Desde hace décadas suelo expresar a quienes interactúan conmigo que el mundo debe legalizar todas las drogas: especialmente la cocaína en nuestro continente [América del Norte-Sur], porque su veto, la persecución de narcotraficantes y enfrentamientos letales para erradicarla o mantenerla en el mercado clandestino exige una inmensa inversión tanto en ámbitos policíacos-oficiales como en ilícitos empresariales. La discordia y los enfrentamientos armados en poblaciones donde se cultiva o procesa es una tragedia. La puja detectivesca contra el negocio y consumo del psicotrópico ha también corrompido ámbitos de la política, tribunales y milicia en nuestros países.

La hipócrita moción de combatir la distribución, venta y posesión individual de la cocaína semeja lo sucedido con el alcohol en Estados Unidos durante una década: prohibido el año 1920 y legalizado por el presidente Roosevelt (1933).

Para prohibir el alcohol tuvieron que enmendar la Constitución norteamericana (la «Número 18»). Ello produjo que aumentara, vertiginosamente, la demanda del producto y proliferaron destiladoras o alambiques en cada resquicio del país. Los sótanos de las edificaciones se convirtieron en bares y aparecieron bandas de criminales que disputaban el control del contrabando.

John D. Rockefeller, famoso personaje de la Élite de Millonarios Norteamericanos, reconoció que la prohibición fue un acto fallido del congreso que sólo satisfaría las exigencias de racistas, ascetas y puritanos. El KuKluxKlan [supremacía blanca], los religiosos, feministas y hasta negros que habitaban en áreas rurales adhirieron al veto inútilmente.

Durante los episodios cuando se redacta la ley, cada ciudadano ingería, más o menos, 6 litros de licor por año. Las leyes del mercado son devastadoras: la exorbitante demanda de cualquier producto impulsa los precios y deteriora su calidad.

Una investigación de la Columbia University Press, publicada el año 1922, avaló que, ulterior a la promulgación de lo que ridículamente llamaron «Noble Experimento», creció la legión de adoradores del dios mitológico Baco e ingesta y blindó el protagonismo de las mafias. Medraron los legendarios forajidos [«gangster»] que inspiraron películas taquilleras filmadas por la industria hollywoodense: Al Capone y Bugs Moran. Dueños de casinos y «speakeasies», los proxenetas. Hubo bonanza financiera y descendieron los índices de homicidios. Parece insólito.

No se trata de que yo haga, mediante este artículo de opinión, apología del tráfico y consumo ilícito de estupefacientes. No es mi propósito fomentar la desobediencia o desacato de nuestras leyes. La realidad avasalla, pone cada asunto en su lugar, y ante ella monsergas o discursos jurídicos-moralistas no sirven para minimizarla.

Mientras la cocaína y otras drogas calificadas «duras» sean motivo para fatuos e hipócritas discursos de obsoletos mítines, el crimen político-financiero-militar se mantendrá fortalecido y ejercerá dominio sobre naciones. Los seres menos inhumanos somos proclives a celebraciones y rituales mundanos a cuyos devotos gusta doparse. Mi moción es que cada individuo sea responsable de su destino, elija cómo conducir su vida, precipitar su desgracia o idear una vida ordenada, apacible y próspera.

@jurescritor


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