El corto Extraña forma de vida de Pedro Almodóvar es la segunda producción en inglés del realizador. También, un homenaje a sus obsesiones y una historia de amor levemente trágica, erótica y conmovedora. Todo a la vez y en menos de una hora, lo cual deja claro la habilidad del manchego para profundizar en el cine desde lo autoral y, también, la provocación. 

El corto de veinte minutos, Extraña forma de vida de Pedro Almodóvar, recuerda de inmediato a Brokeback Mountain de Ang Lee. No solo porque hay dos vaqueros profundamente enamorados, sino que también, explora los mismos temas. Desde la necesidad de amar, la búsqueda interior y la exploración de la sexualidad. Todo, desde el punto de vista del director, conocido por sus argumentos complejos tratados desde la polémica y lo estrafalario.

Pero su corto, la segunda producción en inglés del manchego, parece limitado a su necesidad de comunicar una idea mayor que no logra articular del todo. Peor aún, que se queda a medias, quizás porque la premisa central es tan amplia que necesita mayores detalles para explorarse con cuidado. Al final, la gran pregunta es si esta historia de amor trágica, es más simbólica que narrativa. O en cualquier caso, si la necesidad del director de contar historias en la que el dolor es el centro medular, no se conecta, del todo, con una mirada a la sexualidad que tienden a lo superficial.

Más inspirada en Lonesome Cowboys (1968) de Andy Warhol que en cualquier otra cosa, este es un relato sobre la soledad. También, de la necesidad de desear — el propósito de amar — y la búsqueda de la redención. Todo, entre dos personajes aislados por la angustia existencial y la forma de entender su propio mundo interior. Pedro Pascal interpreta a Silva, un ranchero que se topa con su ex amante Jake (Ethan Hawke), para enfrentar el pasado. Pero esta no es una mirada a las personas que fueron y se enamoraron en un entorno hostil, sino a las que sobrevivieron a ese amor y lograron encontrar un lugar en el mundo en medio del sufrimiento de la separación.

Nada nuevo, pero sí, hermosamente contado 

¿Parece cursi? Sin duda, Extraña forma de vida tiene más en común con la necesidad de Pedro Almodóvar de profundizar en la soledad masculina, que en su otro aspecto, más chocante y frontal. No en vano, al realizador se le ha tildado de irritante, chirriante y vulgar. También de vanguardista, espíritu libre y símbolo del nuevo cine español. En algún punto, entre ambos extremos, entre el amor fanático de sus seguidores y el desprecio acérrimo de sus detractores, se encuentra una manera de definir su singularísima mirada al cine.

El cine de Almodóvar es algo más que una mezcla de metáforas incompletas y una reinvención del cine europeo a la medida de una nueva necesidad de expresión. Quizás se trate de una jugarreta, un melodrama con aspiraciones de pequeña reflexión que no llega jamás a rozar lo verdaderamente profundo, pero que tiene momentos de profunda inspiración. Tal vez por eso Extraña forma de vida desconcierta. No se trata del producto al uso del Almodóvar polémico (aunque continúa siéndolo) sino, por el contrario, es una reflexión sobre el sufrimiento de la ausencia. Es una historia triste, un melodrama lento y comedido, que, aun así, tiene momentos de brillante dulzura.

Una combinación de esa insistencia de Almodóvar por lo extraño y lo chocante, combinado con algo más sutil. Todo, en una clave de registro inusual en la cinematografía de un autor acostumbrado al ruido y a mostrar de manera muy directa (y en ocasiones casi vulgar) la realidad. Pero en Extraña forma de vida el director manchego no solo transforma esa disonancia, esa cacofonía de brillantes colores en algo más dúctil, discreto, sino que logra componer un discurso introspectivo hasta entonces impensable en su trabajo.

Lo que sorprende en Extraña forma de vida es esa inusitada y conmovedora visión de Almodóvar sobre la soledad masculina. Personajes un tanto olvidados y relegados por un director obsesionado por las emociones femeninas. La historia del corto transcurre con una lentitud diáfana. Una mirada muy precisa sobre la angustia existencial de dos hombres sometidos a un aislamiento involuntario. Abrumados por el dolor y el no existir de la aridez emocional.

Almodóvar crea una atmósfera emocional poderosa, con una puesta en escena sobria, modulada, cargada de símbolos y metáforas visuales que envuelve la historia con lentitud, le brinda belleza incluso a los momentos más duros y desconcertantes. Porque hay mucho de la habitual mirada melodramática de Almodóvar, pero también, de una meditada reflexión sobre lo espiritual, sobre el sufrimiento e incluso, sobre algo tan sutil como la manera como asumimos las pequeñas tormentas emocionales. Una y otra vez, Almodóvar demuestra que puede construir una historia que asombre por su profundidad y que también emocione por su sencillez, por sus inusitados momentos de comedia, y sobre todo, por ese infaltable ingrediente de pura picaresca que define a Almodóvar incluso en esta singular suya a un cine mucho más personal.

 


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