Cuando Henry Kissinger, a los 98 años, advierte que la situación geopolítica mundial sufrirá profundos cambios a consecuencia de la guerra de Ucrania, avala desde su autoridad lo que presumimos todos y lo que los expertos analizan y describen.

Tres ex embajadores españoles, en Estados Unidos, Rusia y China, anticipan que esta guerra traerá un nuevo orden mundial. Pasaremos, a su juicio, de un mundo multipolar a un mundo bipolar imperfecto. Se impondrá el establecimiento de un nuevo orden internacional consensuado que atienda la nueva realidad internacional, caracterizada, entre otras variantes, por un desgaste de Rusia y Estados Unidos, una mayor presencia de China y una reafirmación de Europa como unidad político-económica, reforzada en el futuro por una mayor autonomía estratégica y una mayor capacidad de defensa propia.

La imposición del realismo como principio básico de la política reducirá, a juicio de estos embajadores, el peso de las diferencias ideológicas, al punto de reforzar la creencia de que las reconfiguraciones se hacen sobre la base de intereses y de fuerzas económicas y militares. Se impondrá una política realista que privilegiará los intereses y que implicará pactar nuevas normas de comportamiento y de convivencia entre diferentes culturas. Desde una perspectiva euro-americana, sin embargo, un objetivo clave seguirá siendo la defensa de la democracia frente a la autocracia.

Para Kissinger, después de la guerra de Ucrania “Rusia tendrá que reevaluar su relación con Europa y su actitud general hacia la OTAN”. Respecto de China observa: “Sospecho que cualquier líder chino ahora estaría reflexionando sobre cómo evitar meterse en la situación en la que se metió Putin, y cómo estar en una posición en la que, en cualquier crisis que pudiera surgir, no tendrían un papel importante”

La redefinición de metas y la selección de herramientas para que cada país se adapte a las nuevas condiciones de la geopolítica obliga a pensar cómo situarse en ella partiendo de la realidad actual y la evolución previsible de los grandes actores. Pese a su indiscutible poder real y a su consustancial adhesión a los principios democráticos, Europa y Estados Unidos perciben la necesidad de una profunda reestructuración en la calidad de sus instituciones y el perfeccionamiento de un modelo económico comprometido con el crecimiento, pero fundamentalmente con el bienestar del ciudadano. Rusia y China, por su parte, presentan panoramas diferentes. Pese a sus grandes dimensiones geográficas, su riqueza en petróleo y su potencial agrícola, el peso de Rusia es el de una economía de dimensiones reducidas y con profundas debilidades internas que se manifiestan en problemas de productividad, pobreza, envejecimiento de la población, un sistema de salud deteriorado, además de baja calidad ambiental. China, por su parte, está teniendo que hacer frente a la desaceleración de su crecimiento, un aumento de la deuda, mayor desigualdad social, incremento del desempleo y el subempleo, contaminación ambiental y debilidad en su sector sanitario.

¿Con quién y cómo alinearse? Para América Latina la primera opción está, obviamente, del lado de la democracia. En el ruido del conflicto, países como Argentina y Brasil han evitado el coqueteo con los rusos. Otros, Venezuela entre ellos, han acentuado el acercamiento a fuerzas internacionales como Rusia, China, Irán, Turquía. Entre ellos, China parece haber asumido una postura más cercana al realismo. La incomodidad de sus empresas como accionistas minoritarios en el negocio petrolero ha sido la misma que la de las occidentales. Igual ha sucedido en proyectos de cooperación en otras áreas. La presencia rusa, en cambio, ha reforzado su acercamiento con propósitos políticos. En estos mismos días, un informe presentado por los jefes de inteligencia de Estados Unidos ha calificado los acuerdos de venta de armas y energía y los compromisos de Rusia con Venezuela, Nicaragua y Cuba para ampliar el acceso a los mercados y recursos naturales como “amenazas a la seguridad transnacional”. Alineaciones así, naturalmente, no son las más convenientes. No es Venezuela quien gana en ellas.

Los cambios son inevitables. Nos corresponde como país discutir nuestra inserción en ellos.

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