Todas las personas interactuamos entre todos de multitud de maneras, complicados algoritmos de consensos, infinidad de decisiones que deben ser gestionadas lo que requiere una organización y para ello solo tenemos una manera de hacerlo que es con estructuras sobre las que se delegan funciones y determinadas capacidades de decisión. La inmensa mayoría de la Humanidad ha asumido el artículo 1 de la Declaración Universal de Derechos Humanos, en el que se afirma que somos libres, iguales y que debemos ser fraternales, es decir, portarnos bien los unos con los otros, buscar el bien de los demás y que estas ideas son la parte esencial de nuestro consenso producido por la mano invisible de la sociopolítica.

Como comenté en mi anterior artículo, los gritos producidos con las palabras libertad, igualdad y fraternidad han sido constantes y continuos a través de los últimos siglos. Aunque realmente hasta el siglo XXI el ser humano no ha empezado a sentir en plenitud la libertad, y aunque ésta todavía no es completa, pues los hombres y mujeres actuales no son libres en todos los países del mundo, incluso en los países donde se goza de mayor libertad, no todos son libres. Desde luego donde no hay democracia no hay libertad, luego tendremos que valorar el tipo de democracia. Donde hay hambre tampoco hay libertad, ni donde la pobreza no permite el acceso a la cultura y la educación, ni donde las mínimas necesidades de supervivencia digna no son cubiertas, ni donde domina la xenofobia o la marginación del diferente por raza, sexo, religión, opinión política, idioma, inclinación sexual, edad, situación económica o cualquier otra causa. En todo país o zona que se viven estas situaciones no son zonas de libertad.

Dicho todo esto ya sabemos lo que es la libertad, sentimos la libertad y gozamos en gran medida de la libertad, aun cuando nos queda mucho camino por recorrer. Hemos avanzado fuertemente en las últimas décadas, aunque tengo la sensación, y espero que sea así, de que progresaremos a mayor ritmo en los próximos años y sin duda la mano invisible trabajará en este sentido.

El epicentro de nuestra esencia es la libertad, la misma debe ser administrada con la máxima igualdad la lucha permanente por ella y en beneficio del ser humano de cada uno de ellos y de la colectividad para procurar igualmente la felicidad de cada uno de ellos y del conjunto de todos ellos. Para ello no puede haber otro sistema político que no sea la democracia que se basa en el poder y la soberanía del pueblo para escoger y controlar a sus gobernantes de forma reglada y continuada en el tiempo y, como todos somos iguales, debe asentarse en el principio de un hombre o mujer un voto.

Es importante que los sistemas electorales vayan en consonancia con la forma y las reglas que los ciudadanos demandan. En este sentido puede haber variaciones de unos sitios o países a otros, incluso cambios en un país un momento histórico determinado a otro, pero son muchos los modos y maneras de hacerlo siendo posiblemente casi todas de índole democrático. Como con este conjunto de artículos no trato de hacer un estudio o análisis comparativo de elecciones políticas, ni de sistemas políticos presidencialista o parlamentario, si son elegidos por sistemas mayoritarios o proporcionales sino contrastar si son ciertamente democráticos y si de esta manera preservan los principios de la libertad, igualdad y fraternidad.

En esa línea si quiero matizar algunas cosas. En una ocasión Felipe González, presidente del gobierno español desde 1982 hasta 1996, en un viaje a China en el año 1985 dijo: «gato blanco, gato negro, da igual; lo importante es que cace ratones», proverbio chino. Aplicando esta sabia y profunda filosofía china, lo importante de lo que estamos hablando es que apliquemos el sistema electoral que sea, su forma de elección o su modelo de ejercerla es que realmente sea democrática y represente de forma leal y eficaz el pensamiento y los deseos del pueblo al que representan.

En cuanto al tiempo de ejercicio de un elegido debe ser concreto y suficiente para poder ejercer su trabajo de forma suficientemente eficaz, desde mi punto de vista en el momento actual debe ser elegido para un tiempo de unos cuatro o cinco años, menos de cuatro parece insuficiente y más de cinco excesivo. La reelección pudiera ser aceptable cuando se habla de jefe o presidente de gobierno, se debiera permitir una reelección lo que conlleva un período máximo de ocho o diez años continuados de gobierno y en el caso de presidentes o jefe de Estado en los sistemas presidencialistas, un máximo de ocho a diez años de presidencia sin opción a regresar, aún en el caso de que haya estado uno o varios periodos fuera de la presidencia. En los casos de países donde el arraigo democrático es bajo porque haya habido problemas con el abuso de la presidencia del Estado en tiempos cercanos, no debe haber reelección.

El límite de tiempo no tendría que ser aplicado a los jefes de Estado sin poder tangible que básicamente su poder fuera testimonial, representativo y no fuera elegido por sistema de sufragio directo como los jefes de Estado de Alemania o el de Italia o bien la reina de Gran Bretaña o el rey de España. También debería limitarse el tiempo de los legisladores sean diputados o senadores y de los concejales y alcaldes que no debieran ostentar su mandato más de tres elecciones o máximo de 15 años. Sí pudiese ser que un político ostente puestos de distinto tipo, pudiese agotar el plazo un cargo y ser elegido para un puesto de distinto tipo, por ejemplo, en España además de presidente del gobierno nacional, se puede ser presidente de gobierno autonómico, alcalde, presidente de diputación, o presidente de alguna cámara, diputados o senadores. También hay otros cargos que son por nombramiento político y a los que podrían optar sin limitaciones. En definitiva, que a pesar de estas limitaciones temporales todavía una persona puede vivir toda su vida en cargos o puestos políticos, no es exactamente positivo, pero legalmente podría ser.

Todos estos puestos o cargos representando a sus votantes y a las estructuras políticas que los han elegido tienen el poder de legislar, ejecutar acciones, liberar y gastar dinero del Estado, de los contribuyentes y someter directa o indirectamente a sus ciudadanos. Son las estructuras principales de nuestra democracia, tiene un poder a veces inmenso que nosotros, su pueblo, les hemos dado y por lo tanto lo deben ejercer a nuestro servicio, con humildad, dándonos cuantas explicaciones sean necesarias sin aprovecharse de ello para intereses propios, de sus allegados o de sus estructuras políticas próximas o producto de su propio partido o de pactos políticos. Todas estas menciones de usos personalistas y parte de estas son en esencia pura y dura corrupción, aunque todavía algunas de sus actuaciones en gran parte de los países, no están tipificados como ilícitos y por lo tanto penales.

La primera actuación básica a desarrollar para garantizar un adecuado funcionamiento democrático es toda la parte legislativa y como parte esencial, la Constitución, la ley de leyes que todo país debe tener en la que se debe recoger de manera clara y precisa todo el ordenamiento jurídico, la garantía y la definición de la separación de los tres poderes legislativo, ejecutivo y judicial, los derechos, obligaciones y libertades de los ciudadanos, los principios del sistema económico, el sistema electoral, la organización territorial y la forma de Estado.  La Constitución es la ley suprema del Estado y cualquier ley o norma sea del tipo que sea debe ser supeditado a ella. Las leyes limitan el libre albedrío del ciudadano siendo obligatorias, impersonales, abstractas, permanentes y generales.

Una buena Constitución es la que refleja fielmente el sentir y la forma de pensar de sus ciudadanos y debe ser producto del amplio y mayoritario consenso bien expresado continuamente por el mercado de las ideas y su mano invisible. No se debe redactar y aprobar una Constitución sino es producto de un amplio consenso y tampoco se desarrollarán leyes sin al menos buscar el máximo consenso posible, tampoco se debe legislar contra una minoría.

Todos los grandes temas se deben consensuar o por lo menos intentar consensuar entre la mayor parte de la sociedad y en su nombre con sus líderes políticos y sociales. En el mercado sociopolítico ocurre lo mismo que en el mercado económico con la existencia de una mano invisible que continuamente está activada y está expresando lo que piensan en millones de comentarios, explicaciones y hechos en cada momento, es recogido por líderes de opinión, representantes de grupos sociales y políticos, debates, comentarios públicos, de periodistas, analistas, líderes políticos, sociales y comunitarios, generando continuamente controversias.

En las últimas décadas esta interacción fue multiplicada por la revolución de la comunicación y en los últimos años por la actividad permanente y constante de la comunicación a través del mundo digital, las comunicaciones instantáneas y por redes sociales. Adam Smith definió de forma sencilla y clara la mano invisible de la economía que supuso el triunfo total de la economía de mercado sobre la planificada o la realizada a través del criterio impositivo de unos dictadores y sus gestores a sus órdenes. Probablemente y en la medida de que avanzo en mi análisis la mano invisible de la economía no es más que una parte de la mano invisible global que actúa sobre toda la sociedad, por lo tanto, la de la sociopolítica.

La diferencia es que el uso del dinero en las transacciones, la estructura numérica de los bancos, las facilidades de juegos con grandes sumas y restas y el poder dar un valor controlado de cambio de distintas monedas, de productos por dinero y de dinero por otros productos hicieron que la evidencia de la mano invisible de la economía aflorara más de 200 años antes que la mano invisible global de la sociopolítica, siendo la primera un exponente de la segunda.

Sectores políticos sociales intentaron destrozar o al menos competir con el mercado económico con la creación de la economía planificada para imponer criterios particulares de administración de la economía incluyendo el extremo de abolir la propiedad privada de los bienes de producción, anulando cualquier tipo de competencia y generando una economía totalmente ineficiente e injusta. Es evidente que la llamada economía capitalista basada en la economía de mercado y ahora aceptada por todas las ideologías, ante el fracaso estrepitoso del comunismo, estado socialista o economía planificada, necesita elementos complementarios para garantizar la igualdad y la fraternidad de toda la ciudadanía.

De hecho, en sus elementos complementarios se están imponiendo ya en el llamado Estado del bienestar, en general, implementado en países de Europa, de la Unión Europea y países nórdicos y en cierta medida en países de la OCDE. En gran parte de estos países hay educación de calidad gratuita, sanidad de calidad gratuita, buenas y completas redes de comunicación y transporte público fuertemente subvencionados y protección ciudadana de los sistemas de seguridad del Estado. Este último punto, el de la seguridad ciudadana, es de máxima prioridad para los ciudadanos, hace unos 20 años en unos estudios relacionados con temas electorales realicé una investigación sociológica sobre necesidades de los ciudadanos, la primera y la más importante demanda era la seguridad ciudadana, hoy en día sigue siendo así, disfrutar de un ambiente de seguridad y libertad es una prioridad para la población.

Precisamente para conseguir estos logros y avanzar en el confort y la felicidad de los ciudadanos funciona permanentemente la mano invisible y toda la estructura de poder democrática a favor y al servicio de la libertad y en beneficio de sus ciudadanos, siempre y cuando esta estructura sepa quién es el que de verdad manda que no es otro que el pueblo que se expresa y actúa a través de ella. Si estas estructuras no lo entienden así o intentan imponer sus propios criterios sin tener en cuenta el sentir y el consenso de la sociedad, no serán adecuados dirigentes políticos ni buenos gestores, no son de talante democrático y están abocados a la ineficiencia social y económica.

Recordemos que el imperio comunista cayó como un gigante de barro, desmoronado, escondido detrás de mentiras y falsas realidades. Había conseguido engañar incluso a sus mayores detractores.

En el mercado de las ideas es bueno, es necesario y se hace imprescindible que haya distintas opciones con diferencias de planteamiento que compitan entre ellos y que además generen alternancia en el poder, sería algo medio imprescindible. En el siglo XIX existían dos fuerzas que predominaban en gran parte del mundo, una de corte conservadora y otra liberal, ambas se disputaban las elecciones, es a mediados de ese siglo cuando surgió el socialismo utópico representado por el inglés Robert Oven y los franceses Saint Simón, Fourier y Cabet posteriormente a partir de la fundación de la liga comunista y del manifiesto comunista se desarrolló el socialismo científico o socialismo revolucionario fundado por Karl Marx y Friedrich Engels.

En el siglo XX el poder del mundo estaba básicamente en manos de conservadores y liberales conceptuados por la derecha política, socialdemócratas de izquierda moderada y los comunistas defensores de la dictadura del proletariado que son la izquierda radical. En ambos siglos hubo otro tipo de partido de ideologías como es el nacionalismo que hace prevalecer los derechos de la nación y la importancia de la misma, también hubo en ambos siglos dictaduras de derechas e izquierdas, lo que no hubo fueron democracias comunistas. En el siglo XX la izquierda socialdemócrata fue defensora de la democracia igual que muchos partidos conservadores y liberales, aunque no todos, y la izquierda fue abandonando poco a poco cualquier teoría de planificación económica y abrazó la economía de mercado.

Al final del siglo XX los países comunistas se desmoronaron y los que quedan aplican las teorías económicas capitalistas, en algunos casos como China, en forma de capitalismo salvaje, bajos impuestos al empresariado, prohibición de sindicatos de trabajadores, sin normas de seguridad e higiene en el trabajo, condiciones laborales decimonónicas y sin normas medioambientales. Una incongruencia total. Los países democráticos en las elecciones se turnaban las distintas fuerzas según su ideología en el poder, en el siglo XIX entre conservadores y liberales y en el XX básicamente entre la derecha moderada y la izquierda moderada.

Los nacionalismos son básicamente de derechas y en muchos casos de extrema derecha, con connotaciones xenófobas. La alternancia ha demostrado ser positiva y refrescante para la democracia. Hoy día un valor electoral es el cambio. Por otra parte, como comentábamos antes la permanencia continuada de personas y partidos en el poder corrompe la democracia. Con la llegada del siglo XXI nace la transversalidad que consiste en la pérdida de fuerza de las ideologías. En 1992 Fukuyama escribe su obra El fin de la historia, en la que plantea que la lucha de ideologías se ha terminado y el futuro político es la democracia liberal.

Pienso que la transversalidad es una evidencia. Existen unos pocos nostálgicos de viejas teorías revolucionarias del pasado, pero mantienen sus planteamientos como forma de crítica a todo lo que todavía no funciona adecuadamente por prurito intelectual, pero sin estar muy seguro de ello o por simple postureo.

Hoy en el mundo reina la idea de la libertad como eje fundamental y estratégico de todas las ideologías, nadie quiere renunciar a la libertad individual y no hay más funcionamiento económico que la economía de mercado, basada precisamente en la libertad de la oferta y la demanda. Los sistemas dictatoriales todos ellos productos de la opresión y la represión por la fuerza, van cayendo por sí solos por su propia incompetencia e ineficiencia.

La revolución de la comunicación es imparable y obliga a través de la mano invisible a que el poder dictatorial se debilite por la fuerza del mercado de las ideas. Sé que algunos me tacharán de iluso, de hecho en unas conversaciones sobre negociaciones que tengo con sectores chavistas para que cedan el poder, en una reunión de altos dirigentes, cuando estaban discutiendo los planteamientos de condiciones que yo les había trasladado, la mayoría básicamente aceptaba mis puntos que previamente había consensuado con la oposición, uno dijo “este señor (refiriéndose a mí por mi nombre), es un filósofo idealista iluso”, en el fondo me hizo un piropo, pero creo que los chavistas dejarán el poder, después los Ortega en Nicaragua y luego los comunistas dejarán Cuba, y así poco a poco todos, lo que no sé en cuánto tiempo, pero la revolución de la comunicación se los llevará por delante.

Recordemos que el motor de la revolución de la comunicación es la mano invisible. Es verdad que en medio de ese reinado de la democracia liberal viven con cierta fuerza movimientos nacionalistas oportunistas, muchas veces xenófobos y excluyentes. En Europa estos partidos y movimientos son considerados como extrema derecha, en muchos casos con toda la razón, pero en otros, como pasa con los nacionalistas e independentistas españoles son protegidos, cuidados y consentidos por partidos de trayectoria democrática histórica como es el caso de los socialistas españoles (PSOE) pero de este tema ya hablaremos en otro capítulo. Como también lo haremos de la corrupción en el doble sentido, económico personal y colectivo y en temas estructurales relacionados con el control y el manejo de la justicia o la compra fuerte de favores políticos y beneficios económicos en determinadas zonas a cambio de apoyar políticas globales. Esto último hoy día es aceptado como legal pero no deja de ser corrupción ética y venta de poder y privilegios a cambio de determinados apoyos.

Cuando Adam Smith habló de la mano invisible de la economía, su teoría fue fuertemente atacada durante los siglos XIX y XX por los sectores partidarios del control económico del Estado, los que entendían que había que dirigir y planificar la economía para cumplir determinados objetivos sociales y económicos. En definitiva, según ellos, había que intervenir la economía. Ahora, cuando triunfa la transversalidad de la democracia liberal la quieren intervenir determinados sectores con la justificación de implantar necesidades económicas y sociales basadas en la superioridad moral de determinadas teorías de las que hablaremos en otro momento. En todos los artículos, este es el quinto, pretendo que los 7700 millones de habitantes de la Tierra, tomen de verdad el mundo a través de las estructuras limpias de la democracia, sin límites ni trampas.

http://carlosmalodemolina.com/

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