El próximo viernes celebramos un nuevo aniversario de la venida al mundo de Jesús. En la práctica también es el cierre de un año que ojalá no se repita. Más allá de las limitaciones impuestas por el coronavirus, lo cierto es que nuestra querida Venezuela ha dado un paso largo hacia su propia destrucción. Cada año ha sido peor que el anterior desde 1999 cuando se inició el proceso del “socialismo del siglo XXI”. Sin embargo, lo más importante es que el pueblo, integrado por el ciudadano común que no vive de la política ni de los políticos, en más del 80% de sus integrantes rechaza al régimen, a Nicolás Maduro y a quienes integran su círculo íntimo. Está reducido a su más mínima expresión, pero siguen teniendo el control de casi todas las instituciones rectoras. El uso arbitrario de los poderes públicos sirve para sembrar miedo y terror, para dividir y subdividir a los opositores, en fin, para mantenerse en el poder. Ese es el objetivo central. Para ellos todo lo demás es secundario.

2022 será un año definitivo para lograr el cambio. El país lo necesita y la comunidad internacional ha abierto una expectativa favorable en espera de lo que debemos hacer nosotros. De la usurpación hay que salir por las buenas o por las malas. Esto último no significa violencia de nuestra parte. Pero sí una disposición irreversible de usar todos los recursos para alcanzar el objetivo. Ojalá que para esta etapa la electoralitis aguda que tanto daño ha hecho a la nación se ponga de lado. Ya habrá tiempo para eso. También lo habrá con relación a las legítimas, o no tan legítimas, aspiraciones candidaturales de unos cuantos. Lo importante es lograr la unidad en torno a lo planteado, sin desviaciones. Queremos el cambio, no la convivencia. La cohabitación con este régimen sería una traición y un balde de agua fría al continente y al mundo.

El régimen no está bien. Graves contradicciones y disidencias aparecen día a día. Maduro ya no confía en nadie. Le teme hasta a su sombra. Hay que aprovechar la coyuntura y no olvidar aquello de que “el enemigo de mi enemigo puede ser mi aliado” aunque sea circunstancialmente.

Espero que todos nosotros, independientemente de las simpatías políticas, partidistas o ideológicas, nos demos un tiempo para reflexionar sobre lo que hemos hecho, lo que estamos haciendo y lo que debemos hacer en lo inmediato. Este receso es un buen momento para ello. El tiempo por venir es de nuestra exclusiva y excluyente responsabilidad. Hay caminos planteados. Debemos analizarlos a fondo y evitar dividirnos. Pero el tema es urgente. En lo personal y atendiendo al planteamiento del Episcopado desde hace algunos meses, creo que la refundación del país es indispensable Puede lograrse por la vía constituyente decidida por el pueblo soberano. El proceso está superestudiado.

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