Desde hace ya algún tiempo viene tomando cuerpo el concepto de fake news que titula esta columna. La traducción es “noticias falsas” y es un  tema que cobra mayor importancia a medida que su incidencia y consecuencias se hacen más presentes en el panorama político, tanto más cuanto que ahora el presidente Trump incorpora el concepto en forma militante en casi todas sus declaraciones.

Es sabido que desde la antigüedad tener acceso a la información otorga ventajas a quien disponga de ella. Se suele decir que información equivale a poder, ya sea en el área militar, comercial, científica o política. Información necesita un vendedor callejero de chicha o perros calientes para decidir en qué esquina instalar su carrito, como también el Fondo Monetario Internacional para resolver si presta o no fondos a los países miembros que acuden a él. Para eso también es que existen los sistemas de espionaje estatal o comercial.

Así, pues, lo que ha sido cierto históricamente hoy se ha potenciado y multiplicado con el surgimiento de las nuevas tecnologías que permiten a amplísimos sectores de la humanidad acceder a una información que evidentemente se ha democratizado. Hoy tiene el mismo acceso a Google, Wikipedia u otras bases de datos un estudiante de Harvard residente en Boston que su colega que vive en alguna apartada región del mundo que tenga acceso a Internet. Importantes porcentajes de la población mundial tienen un caudal de información jamás soñado hace apenas algunas décadas y por lo mismo se abre paso la disyuntiva entre lo que es verdadero frente a lo que es fake, dando origen al debate de la credibilidad ya que con base en ella es que la gente irá formando sus percepciones y asumiendo las posiciones que moldean su accionar.

Hay quienes creen que CNN es una referencia informativa indubitable cuyo producto noticioso es indefectiblemente cierto y hay también quienes –equivocados o no– puedan pensar que lo que dice el ministro de Información de Venezuela, Jorge Rodríguez, pueda tener alguna pizca de verdad. Lo más probable es que ni unos ni otros estén acertados.

Lo anterior deja demostrada la necesidad cada vez mayor por un lado  que tienen los regímenes autoritarios de disponer de hegemonía informativa frente a la conveniencia democrática de permitir una libertad total de expresión que –siendo deseable- también puede y suele convertirse en fuente de difusión distorsionada de intereses. El principio de “libertad con responsabilidad” contenido en nuestra Constitución (art. 57) parece ser una fórmula de equilibrio  adecuada, aun cuando sabemos que es en su interpretación que surgen las asperezas.

De allí desembocamos en lo que hoy se conoce como “redes sociales”, cuyo incremento y variedad son explosivos. Esas plataformas, accesibles a todo quien tenga una computadora, tableta o teléfono inteligente, presentan posibilidades ilimitadas para generar información sin control  ni responsabilidad alguna y así, pues, dentro de esa infinita amplitud surge –estando cada vez más presente– la posibilidad de emitir noticias  falsas   cuya diseminación  –con buena o mala intención– ya está causando tendencias y consecuencias opinables como la cruzada de los llamados “guerreros del teclado”,    quienes  tienen perfecto derecho de existir y expresarse siempre que lo hagan en forma responsable.

Desde que el encierro en la casa se ha vuelto aconsejable u obligatorio por el tema del coronavirus, hemos estado siendo testigos de una proliferación geométrica de los mensajes que nos llegan por todas las vías (Messenger, Whatsapp, Instagram, Twitter, etc.) Una proporción considerable contiene noticias falsas disfrazadas de verídicas, “tubazos” sustentados en videos y fotografías que no se corresponden con la noticia, recetas milagrosas de pociones para curar el virus, avisos de inminente invasión a nuestro territorio, cifras de dudosa veracidad relacionadas con la pandemia mundial, anuncios de planes de reparto de prebendas o información de movimientos subversivos imaginarios, virtudes curativas del aguacate, dietas para adelgazar, dolencias o fallecimiento imaginario de líderes políticos y pare usted de contar.

La tendencia inicial es la de dar credibilidad a cualquier cosa “porque salió en Internet”, sin hacer el más mínimo filtraje de razonabilidad, credibilidad, fuente etc. Tan creíbles lucen los logros que anuncia Maduro como la noticia de que los marcianos están desembarcando en la Gran Sabana, como la trilogía de metas que propone Guaidó como que George Soros es comunista, que Michael Jackson y Elvis Presley han sido vistos por las calles cual resucitados o que Delcy Rodríguez está firmando contrato con Osmel Sousa para presentarse en un concurso.

Lo que desde estas líneas se propone es promover un poco de responsabilidad personal y colectiva a la hora de generar, transmitir y reenviar noticias sin que ello implique censura ni autocensura, sino tan solo con el objeto de que el clima de desasosiego y temor que se ha apoderado  del mundo y  particularmente de nuestro país drene un poco la presión que viene empujando a nuestros congéneres al borde de la alienación.

 


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