«I heard an Angel singing» (WILLIAM BLAKE)

La semana pasada, un amigo me contaba el excelente trabajo realizado por un técnico en su vivienda. Llevaba tiempo queriendo hacer una instalación en casa hasta que encontró ese servicio y lo contrató. Me dijo que el instalador fue rápido y eficiente. Además, el hombre iba explicándole todo lo que hacía sobre la marcha, ‘ahora pongo este cable aquí y para que no le moleste lo fijo en este extremo si le parece bien’, y claro, esto agradó a mi colega. Sin embargo, justo antes de marcharse el técnico advirtió a mi amigo que seguramente recibiría una llamada telefónica de su empresa para que valorase el servicio acabado, adelantándose él mismo a su evaluación y sugiriendo que si le daba un 8 no sería positivo y que esperaba una calificación de 9 o superior.

En fin, no sé qué decir. Al parecer hemos llegado a un punto en el que nada vale lo que vale. Todo parece estar torcido y amañado. Cuando un señor que ha de ser evaluado por su compañía se autoevalúa a sí mismo y propone la nota al cliente significa que algo no va bien. O bien la compañía lo está haciendo mal, presionando a sus empleados, o los empleados están siendo intrusos en una función que no es la suya y que debería ser objetiva. Dirá usted, amable lector, que uno no tiene por qué hacer caso de la recomendación del técnico, y obviamente esto es así, pero la impertinencia del técnico sobra.

Esta conversación me llevó a pensar en voz alta con mi pana -como diría Ibsen Martínez- en el giro que podría darse a la Evaluación Externa de los Centros Educativos de Secundaria, en otras palabras, en las Pruebas de Acceso a la Universidad o EBAU. A este lado del Atlántico cada año, a principios de junio los alumnos con el segundo curso de bachillerato aprobado se enfrentan a pruebas selectivas en diferentes facultades universitarias en el caso de que quieran cursar Estudios Superiores. Durante tres o cuatro días de junio los estudiantes se examinan de modo genérico sobre las materias vistas en el último curso.

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Tal vez sea solo una causa perdida de esas de las de Judas Tadeo, pero creo que no sería descabellado aligerar esas pruebas de junio a lo largo del curso. No estaría mal realizar una o dos pruebas previas y sin avisar en cada uno de los centros educativos en los cuales los estudiantes quisieran optar a la EBAU (antes conocida como Selectividad o PAU). Plantearía condiciones inexcusables al alumnado como asistencia obligatoria a clase y puntualidad. El alumno que faltase a clase no podría realizar estos test sorpresa que serían vigilados por profesores elegidos por la Consejería de Educación. La atención al profesor, la disciplina, el temario de las asignaturas serían asuntos relevantes en el centro, por encima de cualquier otra actividad. Los estudiantes entenderían que una asignatura no sirve únicamente para aprobar un examen y obtener un título, sino que ha de ser práctica en el día a día. El nivel de exigencia que se impondrían a sí mismos se volvería entonces mucho mayor de lo que es ahora.

Alguien podría preguntarse qué sentido tendría este giro radical en la evaluación. La evaluación dejaría de ser un medio para conseguir algo y se convertiría en un fin en sí misma. Los estudiantes -ojo, los profesores también- tendrían que adaptarse y aceptar el hecho de que iban a ser evaluados en cualquier momento. Veamos la parte negativa: miedo a suspender (el cual ha existido siempre), puntualidad, asistencia diaria, material escolar disponible (cuaderno, libros, apuntes), atención al profesor (lo que dice es importante, no se debe perder nada de la explicación ni de la práctica), olvido del smartphone, … Un momento, es que los puntos de esta parte negativa no me parecen negativos en absoluto. Quizás, los estudiantes habituados a faltar a clase, a justificar su inasistencia, a hablar mientras el profesor explica y a no hacer nada, podrían ver más puntos negativos de los que ve un profesor como yo.

En fin, vamos a la parte buena, la parte positiva: alumnos atentos en clase, profesor haciendo su trabajo sin interrupciones, interés de todos para que, en caso de ser evaluados ese mismo, día todo salga bien. Aquellos estudiantes que viesen necesario redactar mejor, reforzar sus conocimientos de matemáticas o latín se esforzarían en clase para alcanzar el nivel del curso.

Cuando queremos ver si estamos bien de salud, nos sometemos a una revisión. Nuestro cuerpo no se prepara de antemano para que el test salga con buena nota, salvo que queramos engañar al médico y a nosotros mismos. Esto que escribo aquí hoy no se ha hecho nunca. Quizás quede todo en nada ya que es una especie de Evaluación Francesa. La elección es sencilla: blandura y felicidad o seriedad y rigor. Podría salir mal, pero también podría salir bien.


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