país y capaces de, no solo crear las leyes, sino de saltárselas ellos mismos. Esto, como puede uno imaginarse, puede conducir a muchas arbitrariedades y una falta total de derechos para la ciudadanía y, sobre todo, los inmigrantes.

No obstante

Muchos observadores opinan que es bueno que Qatar haya logrado la sede. Permite que el mundo enfoque la atención en el país, para conocer lo bueno y lo malo. Pone en primer plano sus bondades y sus defectos. Lo hace objeto de escrutinio y de seguimiento.

Por otro lado, muchos observadores dicen que Qatar no es peor (o lo es tanto) como países que recibieron la sede, como Rusia y, más recientemente, China. ¿No son igualmente violadores de derechos humanos? ¿No carecen de democracia? ¿No son «enemigos» ideológicos del occidente liberal?

Al final ocurrirá lo de siempre: quedará el torneo, el ganador, la excitación y todos estos elementos políticos serán materia de discusión para expertos y comentaristas, pero solo tendrán peso político si las masas no acogen estas críticas. Y hasta el momento, parecen no acogerlas.

Artículo publicado en El Político


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