Una vez ganadas las elecciones presidenciales, la disposición del Gustavo Petro a armar un gabinete con personeros políticos heterodoxos hacía pensar en una especie de apertura ideológica prometedora y tranquilizante. De esa manera, más de uno en Colombia le otorgó el beneficio de la duda. A menos de un año de su ascenso al poder otro gallo canta.

Gustavo Petro no es un conciliador. Por las buenas o por las malas, el presidente aspira a que todas las toldas políticas, las de la coalición y las restantes, abracen con ardor sus proyectos y propuestas sociales y no acepta un “no” por repuesta de parte de quienes le rodean. Tal irreductibilidad en su estilo de gobernar tiene un costo.

La piedra de tranca ha sido la propuesta de nuevo esquema para la salud que ha despertado el interés de todo el espectro político, de las instituciones y de los particulares por lo draconiano de sus postulados y sobre todo por el empeño de erradicar lo existente sin conservar lo que hubiera de positivo en el esquema en vigor. Ante el resquemor, la desconfianza, la incomprensión o el malestar generado dentro de la colectividad, la posición del Palacio de Nariño ha sido frontal e inamovible. El caso es que hasta aquellos que le dieron la buena pro al cambio y prestaron sus nombres y dedicaron esfuerzos especiales a darle soporte a las transformaciones propuestas por Petro, están reculando en su apoyo. El ambiente que se viene generando en los corrillos gubernamentales y parlamentarios no es el mejor para el presidente, quien, recordémoslo, apenas contó con el voto de uno de cada dos de sus compatriotas.

El maratón de reformas que ya existían en el ideario de Petro y que comenzó con una nueva Ley Tributaria, una reforma del trabajo, la reforma pensional, el proyecto de sometimiento de bandas criminales, tiene tan inconformes a los partidos llamados a hacer posible su aprobación en el Congreso, que desde el Palacio de Nariño han tenido que desplegar una estrategia de acercamiento y  convencimiento. Ella fue puesta en manos del propio ministro del Interior, Alfonso Prada, quien ha encontrado ardua la tarea de mantenerlos unidos en torno a las propuestas del oficialismo. Al final, el propio presidente tuvo que tomar cartas en el asunto pidiéndole a los integrantes del Pacto Histórico cerrar filas de manera de evitar la desbandada que podría producirse en las restantes toldas políticas. Y otro tanto ha tenido que hacer con liberales, conservadores y los integrantes del Partido de la U.

Otro tema serio es que también se está generando ruido en contra de los proyectos presidenciales en el seno de las Fuerzas Armadas. Un buen intérprete del malestar que allí se estaría gestando es el general (r) Eduardo Enrique Zapateiro, quien no ha vacilado en criticar muy duramente el plan de Paz Total, que es el caballo de batalla del petrismo. Quien fuera el comandante del Ejército Nacional durante la Presidencia de Iván Duque no vaciló en increparlo directamente en un trino en el que decía: “No es posible cómo su gobierno negocia con delincuentes mientras se acaba la moral de los que día a día defienden el país”. En voz baja este tema de la negociación con varios grupos de alzados en armas, e incluso con los narcos del Clan del Golfo, es motivo de críticas incendiarias y, en opinión de los entendidos, estaría generando desapegos importantes en las filas de los partidos de la coalición. En el momento en que se escribe esta nota, 23 tenientes coroneles han decidido sorpresivamente colgar sus uniformes, lo que viene a sumarse a otras remociones y destituciones ordenadas desde la silla presidencial. En dos platos, inestabilidad entre los uniformados: mal signo.

A lo anterior -que no es poco- se suma el malestar generado en la ciudadanía y en los colaboradores gubernamentales por el escándalo de la investigación por corrupción de Nicolás Petro, el hijo mayor del presidente, y por la torpe manera en que su padre se deslindó asumiendo una paternidad irresponsable: “Yo no lo crié”. Esta es la tapa del frasco, no solo porque esta investigación apenas comienza, sino porque la reacción presidencial como progenitor trabaja muy en desfavor de su imagen.

En síntesis, frente al ablandamiento de sus aliados y de cara a las críticas que se entronizan dentro de los partidos que lo apoyan pareciera que la fortaleza que requiere el presidente para reformar al país también está flaqueando. Ello no lo llevará a abandonar sus reformas, pero cuando menos a reformularlas y suavizarlas.


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