Desde el año 2018 el Plan de Xi Jinping conocido como la Nueva Ruta de la Seda era visto por muchos analistas como un “trillonario” proyecto para dominar el mundo. Un breve acceso a los buscadores de las redes de Internet ilustra acerca este plan que se extendería por tres continentes y que abarcaría 60% de la población mundial

Aspirar a tener una posición dominante en el comercio mundial -porque de eso es de lo que se trata- no es un objetivo cuestionable para un país que tiene en su interior 1.430 millones de seres a los que proveer alimentación, trabajo, salud y bienestar. Es indudable que el poderío económico asociado a ello puede ser visto con recelo, pero no más que el que debemos tener frente a otras potencias que aspiran a la misma gravitación planetaria por la vía del sometimiento económico o incluso militar.

China solo se comenzó a abrir al mundo a partir de los años setenta. Hasta la década de los noventa solo Estados Unidos ejercía una supremacía comercial planetaria. Lo que no conseguía producir eficientemente en suelo propio lo manufacturaba en otros territorios con materias primas e insumos y mano de obra local. Más adelante los chinos, particularmente en la era de Xi Jinping, comenzaron a evidenciar su propósito de convertirse en un poder comercial dominante global, y disputarles el liderazgo a los americanos. Su máximo líder nunca ha ocultado su aspiración a la primacía económica planetaria, un objetivo a alcanzar para cuando les toque celebrar, en 2049, los cien años de la revolución comunista. Hay quienes aseguran que toda la sociedad china ve este horizonte como su destino.

Dicho lo anterior, también es importante poner de relieve la ligereza con que se habla en Occidente de que esta pandemia del covid-19, la que está destrozando los esfuerzos de crecimiento y de consolidación de las economías de los países grandes y pequeños de todo el mundo, obedece a las ansias desmesuradas de dominación de Pekín sobre el planeta.

¿Puede interesarle a los gurús del Partido Comunista que sus contrapartes en este mundo interactivo y globalizado –con 80% de la población mundial por fuera de sus fronteras– lo conformen un conjunto de naciones asfixiadas y depauperadas con una demanda totalmente diezmada? Valga solo citar una cifra: las exportaciones de China durante los dos primeros meses de este año se desplomaron 16%, y ello había ocurrido antes de que el resto del planeta sintiera, a su vez, los embates de la crisis pandémica. Ello es apenas la consecuencia de la contracción de la propia economía china y la paralización de sus sectores productivos de orientación exportadora.

Aun es imposible medir el comportamiento de las variables de demanda, producción y comercio externo de los restantes actores de la economía global para cuando se supere la crisis, pero con toda certeza provocarán una descolgada monumental de los intercambios mundiales dentro de los cuales China es gran protagonista y evidentemente principal afectada.

El impacto negativo de esta supuesta guerra bacteriológica a la que algunos hacen referencia requerirá, al interior de la gran nación, un esfuerzo y dedicación especial para mantener el vigor y la dinámica de la economía propia. La pandemia amenaza con volver añicos los éxitos en el rescate de millones de sus ciudadanos de la miseria, lo que conlleva a un importante costo político. Recordemos que la pobreza fue reducida desde 52% a 8% dentro de la sociedad china en los últimos 20 años y que buena parte de este logro es atribuible al propio Xi Jinping.


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