Hoy es el cumpleaños de Antonio, un amigo con quien me unen lazos muy singulares. Aunque él de 84 y yo de 65 años, creamos y participamos en una suerte de juego infantil –como pudiera haber sido jugar con los soldaditos de plomo de nuestra infancia- pero simulando la secuencia completa para el disparo de una salva de artillería antigua. Todo resultó de una gran intersección de oportunidades: una merienda, el hecho de que Antonio había sido comandante de una pieza de artillería en el ejército de su país natal y la fortuna de tener una réplica en miniatura de un “Ironside” español.

“¡Muy feliz cumpleaños, mi comandante de artillería!”, le dije tan pronto contestó mi llamada por Whatsapp. Él y su magnífica esposa se encuentran en Europa desde hace más de tres años y la razón fundamental pertenece al sector salud.

Luego de breves intercambios de comentarios alegres, pasamos a comentar sobre la ola de calor que experimentaban y me tocó un tema que causó que la alegría de escucharlo durara poco.

Se trataba de la disyuntiva entre establecerse definitivamente en el país en el que ahora residen o regresar a Venezuela, donde viven un buen y significativo número de sus seres queridos. Me comentó que desearía regresar si podía conseguir una cobertura de seguro de salud que garantizara que no arruinaría a su familia por gastos médicos impagables.

El comentario me transportó de inmediato a las imágenes de mi conversación ya comentada antes en un artículo (https://www.termometronacional.com/opinion/en-los-zapatos-de-alberto-y-de-ana-carolina/ ) con mi amigo Alberto y su insuficiencia renal, para luego recordar la intervención de Ana Carolina Benedetti del día sábado 21 de mayo pasado, en la Asociación Cultural Humboldt durante la cual nos alertó sobre la situación de los trasplantes en Venezuela y transmitió el mensaje necesario para crear conciencia en materia de trasplantes. Muy bien inspirada, sin protagonismos, con voz calma y dicción perfecta, logró que los allí presentes entendiéramos que nos debemos involucrar y apoyar a la Organización Nacional de Trasplantes de Venezuela en todo y con todo lo que dispongamos. Con Ana Carolina recordé los episodios de salud de mi hermana y de mi hermano; este último todavía luchando gracias a la asistencia social en otro país, pero que no puede sobrevivir si llegara a regresar.

Pasados esos recuerdos y un instante de silencio, le comenté que, desde mi perspectiva muy egoísta, desearía volver a verlos aquí, pero que pensaba que era una fantasía  que una persona de 84 años de edad pudiera conseguir que una compañía de seguros aceptara su riesgo. Pero, además, y asumiendo que la fantasía se convirtiera en realidad, tenía que considerar que una póliza de seguros es solo un punto minúsculo del todo a considerar. El efecto de la póliza de seguro se materializaría en un área muy específica y por un lapso limitado. Sin lugar a dudas, esos efectos son importantísimos, al igual que lo son otros que vivimos y que no los solucionan las compañías de seguros.

Le mencioné, por vía de ejemplo, el  tema de la electricidad como un cartucho de dinamita por estallar y, aun cuando no ha terminado de hacerlo, sus deficiencias –los constantes cortes de energía eléctrica- tienen efectos malignos: adultos mayores en apartamentos en pisos altos que quedan atrapados, pacientes que dependen de concentradores de oxígeno o de CPAP, pacientes sometidos a diálisis, pacientes que ingresan a los dispensarios o a los hospitales públicos, interrupciones de servicios, cierres de locales, cesación de actividades laborales públicas y privadas, fueron algunos de los efectos que le mencioné. Luego le comenté el sacrificio que implica el cuidado de un paciente convaleciente, la persecución de medicinas de alto costo, y le dije que, en definitiva, aún con la cobertura de una póliza de seguros y confirmada la “clave de autorización” para admitir al paciente, ello no impedía que el paciente pasara horas en un cubículo en la sección de emergencias, ni que le asignaran una habitación.

Al terminar la conversación, se me acercó una señora que la había escuchado y me comentó que su familia, careciendo de recursos para pagar los servicios de una clínica privada, llevaron a su papá al Hospital Luis Razetti, donde su padre permaneció dos días en estado de coma sentado en una silla de plástico sin atención alguna.

Cualquier dejo de alegría se esfumó y lamenté el dolor ajeno. Volví a recordar unas ideas que ya había considerado anteriormente y entre ellas la siguiente: estoy jugando al juego de que no me va a pasar pero cuando me pase, irremediablemente perderé.

Dios guarde a V. E. muchos años.

@Nash_Axelrod


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