En Podemos han pedido vetar a Israel de Eurovisión por la dureza de su intervención en Gaza y yo ando acordándome de las chicas que Hamás asesinó mientras bailaban en el festival Nova de Re’im la mañana en que los parapentes se aparecieron en el cielo del amanecer y la muerte tomó posiciones en las rectas malditas de la carretera 232. Aquella mañana mataron a 260 asistentes al concierto y a otras mil personas en los ataques, entre ellos, dos españoles. Abundan los testimonios que jalonan una pesadilla de violaciones repetidas, torturas, pechos mutilados, objetos introducidos en el cuerpo, caderas descoyuntadas y genitales desgarrados y baleados en cadáveres hinchados con la ropa interior por la rodilla.

La violencia sexual sirvió como humillación a las mujeres israelíes, pero ninguno de estos crímenes contra la mujer ha despertado en todo este tiempo ninguna campaña por parte de la izquierda española, más preocupada en legitimar los ataques de Hamás como muestra de la heroicidad del pueblo palestino frente a Israel que de defender a las víctimas de aquel día. «Palestina tiene derecho a resistir tras décadas de ocupación, apartheid y exilio», escribió el mismo 7 de octubre Sira Rego, actual ministra de Infancia del Gobierno de España. En realidad, las mataron por bailar, por vestir, por ofender así a un dios terrible cuya grandeza jaleaban mientras arrastraban de los pelos a las rehenes con el trasero de los pantalones ensangrentados y las jóvenes violadas –labios temblorosos partidos por los bofetones y mechones de pelo arrancados–, esperaban a que llegara el siguiente monstruo con la mirada vaciada por el espanto.

Desde el 7 de octubre han aflorado informaciones e imágenes –no todas las que existen– que ponen de manifiesto el uso de la violencia sexual sistemática por parte de Hamás. También se ha hecho evidente una penosa asimetría por la cual habría que llamar la atención sobre el hecho de que un señor le abra la puerta a una mujer por ser mujer y él hombre, pero no que la violen media docena de tipos en un festival de música antes de matarla por judía, por guarra, por puta y por occidental. Aquellas chicas –que eran nuestras chicas–, sufrieron todo eso sin que el feminismo militante fuera a organizar en su recuerdo, defensa y condena de los crímenes que sufrieron, ni una puñetera manifestación, ni un ‘me too’, ni un ‘hermana yo si te creo’. Al contrario, en la izquierda de la izquierda sacaron los foodtrucks para defender la causa que amparó a sus asesinos y violadores. Ahora se viene Eurovisión convertido ya en un símbolo de reivindicación de la diversidad y de libertad en Occidente que, al parecer, aquí no aplica. Alrededor del festival de Nova y su coreografía de cadáveres no ha prendido toda la épica de pechos al aire al estilo Delacroix, reivindicaciones de la mujer como zorra y otras obras performativas sobre la legítima libertad femenina que tanto echo en falta cuando me acuerdo de las pobres chicas de Re’im.

Artículo publicado en el diario ABC de España


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