Juan José Flores es, ciertamente, un personaje variopinto. A medio camino entre el héroe y el villano, no es fácil ubicarlo en una u otra acera sin que llame la atención de quien juzga su actuación, episodios como el asesinato del mariscal Antonio José de Sucre, su obsesiva actuación política al frente del Ecuador y, finalmente, sus intentos de invadir a ese país. Se trata, además, de un personaje que aunque se cuenta entre los próceres venezolanos, en lo personal nos cuesta sentirlo como nuestro, pues luego de Carabobo marcha al sur para establecerse allí con el paréntesis, claro está, de su exilio europeo.

Nace en Puerto Cabello el 19 de julio de 1800, su padre el comerciante español Juan José Aramburu, su madre la criolla Rita Flores. Su coterráneo Bartolomé Salom fue su padrino, quien seguramente lo animaría a sumarse a las filas patriotas en las que comienza su ascendente carrera. Entre 1815 y 1820 combate incansablemente en Arauca, Mata de la Miel, Orichuna, El Yagual, Mantecal, Caracoles, Las Mucuritas, Mijagual, Cotiza, Nutrias, Banco Largo, Achaguas y Paso Marrereño, entre otros, participando además en las campañas de Mérida y Trujillo. En 1821, con el grado de teniente coronel, pasa al ejército de occidente combatiendo en Matícora y en la Batalla de Carabobo.

Curtido ya en las lides de la guerra, acompañará al Libertador en la Campaña del Sur en donde se establecerá definitivamente. Vencedor en Bomboná, se le encarga el Estado Mayor del Ejército Libertador y es ascendido a Coronel. Al año siguiente tiene el mando civil y militar de la provincia de Pasto, en el sur de Colombia. En 1825, es nombrado comandante general del departamento del Ecuador con sede en Quito. Ascendido por Bolívar a General de Brigada en 1826, participa activamente en la guerra contra el Perú, acompañando al mariscal Sucre en la batalla del Portete de Tarqui, sur del Ecuador, en 1829, en la cual derrotado el ejército peruano, es ascendido a general de división.

Flores había contraído matrimonio, en 1824, con la aristócrata quiteña Mercedes Jijón y Vivanco, unión de la cual nacieron 12 hijos y que le sirve para afianzar sus relaciones políticas y económicas. A pesar de no poseer otros estudios que las enseñanzas del canario don Vicente Molina, en su puerto natal, el ambicioso militar tiene tiempo para cultivarse publicando, incluso, unos Ocios Poéticos en Lima, hacia 1837.

La meteórica carrera militar del personaje, sin embargo, contrasta con su accidentada actuación política a continuación de la desintegración de la Gran Colombia. En mayo de 1830, Ecuador decide la separación encargando a Flores del mando supremo, civil y militar, hasta la reunión de una constituyente. En septiembre de aquel año se aprobaba una Constitución hecha a la medida del venezolano, quien es considerado ecuatoriano para todos los efectos legales, convirtiéndose así en presidente de la novel república para el período 1830-1834. No fueron fáciles los comienzos de la vida republicana, caracterizada por el desorden administrativo, falta de recursos y alzamientos militares. En 1833, Flores encuentra un serio opositor en don Vicente Rocafuerte y El Quiteño Libre, órgano de prensa que lo fustiga. A pesar de eso logra sofocar 2 revoluciones, una en Guayaquil y otra en Quito, entregando a Rocafuerte en julio de 1834 la presidencia.

El general Flores continúa teniendo un papel estelar en lo militar, al punto de que el 19 de enero de 1835 triunfa en la batalla de Miñarica, como comandante del ejército, contra el general Isidro Barriga; a partir de esa batalla se logra la pacificación del país, asegurándole un segundo período presidencial (1839-1843). Maniobras continuistas le permiten en 1843 sancionar una nueva Constitución que prevé la reelección y prolonga el período presidencial a 8 años, resultando electo por un tercer período (1843-1851), el cual no logra completar producto de serios conflictos internos y revueltas, que concluyen con el Tratado de la Virginia (1845). Se produce el exilio voluntario de Flores a Europa por dos años, manteniendo su rango, renta y privilegio de fundador de la patria. Dicho exilio, que supuso también persecución para sus seguidores y su familia, se prolongará quince años porque las nuevas autoridades, con Vicente Ramón Roca como presidente, desconocen los acuerdos.

Flores organiza una expedición desde el viejo continente con mercenarios franceses, españoles e ingleses, con miras a reconquistar el poder. Los británicos se oponen al proyecto y la tentativa fracasa. Se habla, incluso, de que propuso a la regente de España, María Cristina, instaurar una monarquía en la república ecuatoriana coronando a su hijo el duque de Riánsares: “Y declaro, bajo mi palabra –escribe en el folleto El General Flores al Pueblo Ecuatoriano, publicado en Bayona en 1847– que es una invención vulgar el proyecto que se supone de coronar el hijo de una ilustre reina: nadie me lo ha propuesto, nadie me lo ha indicado directa, ni indirectamente: lo protesto”.

A Venezuela vuelve en 1847 y 1857, en su segunda visita se le honra como héroe y el Congreso le otorga el grado de general en jefe. No resulta claro si regresa a la ciudad que le vio nacer, y en la que tenía una casa y dos solares que heredó de su madre, donándolos a principios de los años cuarenta a su tía María Ignacia Flores y María Añez, para lo que había otorgado poder a José Martínez. Un año antes recibirá un regalo de sus viejos amigos en el puerto quienes editan un folleto, salido de la imprenta de don Rafael Rojas, titulado Biografía del General Juan José Flores publicada por una sociedad compuesta de sus compatriotas y amigos de su primera infancia, cuyo autor se desconoce, pero que servirá a Ramón Azpúrua para elaborar la nota que incluye en su Biografías de Hombres Notables de Hispano-América, publicada en Caracas en 1877.

Siempre cargó el peso de lo que habría significado su participación en el asesinato del Abel de Colombia, como beneficiario directo que fue del infausto evento, aunque más tarde es exculpado cuando los autores materiales de aquel horrendo crimen delatan al avieso general José María Obando. Reclamó la amistad del Libertador y su inquebrantable lealtad, pero no vacila a la hora de promover la independencia del Ecuador, en momentos en que las circunstancias marcaban el ocaso del héroe máximo. Cometió el desatino de organizar una expedición para invadir y restablecer la institucionalidad del Ecuador, buscando el apoyo, entre otros, de la mismísima España. De allí que afirmamos que Flores vivió a medio camino entre el heroísmo y la villanía. Aun así, hacia el final de sus días la fortuna le sonríe.

En 1860 preside el Ecuador Gabriel García Moreno, que permite el regreso del general Flores, quien es recibido entonces con honores, sus bienes devueltos, encomendándosele la pacificación del país. En 1863 comanda el ejército ecuatoriano en la guerra contra Colombia, resultando derrotado en la Batalla de Cuaspud. Le aguardaba, sin embargo, una partida digna de los héroes, pues al año siguiente muere en campaña militar contra un ejército invasor comandado por el general José María Urbina. Sus restos, junto a los de su esposa, reposan hoy en un mausoleo de mármol en la Catedral Metropolitana de Quito, en donde puede leerse la inscripción: “Al padre de la patria, el pueblo agradecido”.

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@PepeSabatino


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