Ferrari de Michael Mann analiza la vida de Enzo, el último de una larga línea de empresarios, y hace énfasis en la posibilidad de una herencia truncada. Pero la cinta carece de la fuerza — y la solidez — para ser algo más que un biopic exagerado. 

En Ferrari (2023) de Michael Mann hay una acentuada necesidad de mostrar el poder de la máquina y equiparar su energía a la vida del hombre en pantalla. Enzo (Adam Driver, envejecido con maquillaje de manera no muy convincente) es una fuerza de la naturaleza que mantiene sus ambiciones bajo cierta concentrada visión acerca del bien y del mal. El guion —que también escribe el director junto con Troy Kennedy Martin— analiza la cuestión del poder y las ambiciones desde el misterio. ¿Qué hace que un hombre que tiene todo en la palma de su mano sea su peor adversario?

La cinta, basada en la larga tradición de hombres construidos a sí mismos, cuenta la historia de este genio solitario con precisión. Tanto, como para que sea imposible no equiparar los planos de cámara a ras del suelo y la edición frenética, con una seguidilla de energía y voluntad. Poco a poco, el argumento explora a su figura central con la curiosidad de un observador distante. El Enzo de Driver está lleno de ideas, de una voluntad poderosa, también de una habilidad estratégica que le convierte en un depredador en el terreno de los negocios.

Corre el año 1957 y el empresario intenta impedir la quiebra de su empresa. Eso, en medio de un duelo mayor y una situación personal complicada. Y es entonces cuando la película toma un desvío inesperado para plantear lo que hasta ahora ha profundizado. Enzo se aparta del debate en mesas y de las dudas financieras, para plantar cara a su esposa Laura (Penélope Cruz) y su amante Lina Lardi (Shailene Woodley). Tanto la una como la otra parecen representar las dos caras del hombre. Dos puntos secretos y alienados, que permiten entenderle mejor. O al menos esa es la intención del argumento.

Pequeñas equivocaciones en medio de un terreno complejo 

Pero no solo no lo logra, sino que además aplasta la película en un aire melodramático casi inevitable en medio de una situación semejante. Cruz se esfuerza por brindarle personalidad, pero antes que eso crea un estereotipo de esposa italiana bajo el asedio de los celos. No ayuda demasiado el hecho de que exagere en su voz y gestos, hasta crear una figura atormentada que se aleja de una verdadera profundidad.

Al otro extremo, Woodley encarna la parte más sencilla y apacible del amor, pero de nuevo, la actriz toma a su personaje y le hace una versión de la chica común norteamericana. Aunque la intérprete tiene el suficiente talento para brindarle algunos matices de interés —sus discusiones con Enzo son una carga eléctrica que mantiene la vitalidad de la película—, el guion no ayuda demasiado para sostener su perspectiva de la relación.

Una visión singular del poder y la influencia

Mann no parece tenerlas todas consigo al momento de crear un retrato creíble de Enzo. En especial, cuando debe enfrentarlo a las diversas tragedias íntimas que le afectan y que podrían dar sustratos a la tétrica figura imaginada por Adam Driver. Pero el argumento apunta en crear la ilusión del superhombre.

Por lo que entre los debates y esfuerzos del protagonista por mantener a la empresa que lleva el nombre familiar a flote, aflora el amor violento de un matrimonio sin amor y la necesidad del verdadero sostén emocional, que encuentra en la amante. Entre un hijo muerto y otro vivo, pero en medio de un debate moral, el Enzo de Mann es una criatura díscola y fervientemente convencido de su necesidad de construir un imperio a pulso entre la historia personal y la herencia.

Un personaje podría funcionar con cierto humor —como el retrato de Maurizio Gucci, también en manos de Driver y dirigido por Ridley Scott en 2021— pero Mann apuesta más por el acento lóbrego. De modo que Enzo va de las juntas crueles como batallas navales en oficinas de lujo, a las carreras en la que el poderío de la empresa que simboliza se convierte en una figura alegórica. Sin embargo, la cinta termina por tener mayor interés en su vida personal y los dolores de un hombre distante, que en su faceta total como monstruo creador de un legado que cambió por completo la historia del automovilismo. El punto más bajo en una película que se queda bajo la línea de la sobriedad hasta perder la poca fuerza que su director desea imprimirle.


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