La burbuja explotó. La mentira tiene patas cortas, dice un refrán popular, y las del régimen suelen durar menos de lo que ellos esperarían. El fulano rumor de que “Venezuela se arregló”, se desinfló tan rápido que solo unos pocos (solamente los enchufados que transaban negocios de miles de dólares) pudieron ver el queso a la tostada. De resto, en poco menos de ocho meses, la mentira se desplomó y en el primer trimestre de 2023, así como el último de 2022, se evidenció la realidad. En los últimos meses, se estima que ha ocurrido desaceleración del crecimiento en medio de una inflación en marzo, según el Observatorio Venezolano de Finanzas (OVF), de 4,2%, mientras que la anualizada llegó a superar el 501%. El poder adquisitivo se ha reducido peligrosamente y eso se evidenció en las ventas en los comercios de Venezuela las cuales cayeron entre 25% y 35% en enero de este año, según aseveraciones del Consejo Nacional del Comercio y los Servicios (Consecomercio).

¿Pero qué sucedió? Es sencillo y no se necesita ser una lumbrera o un especialista en materia económica para entender que una economía sustentada en dinero inorgánico, en un sector productivo que, con dificultad, a duras penas produce y con niveles de exportaciones que se mantienen famélicos, es poco lo que realmente se puede avanzar. Sin seguridad jurídica, con sobre carga fiscal para emprendedores y comerciantes, con costos asfixiantes de pagos de servicio urbano, carga burocrática exagerada, etc.; las empresas luchan por mantener una estabilidad priorizando su economía, pero lo cual termina por impactar el bolsillo de la persona de a pie, cuyo sueldo se mantiene muy por debajo de lo requerido para enfrentar la constante inflación e inestabilidad económica patrocinada por el régimen y sus pocas políticas económicas acertadas.

Jesús Casique, director de Capital Market Finance, Consultor Financiero y Entorno Macroeconómico, lo ha explicado de manera sencilla: “El salario debe aumentar por niveles de productividad y no por niveles de indexación, un error del gobierno porque afecta significativamente la estructura de costos; sin productividad no hay aumento salarial”.

Hay que anexar a lo anterior el caso de los capitales de dudosa procedencia del régimen retenidos a la fuerza dentro del país, los cuales, sin poder invertirlos o manejarlos fuera de nuestras fronteras, terminaron convertidos en las fulanas “inversiones privadas” que encandilaron a miles de personas con una falsa recuperación económica y que sin un sustento real pronto fueron parte del desplome de una economía de mentira. Cero medidas o estrategias, solo humo y más nada.

El problema final es que siempre estas repetitivas coyunturas que buscan subsanar el régimen con paliativos para frenar el impacto de manera transitoria, cuando por fin se salen del aparente control, terminan por golpear con mayor fuerza al ciudadano, desnudando una verdad amarga e innegable: en revolución no existe calidad de vida y el poder adquisitivo fue pulverizado hace años, por más paños de agua tibia que apliquen desde Miraflores.

Hoy la desesperanza camina por las esquinas y no existe persona con la que se converse que no manifieste preocupación ante la situación económica y las expectativas para los próximos meses, sobre todo, a sabiendas de que el régimen no va a corregir los problemas de fondo. Finalmente, la raíz de toda esta situación, los problemas de fondo son ellos, es la continuidad de este modelo económico, político y social en el poder, razón por la cual el panorama no parece pronto a cambiar. Por ahora, el régimen sigue gobernando, por lo menos, por lo que queda de 2023 y parte de 2024 y con las pocas expectativas que generan los precandidatos opositores dispuestos a luchar y realmente propiciar un cambio en el país, el panorama se torna oscuro, como lo ha sido por años y como nos ha tocado enfrentar con gallardía y con el cual nos toca seguir viviendo.

No queda más que aguantar. Finalmente, Venezuela no se arregló.

Tw y IG @fmpinilla


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