Ocurrió hace pocos días. Una mujer de unos 70 años recorrió los hospitales de Oruro, Bolivia, en busca de oxígeno. Padecía el covid-19. Se estaba muriendo. No tenía fuerzas para nada. Se sentía confundida, como si pensar le costara un gran esfuerzo. En todas partes le decían lo mismo. “La ciudad está rodeada por partidarios de Evo Morales. No dejan entrar los camiones con oxígeno”. Finalmente, la señora murió. Literalmente, se asfixió. Se llamaba Esther Morales. Era la hermana mayor de Evo. Fue como una especie de madre para el expresidente asilado en Argentina. Evo había dado la orden de sitiar la ciudad.

Esther Morales no era un caso excepcional. Han muerto unos 40 bolivianos en las mismas circunstancias. Fernando del Rincón, una de las estrellas de CNN en Español, a cargo del programa Conclusiones, poco antes había transmitido un video de Mario Limanchi, un hombre humilde y elocuente de 65 años, implorando que permitieran el paso del oxígeno clínico porque, de lo contrario, moriría. El video lo había filmado la doctora que lo atendía como un último recurso para salvar a su paciente. La médico, muy conmovida, contó en Conclusiones que Limanchi había muerto sin lograr su objetivo. Los sitiadores continuaron impidiendo el paso del oxígeno.

Estos episodios reivindican al gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada (Goni) y Carlos Sánchez Berzaín, su ministro de Defensa. Los dos en el exilio estadounidense desde octubre de 2003. Ambos tuvieron que hacerle frente a una insurrección de los cocaleros, dirigida por Evo Morales, mezclada con sindicatos radicalizados. A lo largo de varios meses murieron 69 personas, 21 de ellas militares que defendían la ley y el orden. Inmediatamente se movilizaron las ONG controladas por la izquierda y presionaron al gobierno hasta hacerlo saltar. Ahora es evidente que pretenden hacer lo mismo: conseguir que el débil gobierno de Jeanine Áñez trate de impedir el asedio a las ciudades, cosechar algunas muertes y retomar el camino del acoso judicial que tantos réditos les trajo en su momento.

Ya han conseguido cooptar a la ONU, según se desprende de la carta que le enviara el expresidente constitucional boliviano Jaime Paz Zamora y otros 257 firmantes prominentes a Antonio Guterres, secretario general de la institución. Parece que no confían en Jean Arnault, diplomático francés, delegado personal de Guterres en la crisis boliviana y amigo de Evo Morales. Se ha parcializado.

Realmente, es sorprendente la posición de la ONU con relación a Bolivia. Se supone que en el ámbito regional diplomático la OEA sea quien lleve la voz cantante o principal en el asunto. Al fin y al cabo, la OEA es una ONU del hemisferio americano. Pero como Evo Morales es conocido en su entorno, y como se sabe exactamente quién es, de su desprecio total a las formas democráticas, y de sus vínculos con la producción y el tráfico de cocaína, prefiere protegerse bajo el manto mayor de Naciones Unidas.

A Evo Morales se debe la destrucción de la labor unificadora de los partidos que fortalecieron la república incorporando a los indios al país. El enemigo natural de Morales, aunque no había nacido, es el Movimiento Nacional Revolucionario (MNR) y su jefe, Víctor Paz Estenssoro, quien lanzara la revolución en 1952. De esa revolución surgen el sufragio universal efectivo, los esfuerzos por alfabetizar las zonas rurales, la reforma agraria y la discutible nacionalización del estaño.

Mientras la revolución de 1952 se propuso unificar y modernizar a Bolivia, Morales, cuando ocupa el poder en 2006, intenta recuperar un mundillo precolombino imposible de restablecer. De cierta manera es y actúa como un caudillo contrarrevolucionario. Por eso declara el “Estado Unitario Social de Derecho, Plurinacional, Comunitario Libre, etcétera, etcétera” y oficializa las 37 lenguas que se hablan en el país, aunque solo se utilicen, abundantemente, el quechua (24%) y el aymara (18%).

Evo, enfermo de antioccidentalismo, no entiende que, para bien o para mal, el mundo ha unificado el desarrollo tras la huella de Occidente. Más aún: la idea del progreso es netamente occidental, como han comprendido los japoneses, los chinos y los surcoreanos. Mientras tanto, Evo Morales quiere ganar una guerra perdida en el siglo XVI. Pobre hombre.

@CarlosAMontaner

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