Aunque expresar la crítica puede asumirse de forma controvertida, considero imprescindible plantear la necesidad de una construcción histórica, que derrumbe lo que se está haciendo mal, para empezar de nuevo; quemar las naves una y otra vez, hasta llegar a puerto seguro.

Venezuela todavía yace en las penumbras más funestas de un régimen que luce moribundo, donde el pensamiento ha sido cautivo de dogmas irreconciliables e ideologías utilitarias sembradas en conceptos vagos para manipular al pueblo, que ha despertado de la ficción de la supuesta aventura humana dibujada como revolución y socialismo del siglo XXI, que se ha visto desmoronada por un ventarrón de verdades inconfundibles, que han resquebrajado ese coloso con pies de barro que Hugo Chávez vendió al mundo, y así comprender que el país entero navega desde hace mucho en sentido perdido.

Contrario a la posición de otras corrientes, este momento no debe significar el preludio del desquiciamiento colectivo, que intenta abrir brechas también erráticas al posicionarse en eventos de tipo electoral revestidos de engaños y fraudes, que solo generan más perturbaciones y decepciones en la población que lucha por mantenerse con vida a pesar del asedio pandémico y la persecución cruel que realiza el aparato represivo de la dictadura a quienes disienten de sus acciones totalitarias, la coyuntura actual más allá de lo trágico y doloroso, significa la posibilidad de un largo amanecer presidido por la libertad de todos.

El nudo gordiano se haya en la posibilidad de conquistar  la grandeza histórica que hasta hora la dirección política opositora ha desatinado continuamente. Un buen amigo psiquiatra, el doctor Walter Boza, un gran venezolano, en recurrentes oportunidades ha expresado: no basta con tener la razón, también hay que tener la fuerza, y de esta manera orientar en la razón de la fuerza y la fuerza de la razón. El pueblo, en su mayoría opositor al régimen, posee la razón; ética, moral e histórica, las deudas recaen en la imposibilidad de aglutinar una fuerza social, desde una acción cívica-política, que genere condiciones para negociar la transición desde un punto de vista de fortalezas, es allí donde se debe acentuar la estrategia.

Nuestra clase política no será eficiente mientras se plantee con pensamientos en conflictos, o disonancias cognitivas en términos psicológicos, los esfuerzos deben guiarse en organizar a la sociedad civil, y jamás colocarle trabas, el desconocimiento de la fuerza ciudadana por no pertenecer a un partido, es un error trascendental, la organización de la sociedad no solo  tácticamente fortalece a los partidos políticos, sino que fortalece a la democracia que debe ser la mayor aspiración, la acción antipolítica de concentrar las acciones en unos pocos partidos políticos, desluce y se coloca de manera antidemocrática en un país que lucha contra estas características de gobernar, la demanda natural es la creación de instancias reales de articulación que sumen  todas las fuerzas y no ahondar en el fracaso al plantear instancias revisionistas de las estructuras pasadas, lamentablemente el frente amplio posee estas características imposibles de soslayar.

El país necesita un rumbo, una acción cohesionada. Cada vez que se consulta nuestro destino la dirección política nos señala con los cinco dedos extendidos “por aquí, por allá, más allá”. Multiplicar los caminos, confundir, cambiar de sentido frecuentemente ha sido parte de la realidad de no contar con una línea sólida definida y organizada para lograr deponer a Nicolás Maduro de la usurpación del poder y procurar el renacimiento de la nación.

El ilustre escritor colombiano Gabriel García Márquez, en su obra El coronel no tiene quien le escriba, escribe: «Los seres humanos no nacen para siempre el día en que sus madres los alumbran, sino que la vida los obliga a parirse a sí mismos una y otra vez«. Es así como el liderazgo opositor en esta hora está obligado a parirse, a empinarse sobre sus propios errores, a rectificar y entregarse en un pacto con la sociedad civil y sus organizaciones; trabajadores, empresarios, Iglesia Católica, Iglesia Evangélica, izquierda democrática, campesinos, indígenas, partidos políticos y muchos más para salvar a Venezuela.

La ansiedad de que Venezuela recupere su prestigio de antaño, su libertad y su democracia se advierte resonantemente en todas partes, quienes más lo necesitamos somos los venezolanos, quienes hemos sido sometidos a la barbarie, a la pobreza como medio de control, a las criticas ácidas y muchas veces no sin razones, drama el nuestro que no dejaremos atrás hasta no arrancar de raíz el origen de nuestro infortunio, es tarea de todos los venezolanos recomponer estos entuertos descomunales que han desecho al país, necesitamos todas las voces al unísono para constituirnos en fuerza arrolladora, en fuerza eficiente que garantice la demolición de la maldad.

Finalmente,  a modo de conclusión quiero referirme a Miguel de Cervantes Saavedra, en el Quijote: “Todas estas borrascas que nos suceden son señales de que presto ha serenar el tiempo y han de sucedernos bien las cosas, porque no es posible que el mal ni el bien sean durables, y de aquí se sigue que habiendo durado mucho el mal, el bien ya está cerca”.

Esta sentencia no se refiere a la Venezuela de hoy sino a su propio tiempo, es imposible no sentirnos reflejados en ella, pues realmente es una síntesis espectral de lo que sufre Venezuela hoy, nos queda mantener esa ilusión, lograr la unidad superior de todas las corrientes del país y confiar firmemente en que el final de todo este angustiante mal está muy cerca.


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