Felices los ágiles y libérrimos potrillos

de la sabana extensa y calcinante que

cobija la manada de futuros corceles

                                      libertarios

Felices los pececillos que en coloridos

cardúmenes saludan a los extraviados

navegantes que bogan hacia mares

                                        ignotos

Felices las tiernas florecillas del campo

que despiertan al nuevo día cubiertas

                             de rocíos neblinosos

antes que el disco celeste incendie la pradera

y abrase y calcine toda la vida que camina

a campo traviesa

Felices los que cruzaron a tiempo las

fronteras y traspusieron sus ilusiones

indescriptibles más allá del Rubicón y

de los aterradores grilletes de la casa

                                                oscura

               carente de emociones nobles

Felices los que fueron aventados a lejanos

                                                exilios

porque aún bajo los rigores insufribles

de la lejura comen y beben abrigados por

el tibio calorcillo de la extraña estufa

de un hogar provisorio

Felices los que levantan sus manos

para izar las inquietas velas del velero

llamado libertad.


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