Hubo un tiempo, en el largo y extenso devenir histórico de la sufriente humanidad, en el cual el homo sapiens se desplazaba libremente de un lugar a otro en grandes e indeterminadas manadas a través de las infinitas sabanas, estepas, ríos, mares, lagos, desiertos, obviamente sin importarles las «patrias», los «países», las «naciones» por la sencilla razón de que tales constructos socio-civilizatorios no existían. El estatuto de «extranjero», cuya raíz etimológica significa literalmente «extraño», surge como un rasgo o condición sociopolítica que demarca a aquel que ostentando unas ciertas características étnicas, ciertas costumbres, pautas de comportamiento que incluyen el habla, las formas y maneras de conducirse en los modos de relacionarse con otros grupos humanos, que evidentemente no se avienen ni congenian con el «advenedizo» o «recién llegado». Históricamente no es difícil darse cuenta cuando estamos en presencia de una persona «extranjera» porque obviamente no habla como «nosotros», no le reza al mismo Dios, se rige por rituales ceremoniales relacionados con las costumbres gastronómicas reñidas con nuestros hábitos y costumbres atávicamente consubstanciales a nuestros rasgos identitarios. El hombre, en tanto ser humano que nace en topos terregnus, está ineludiblemente condenado a ser un «extranjero»  en su propio oikos (hogar) independientemente de las razones válidas o no que lo conducen a convertirse en un momento dado de su existencia en un protagonista de una determinada ola migratoria. Por ejemplo, un insiliado no es menos extranjero que un exiliado forzoso o voluntario; qué diantre importa eso.

El exiliado es un transterrado político físicamente hablando; en tanto que el insiliado es un exiliado metafísico obligado a permanecer adentro de su país, aun en contra de su propia voluntad. Quien padece y sufre los rigores del insilio hace mutis y calla porque compulsivamente es obligado a cerrar la boca so pena de convertirse en feraz objeto de escarnio público, de denuestos e invectivas de cualquier calibre por parte de la juridicidad hegemónica.


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