Resultó asombrosa y esclarecedora la masiva participación ciudadana en el Foro Hatillano 201 que promovió y moderó Gorka Carnevali para aclarar un poco más la angustiosa pregunta de uno de mis artículos de El Nacional de Caracas: ¿Qué hago yo aquí? Cada participante. que por exigencias de tiempo logró expresar breve pero decididamente su opinión o punto de vista sobre la actual situación política, social, cultural y económica del país, lo hizo  posiblemente con la esperanza de que pudiera yo ofrecer una solución aproximada a la terrible pesadilla que altera nuestros mejores sueños.

Unos reiteraron la necesidad de rehacer el país, pero no saben cómo lograrlo; otros exigen de los gremios una conducta pública encaminada a restablecer la alegría de vivir. Otros más, preguntaban cuál era mi propia conducta porque dirigían directamente hacia mí sus intervenciones. Ninguna de ellas mencionó para nada a la oposición que también hace lo suyo aunque no parezca. Ante la avalancha de sugerencias, opiniones y exigencias sentí, de pronto, que se me consideraba algo así como el milagro, la voz y el brazo justiciero que podía ofrecer una salida honorable y definitiva al malestar bolivariano que azota al país y era como si se olvidara que he reiterado a gritos que no soy político de oficio y mucho menos militar de inútiles condecoraciones. Soy un hombre dado a la cultura: lo único que creo haber hecho por el país es darle tres hijos aptos, mostrar y comentar obras maestras del cine y con honestidad y sin hacerle trampas a nadie enfrentar en el marco de mi propia vida la perversidad de tres oprobiosas dictaduras militares. Pero carezco de empeño o conocimientos para salvar al país de la hecatombe. Puedo y ansío practicar la desobediencia civil, pero me niego a gritar y agitar en una esquina una solitaria pancarta porque daría la imagen de un viejito loco. Pero si todos se me unen juro que me coloco en la primera fila de la manifestación a pesar del bastón y la torpeza de mis noventa años.

Al parecer nadie tiene en sus manos la llave que permita abrir o cerrar las puertas de nuestras desventuras. Mejor dicho: todos tenemos una, pero no sabemos cómo introducirla en la cerradura que tampoco encontramos. Se habla constantemente de educación, de rescatar la dignidad perdida, de reencontrar el extraviado camino económico y reinventar la geografía humana; restablecer las instituciones desplomadas por la ineptitud chavista. Pero no nos atrevemos a dar un paso al frente por miedo a que nos atropellen y que las aceitadas armas asesinas disparen contra nosotros. Hay quienes sugieren pactos y acuerdos que amparan los crímenes y protegen fortunas ilegalmente amasadas, algunas custodiadas por el papa Francisco en el Banco del Vaticano.

Seguramente, la invasión ocasionaría «daños colaterales», pero comparados con los que estamos padeciendo es cosa de respirar hondo y seguir adelante a la espera de un nuevo Foro Hatillano que no se regocije con la inutilidad de mis anhelos y en cambio nos colme de regalos y alegría.


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