Un candidato busca los votos cuando hace la campaña electoral. Necesita ganar y se presenta en los lugares públicos a buscar el apoyo de los electores. Normal. Obvio. Pero, ¿qué hace, o qué debe hacer cuando los sufragios se vuelven escurridizos, cuando se niegan a hacer acto de presencia porque no se animaron con la convocatoria, o porque prefirieron respaldar a otro candidato?

Pues nada que no sea reconocer la realidad, por más dura que sea. Es decir, entender que no le fue bien, o que otra vez será, y dar la cara saludando al ganador con la retórica del caso y con un simulacro de sonrisa que todo el mundo entenderá. Pero hablamos de procesos normales y de candidatos que saben a lo que se exponen antes de participar en una justa a la vista de todos. Es decir, no hablamos de Evo Morales ni del insólito rumbo que tomaron a última hora las elecciones presidenciales de Bolivia.

Todo marchaba con normalidad, el conteo de los votos se movía de acuerdo con la rutina y los medios nacionales e internacionales hacían su trabajo de comunicar cada cierto tiempo los boletines confiables que recibían. Los observadores de la OEA mostraban satisfacción por la marcha de una jornada caracterizada por el civismo. La autoridad electoral no recibía quejas por su desempeño, en una muestra de pulcritud aplaudida sin cortapisas. Los hechos anunciaban la inminente realización de una segunda vuelta, debido a que los candidatos más votados, de acuerdo con la recepción paulatina de los escrutinios, no alcanzaban el apoyo requerido para evitar el balotaje.

De pronto, la autoridad electoral suspendió la comunicación de los escrutinios y se encerró en un elocuente hermetismo que provocó la alarma de los observadores de la OEA. Por fin, después de un silencio capaz de generar todo género de suspicacias, anunció que Evo Morales había ganado en la primera vuelta. No solo se negaba la posibilidad evidente de perfeccionar la elección por los votos recibidos por el candidato Mesa, que lo calificaban para un capítulo que lo podía favorecer, sino también el imperio de la lógica, es decir, la fuerza de las tendencias que en materia electoral no cambian intempestivamente después de haber concluido 80% de los escrutinios rápidos.

Hay protestas en Bolivia. La oposición reclama sus derechos y denuncia un fraude llevado a cabo por órdenes del régimen. La violencia ha sido la respuesta ante una manipulación escandalosa de la voluntad popular. La urbanidad electoral ha desaparecido en un santiamén. Adiós civilidad y contención. Fueron trámites del principio, para engañar incautos. Ya todos saben lo que hizo Evo con los votos y piden que no se los robe.

 

 


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