“La repetición es el arma secreta de esta profesión”, me confió en el Carso Bar, allá por el año pum, un petulante y sedicente especialista en mercadeo, cubano de origen, ¡óyeme tú!, vinculado a una empresa jabonera transnacional, cuando me enrolé en calidad de Creative Director en una fábrica de sueños llamada ARS Publicidad. En esa isla de fantasías, ilusiones y quimeras aprendí una regla de oro para no aburrir al auditorio reiterándole las ventajas y beneficios de los bienes y servicios soportes de su información y su entretenimiento: decir siempre lo mismo cambiando el tono y el carácter de los mensajes cada cierto tiempo. En otras palabras, proceder a periódicas renovaciones cosméticas de los reclamos, sin modificar la llamada por algunos “promesa básica” y, por otros, proposición única de ventas o USP –Unique selling proposition–. A tal gaje del oficio debo el empeño en componer variaciones sobre un tema único: la tragedia inherente a la más perniciosa administración de nuestra historia republicana. Temo, en consecuencia, abusar de la tolerancia de los lectores. Ya un feisbuquiano amigo reprochó mi persistente apego a la grave e inamovible situación del país. Está ladillado (sic) de ella y antepondría a la mía otra verdad. ¿Se referiría más bien a una realidad distinta a la soportada con paciencia de Job por una ciudadanía aletargada con sobredosis de populismo? De ser así, lamento no estar dotado de la imaginación del barón Münchhausen e inventarme un viaje a la luna sobre una bala de cañón, o la de Lewis Carroll y escudriñar tras los espejos y descubrir los encantos de Wonderland guiado por un conejo blanco y una oruga azul; ni poseer las habilidades de Mr. Mxyzptlk, formidable bromista proveniente de la quinta dimensión, invención de Jerry Siegel y Joe Shuster, capaz de enloquecer a Superman con sus hechizos y sortilegios. O podría, simplemente, mentir. Lo hizo Chávez sin pudor alguno y ahora su ñapa ensaya superarle con descaro mayor y sin morir en el intento.

Al paracaidista barinés no le costaba mucho caernos a coba. Era en sí mismo un embuste descomunal, un dicaz charlatán de feria, cuya aparición en el escenario político tuvo los efectos de una droga hipnótica, pues lo hizo en el momento justo –el reloj marcaba las horas de la antipolítica– y en el lugar adecuado –una nación al borde de un ataque de nervios, insatisfecha con el bipartidismo y harta del discurso residual de un liderazgo apolillado–. “Queda el mismo país siempre soleado,/ de feraces paisajes, veloz música,/ minas, planicies y petróleo,/ país de amada sangre en nuestras venas,/ que no termina de enterrar a Gómez”, versificó el poeta Eugenio Montejo en Partitura de la cigarra (1999). La nostalgia por el general de La Mulera habla mucho de la fe local en el mito del gendarme necesario. En los comicios de 1968, Marcos Pérez Jiménez resultó elegido senador con holgada votación por el Distrito Federal. Habían transcurrido apenas 10 años de su defenestración y, al parecer, Caracas, marginalizada y ranchificada en razón del éxodo rural, y precozmente cansada del puntofijismo, decidió dar un salto atrás con la esperanza de reencontrar una orgía de concreto armado y la paz sepulcral del Nuevo Ideal Nacional; sin embargo, una ofensiva judicial emprendida por los adecos pudo abortar su proclamación. El comandante “patria, socialismo o muerte” corrió con mejor suerte. Dos palabras, “por ahora”, lo transformaron en la gran esperanza verde oliva por fuera y color rubí por dentro. ¿Deus ex machina o redentor? Ni lo uno ni lo otro. Caldera nos echó un vainón al indultar a un presocrático, malgré lui, con todo el pasado por delante (el símil es de Jorge Luis Borges). Desde hace más de 20 años vivimos de un cuento teñido de rojo, anclados en el ayer, sin presente ni porvenir. La nefasta utopía castrochavista dio paso, según Maduro, a un esplendoroso paraíso donde el derecho a la pereza vindicado por Paul Lafargue devino en holgazanería obligatoria, y está proscrita la mala costumbre de ganarse el pan con el sudor de la frente. Trabajar en el edén bolivariano no tiene sentido cuando, sin estar sujeto a disciplina laboral alguna, se puede subsistir –malvivir– con una limosnita por el amor de Chávez y el subsidio asistencialista y patriocarnetizado. Cabe preguntar cómo planea la oposición acabar con la ominosa dependencia de la población del cada vez más exiguo presupuesto de la nación, y cuál es su apuesta a fin de dignificar al hombre común.

Con la finalidad de solapar la realidad y escudarse en el embuste, buscando evadir responsabilidades, el usurpador y su camarilla se refugian en una irrealidad de comiquitas, un espacio virtual de contornos aparentes y carente de lógica, semejante al extraño mundo Subuso, personaje a quien la existencia le sabía a jugo de alfalfa –The Strange World of M. Mum, fue una viñeta de humor surrealista creada por Irving Phillips y publicada entre 1958 y 1974 en 180 periódicos de 22 países–. En esta crucial temporada de caza de interlocutores (convidados de piedra) para un diálogo sin fin, detracción, infundio y calumnia sustentan un insólito acontecer forjado por propagandistas de mente cuadriculada –la bandera de la imaginación nunca ondeó en el bando carmesí: fue arriada cuando el imperecedero se decantó por el socialismo equivocado– que privilegian, cual Joseph Goebbels, una patraña difícil de refutar en detrimento de una verdad dura de ser creída por evidente. El evangelio oficial y los universos ficticios del modo de dominación imperante en Venezuela se construyen sobre la base del olvido, la negación y el silencio. El cornudo, decidido a poner término a la infidelidad de su cónyuge, vende el sofá donde se consuma el adulterio –sin nido de amor ya no hay amor–. La dictadura silencia al periodista John Carlin y prohíbe la exhibición pública del documental Chavismo: la peste del siglo XXI. Si no se ve ni se escucha, el cuestionamiento no existe, malician Nicolás y su combo. Al teclear la palabra olvido lo hago pensando en Fernando Albán, muerto hace un año (8 de octubre de 2018) y en el mutismo y los oídos sordos del ministerio público respecto a los señalamientos del ex director del Sebin, Cristopher Figuera, de acuerdo con los cuales el concejal de Primero Justicia fue asesinado.

Hay otros recuerdos, vergonzantes y comprometedores, borrados de la memoria de funcionarios de altísimo coturno y acallados en su entorno mediante amenazas, sobornos o chantajes. Hace un año, Nicolás Maduro moría por una foto con Donald Trump. Igualito a su mentor. Este la buscó con Barack Obama en 2009 y, a duras penas, logró su cometido; su discípulo no. Se sabe, sí, de una presunta fotografía, extraviada o destruida, del falsario ocupante de la silla miraflorina, fingiendo defecar, ¿caganer catalán o pensador de Rodin?, en el retrete de una casa vacacional en Cape Cod, Massachusetts, propiedad de Edward Kennedy. La instantánea, me chismearon, la habría tomado Frasso en 2004, durante un agasajo ofrecido por el senador demócrata a los miembros del “Grupo de Boston”. Algo de trono tendría la poceta orgullo de Nueva Inglaterra para suscitar la travesura del metrobusero que sería rey. Hoy, sostiene, prefiere ir al infierno y descarta viajar a Estados Unidos, aun en defensa del interés nacional. ¿Envidiaba el american way of life anatemizado recientemente en declaraciones dirigidas a la audiencia del gallinero? No reparaba el entonces diputado en las vueltas, revueltas y sorpresas de la vida… sorpresas te da la vida, ¡ay Dios!, y una muy grande te espera Nico Navaja a la vuelta de la esquina. En el ínterin, sigue vociferando engañifas. Eso sí, insistentemente. Algo del ordinario chaca-chaca de tu cuña chovinista y tricolor con el “Gloria al bravo pueblo” a guisa de jingle, quedará en el aire y algún bolsiclón caerá por inocente y hasta podría tragarse tus demagógicas promesas. A eso apuntan la publicidad y la propaganda. Pero ni el hada Colgate1 ni el mago Procter te darán su bendición. No eres la versión masculina de Cinderella o de La Bella durmiente; tampoco Pinocho… aunque te crezca la nariz. ¿Feliz? Sí, ¡como una perdiz!

 

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  1. El hada Colgate es mencionada por Fernando del Paso en Palinuro de México.

 


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