“No hay libro tan enteramente malo,

que no tenga algo bueno.” Plinio,

citado por Gregorio Marañón

Desde hace ya varios años, por desdicha, no se organiza otro nuevo Festival de Lectura en Chacao (plaza Francia o Altamira) para dicha de la ciudad y sus gentes que necesitan, ante tanto desasosiego, de espacios y de eventos de tal naturaleza. El último al que asistí, creo, el homenajeado fue el escritor venezolano José Balza, quien desde luego acumula méritos suficientes para que así fuera.

Con base en aquel evento y en la emisión entonces del programa radial Los Pasos Perdidos, conducido otrora por mis dilectos Jaime Bello León y Elías Pino Iturrieta, decidí escribir esta nota, suerte de cúmulo de aristas sobre el libro, fundamentalmente, y el hecho de leer.

Veamos: se recordaba en aquellos días la afición del homenajeado por la lectura desde su temprana edad, al punto que él nunca veía (nunca vio) a nadie leer, a pesar de que se reunían a eso, pero él lo que hacía era cabalmente leer, de modo que no tenía chance de ver a otros hacerlo.

Rodolfo Izaguirre refiere en una entrevista, que al preguntársele a Salvador Garmendia por el libro más importante que haya leído en su vida, el célebre barbudo larense respondió: “el libro Mantilla, porque en él aprendí a leer”.

Por cierto, quien pergeña esta nota aprendió a leer –cuenta mi madre- con un periódico (El Nacional) y precisamente con la palabra “Maracaibo”. A ella, a mi madre, le agradezco –lo que no hice entonces- haber puesto en mis manos Cien años de soledad cuando apenas contaba con once años. No entendí nada. Ahora sí. Y, por si fuera poco, la colección completa del poeta sucrense Andrés Eloy Blanco.

Dice Elías Calixto Pompa “Es puerta de la luz un libro abierto”, y tiene razón, eso creo. Alguien tiene que abrirla o inducir al futuro lector a que lo haga. Cuando desde el hogar y la primaria escuela se ha despertado la afición por los libros, el camino será menos complicado a la hora de seleccionar las lecturas del agrado. Se trata de la formación del espíritu y el fomento de la lectura.

A Tomás de Aquino se le atribuye la frase «Temo al hombre de un solo libro» (Timeo hominem unius libri), a él, quien conocía muy bien los radicalismos de la Edad Media y las mentes estrechas de los difamadores. Oportuna frase para referirnos, mutatis mutandis, a la secta de enfurecidos fanáticos que aprendieron una sola consigna, se cristalizan en un solo eslogan y no se afanarán en comprender y discutir lo distinto para que no se les quebrante su único y desesperado esquema.

En el famoso poema de Andrès Eloy Blanco, vemos como el niño pobre renuncia al juguete caro “y el ciego ante el libro abierto”.

Luis Beltrán Prieto Figueroa, el maestro, se asombraba de que los jóvenes no lean o leyeran, mejor dicho, y le producía desconcierto ver a los adultos pasar con displicencia su mirada apenas, sobre el diario donde buscan la noticia sensacional o la lista de espectáculos.

Que lo dijera el maestro insular no es poca cosa, y aún en los días que corren debe recobrar mayor significación tamaño aserto. De allí que veamos con satisfacción la proliferación de editoriales, la consolidación de otras y el surgimiento de muchas independientes tratando de difundir el libro, con mayor razón “que los perfumes y los confites.”

Sólo nos aficionamos, sólo nos dejamos cautivar por las cosas gratas que conocemos y el libro pasa muchas veces como un desconocido o como una ingrata y fastidiosa mercancía.

Sé de un artista que cuando fue por vez primera a un serrallo, quizá a inaugurar su sexualidad, en el lugar no se consumó otra cosa más que no fuera la entrega de un libro y una flor a la doncella.

La gente ignora los maravillosos tesoros que los libros encierran, los alucinantes paisajes que por sus páginas despliegan sus feéricos matices capaces de conquistar a los buscadores de ocultas y lejanas maravillas.

Como gustaría volver a Altamira a abrir la puerta de entrada para un contacto más estrecho con la lectura. El pretexto de un libro, la fiesta de una feria o el texto contenido en cúmulos de letras que nos dicen tanto.

 


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