Es curioso observar cómo el caleidoscopio de factores tecnológicos que cristalizaron con la pandemia ha venido alterando las formas narrativas. El cine y su archirrival la televisión habían dividido las aguas en forma desigual, pero aceptada. La televisión y luego el cable habían mordido en la oferta de las películas de largometraje, pero impuesto un formato que el cine no tenía manera de disputar. El de las series y por aquí, al sur, las telenovelas. El cable vino a empujar más esa ventaja de la caja boba, que además se fue agrandando para tratar de emular la omnipotencia de la pantalla en la sala oscura. Era todavía una pelea desigual porque, afortunadamente, ir al cine siguió siendo el pan y la mantequilla de la producción cinematográfica.

Pero las que sí evolucionaron fueron las series, que fueron alterando sus formatos y, gracias al “streaming”, lograron lo que sus abuelas de la televisión no tenían. La posibilidad de contar una historia larga  en capítulos sucesivos, en una temporada completa que el espectador puede despacharse en una o dos, o tres tardes. Este cambio es copernicano. Los protagonistas de las series no solo estaban constreñidos a la dictadura de los cuarenta minutos, sino que, presumiendo una memoria corta del espectador, los episodios, salvo excepciones tenían un comienzo, desarrollo y final que conspiraba contra el desarrollo no solo de la trama, sino además de la complejidad de los personajes.

Esta introducción viene a cuento a raíz de la serie Physical que ofrece Apple TV, historia de un ama de casa desplazada en sus intereses por la incipiente –e ingenua– carrera política de su marido. Para ahogar este despecho tácito, Rose Byrne alias Sheila Rubin incurre en la disciplina primero y el negocio después de los aeróbicos. Vale la pena anotar que la serie transcurre a principios de los ochenta, cuando comenzaba la ofensiva conservadora de Reagan, para inquietud de los liberales de la California en la cual transcurre la serie. Otra nota al pie de página para los que no vivieron esa época: los aeróbicos en video fueron el formato con el cual Jane Fonda, (Alias Hanoi Jane en su momento) heroína de la contracultura de los sesenta y los setenta, terminó de volver a la sociedad y a la mucho más digerible cultura liberal de la época. Sus fans, este incluido, todavía se lo agradecen.

Pero el encanto de la serie está en la forma, oblicua, sutil, sensata con la cual retrata esa América en cambio, acaso como forma de advertir que el movimiento no se ha detenido, ahora que un liberal está dispuesto a enmendar los desaguisados de un conservador desaforado en los últimos cuatro años. Porque, desde el título, Physical tiene que ver con algo tan californiano como el culto al cuerpo, cámara de resonancia de una cultura individualista que empieza a ser voceada como paradigma de los tiempos que corren. En última instancia, la serie retrata el periplo de una inquietud de bienestar y salud, que poco a poco se va transformando en lo que un mundo que solo toma por verdaderos los créditos y los débitos acepta como real: un negocio. Por eso las vacilaciones y las alianzas de Sheila, la protagonista, con una dueña de gimnasio prepotente pero insegura, o un fotógrafo solo definido por su torpeza, o sus claudicaciones frente a las ensoñaciones de su marido caen tan bien. Porque defiende esa parcela de intimidad que le va quedando: su cuerpo. Y no solo la defiende sino que además la usa como ariete para no hundirse en el mundo de su marido. (No es un spoiler, desde los primeros minutos nos damos cuenta de que la inteligente de la pareja es ella). En todo caso, esa sutileza en los planteos de diez capítulos de veinticinco minutos cada uno que se cuelan deliciosamente proponen al mismo tiempo un flashback a los muy ridículos años ochenta, pero son, en  medio del caos y la vorágine del mundo actual una reflexión agridulce sobre el contraataque cultural de los conservadores en una década que parece lejanísima.


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