Convengamos, no hay ni puede haber un definitivo diagnóstico sobre las realidades que nos aquejan tratándose de una propuesta totalitaria en curso.  E, incluso, intentarlo, no significa remover morbosamente las heridas, como lo sugieren algunos opinadores trastocados en terapeutas de ocasión, sino afrontarlas para ensayar una interpretación que nos devuelva al perdido siglo XXI que simulamos habitar.

Por espantosas, no solemos invocar las cifras de la deuda pública externa que nos condenan al lado obscuro del sol,  y una exportación menor de 500.000 barriles diarios, en abril próximo pasado, es un dato que se desliza por debajo de la mesa, pues el espectáculo en trance es el de indiscreto encanto de la boliburguesía que abre las puertas de sus éxitos para tentarnos a aceptar la normalización de los  usos y abusos de sus forjadores. En el país de todas las privaciones y angustias, los jubilados se dicen acreedores de un bono demasiado especial, como discriminatorio, bajo la absoluta discrecionalidad de un otorgante que después probará con otra lotería para la supervivencia.

Desde que principió,  el régimen ideó sendos fondos de una exclusiva y muy confidencial administración, dependiendo el presupuesto público de los más variados e inverosímiles impuestos con el que debemos todavía lidiar cada uno de los venezolanos, siempre prolijo en solicitar los créditos adicionales aprobados desde su propia formulación en las instancias de un Estado que ha dejado de serlo.  Con ingresos reales que se encuentran en el subsuelo, pagando por servicios públicos que no prestan, hastiados por toda suerte de alcabalas en un territorio constitucionalmente reclamado como de libre tránsito, financiamos a los opresores, subsidiamos cualesquiera de sus ocurrencias y celebramos el sorteo de sus prebendas, pero –eso sí– Ernesto Laclau o Luigi Ferrojoli, por ejemplo, pujantes teóricos y avispados pintores del populismo o de los poderes salvajes, resultan inaplicables para el análisis de un país al que le hacen creer que son –apenas– accidentales, efímeras y banales, sus ya incontables tragedias.

Régimen, al fin y al cabo, presuntamente opositoras, hay alcaldías, como la de Chacao, que no sólo incurren en unas elevadísimas tarifas para la recolección de la basura, sino intentan acelerar los cambios de zonificación, indiferentes frente a la tala sistemática de los árboles, ingeniando fórmulas para devaluar toda condición ciudadana. En un ámbito aparentemente nimio, el abogado Antonio Vargas Pacheco, a propósito del agigantamiento de las calcomanías con un mejor e infalible pegamento para los vehículos infractores, denuncia con razón la confesa intención de aplicar medidas ilícitas contra la propiedad, saltar los procedimientos previos y hacer justicia por mano propia, en lugar de modificar la correspondiente ordenanza y actualizar las multas por un burgomaestre prepotente y, además, de ínfulas presidenciales (https://twitter.com/AbogadoAntonioV/status/1520407878049349633). Acotemos, no es significativa la distancia con el fondo y las formas empleadas para la designación espuria de un TSJ que convierte a la sociedad civil en una entelequia para la usurpación que todavía no sabe cómo se come eso al recordar una vieja y celebérrima cita.

A la expoliación económica e institucional, sumamos la ideológica, porque ninguna otra interpretación que la oficial y oficiosa cabe para la cruda realidad que vivenciamos cotidianamente, propia de un Estado depredador al que todavía le falta una teoría general (por favor, abstenerse los curiosos). Descendemos por lúgubres escaleras, nos percatamos de un edificio invadido años atrás en Quinta Crespo en nombre de la Virgen de Coromoto, olvidamos que el mármol de carrara de la estación de Capitolio del Metro de Caracas fue innecesariamente sustituido por una gran mancha de cemento, atrapados entre las redes de una inaceptable resignación.

@Luisbarraganj


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