Los voceros del régimen han arrasado con el valor de la palabra, demostrando que G. Orwell vive. Sin escrúpulo alguno han negado, frente a quienes nos acogen e invierten en nuestros compatriotas, la existencia de una diáspora que sobrepasa los 6 millones de ciudadanos, aproximadamente el 20% de la población de Venezuela.

Las implacables leyes de la incertidumbre y de las consecuencias impremeditadas, han convertido a la diáspora en una valiosa reserva internacional para la reconstrucción del país y el desarrollo de las ciudades y países de acogida, en un valioso activo para la integración y el desarrollo regional. Los beneficios de la diáspora, transnacional y transfronteriza, han llevado a incluir a la migración como uno de los objetivos del milenio. Hoy se la reconoce como un aspecto fundamental del desarrollo.

La acogida a los ciudadanos venezolanos en Latinoamérica, como antes lo hizo Venezuela con los ciudadanos del mundo, habla del resquebrajamiento de la dicotomía ciudadanos y extranjeros. Asimismo nos indica que la vida social no puede circunscribirse al “Estado nación” y que no es conveniente considerar al migrante como huésped  o migrante temporal cuyo ciclo se cierra con el retorno.

Los migrantes representan un poco más de 3% de la población del planeta, pero, como indica el informe OIM-McKinsey (2018), producen más de 9% del PIB global, unos 3 billones de dólares más que si se hubieran quedado en su lugar de origen. Estos datos hacen que resulte incomprensible que se facilite el flujo de bienes, servicios y capitales y se obstaculice el flujo del activo más importante: el capital humano.

La contribución de la diáspora al desarrollo está fuera de toda duda. La cuantificación de los aportes de la diáspora venezolana al PIB de regiones y países latinoamericanos certifica, una vez más, la relación entre migración y desarrollo. Por ende, la interrogante a responder es: Cuál es la menor estrategia de gobernanza y cuáles las políticas idóneas, para potenciar esa relación beneficiosa para todos los agentes, migrantes y países de acogida y origen.

Los datos de USA economizan argumentos. Ese país se ha beneficiado de las enormes contribuciones hechas por cerca de 4 millones de refugiados y ha hecho posible que más de 10 millones de inmigrantes irregulares reconstruyan sus vidas. Han desarrollado políticas que favorecen la inserción y no la expulsión o persecución, pues se reconoce que la diáspora da más de lo que recibe, propicia el crecimiento de la productividad y contribuye a la reducción de la pobreza global.

También lo hizo Venezuela, país receptor de inmigrantes. Hoy, como país de emigrantes, la diáspora venezolana fragua una nueva geografía del país, con millones de ciudadanos dispersos en centenares de ciudades y decenas de países, en edades productivas y reproductivas, a quienes es necesario considerar e incluir en la estrategia de desarrollo: económico, social, político, cultural y como pieza clave en el proceso de transnacionalización de empresas e instituciones.

El potencial que encierra la diáspora es cada vez más claro. Gobiernos de muchos países de acogida y origen estrechan relaciones políticas, sociales y productivas con la diáspora y sus asociaciones. Se ha ampliado e  intensificado el diálogo entre ciudades, gobiernos locales, universidades, sector privado, gremios y ongs.  El interés gira en torno a cómo aprovechar y potenciar los beneficios de la migración en todos los ámbitos, facilitado además por la interconexión y las transiciones digital y ambiental.

Los masivos procesos migratorios crean nuevas oportunidades para la integración regional, el desarrollo económico, el establecimiento de alianzas estratégicas, el emprendimiento como medio de integración,  la participación de empresas, trabajadores, gremios empresariales y sindicatos y  una mayor y mejor articulación público-privada. Con la diáspora se multiplican embajadores, agregados comerciales, emprendedores y trabajadores. No es mucho lo que se pide y nunca antes habían coincidido tantos en proponer la integración. La virtud de esta estrategia es la de no ser irrealizable, pues como afirma Antonio Cánovas, en política lo que no es posible es falso.

Contra esta estrategia conspiran diversos mitos y falacias con poco o ningún asidero en la realidad. Las más extendidas ven al migrante como destructor de empleo y salarios, una persona que exprime los beneficios del Estado de Bienestar existente en el país receptor, alguien que recibe más de lo que aporta. También atentan contra una estrategia viable aquellas perspectivas de “talla única” (todos son exiliados, todos son parte de bandas criminales, todos son refugiados), que incapacitan para dar cuenta de la complejidad y pluralidad de todo hecho migratorio. Igualmente insuficiente es la mirada a la diáspora como un fenómeno pasajero, que culmina con el retorno al país de origen.

La voces y acciones de la diáspora han mostrado las causas positivas por las que hay que luchar y no solo las circunstancias perversas a las que hay que enfrentar y oponerse. No se han conformado con poner en valor la triple D (Documenta, Denuncia, Difunde), construyen, proponen y se ocupan de los temas que agobian a los ciudadanos: quienes migran y quienes permanecen en el país. Quienes sólo denuncian la responsabilidad del régimen y no se ocupan de la inmensa agenda de temas que angustian a los ciudadanos, les podría suceder que acaben sin asuntos de los que ocuparse.

Sobre las iniciativas creadoras de la diáspora y su contribución al desarrollo se erige el eslogan: la diáspora es parte de la solución. Este no desconoce los desajustes temporales que pueda ocasionar en determinadas localidades y ciudades, espacios en los que se produce el hecho migratorio. Esto último hace evidente la necesidad de una mayor articulación entre los distintos niveles de gobierno: central, regional y local. También señala la urgencia de contar con información más acabada y desagregada para asegurar un más adecuado diseño de la estrategia.

En las actuales circunstancias de caída global del PIB y una creciente demanda de recursos de todos los gobiernos para atender a empresas y trabajadores, el aprovechamiento del potencial y las capacidades de la diáspora cobra mayor interés y significación. Eduardo Stein, comisionado de Naciones Unidas para la diáspora venezolana, ha señalado que ha sido la que menor apoyo financiero ha recibido (no se vislumbra a corto plazo la posibilidad de que la situación se revierta), realidad que no puede  convertirse en reproche y nos fuerza a aguzar la creatividad con el fin de encontrar  soluciones beneficiosas para todos los actores involucrados.

Hay una amplia variedad de temas, iniciativas y proyectos en la agenda de la diáspora: documentación, legalización, certificación de competencias, homologación de títulos, emprendimiento e integración, difusión de tecnologías, alianzas estratégicas, internacionalización de empresas e instituciones y un largo etcétera. Asuntos que no solo dependen o corresponden a los países receptores, también la responsabilidad recae sobre organizaciones e instituciones del país de origen.

La gran diversidad de la agenda de la diáspora puede optimizarse con la estrategia de gobernanza de la nueva geografía de Venezuela. La variedad de mecanismos organizativos y redes construidas por la diáspora han hablado algo durante dos décadas y es preciso conocer, escuchar y consolidar y ampliar lo existente, ya que los intentos por suplantarla resultan innecesarios e infructuosos. En este terreno cobra singular importancia el papel que pueden desempeñar las empresas, las cámaras binacionales y regionales, y los gremios empresariales y profesionales.

Piezas fundamentales de esa estrategia son la CONFIANZA y la CREDIBILIDAD, conquistadas a base de hechos, de un trabajo tenaz, sin crear falsas expectativas y con logros que han mostrado y demostrado el  compromiso de los migrantes consigo mismos, con el país que los alberga y con el de origen.  La confianza y la credibilidad constituyen un binomio sin el cual resulta difícil avanzar.

El esfuerzo realizado en el Observatorio de la Diáspora al construir información a escala de ciudades y localidades, no solo de países, y la información sociodemográfica, constituyen valiosos insumos para el diseño del proyecto. Haber creado instancias de relación entre asociaciones de la nueva geografía, allana el camino para la ejecución de la estrategia y las políticas que la integran. La creciente interconexión y consolidación de la diáspora y sus redes estimulan la esperanza.

La tragedia humanitaria, la destrucción ambiental, el colosal saqueo perpetrado a los venezolanos no puede convertirse en sello de la derrota; todo lo contrario, debe ser el acicate y el anuncio de la recuperación de la democracia y las libertades. El llanto de dolor de una profesora que en una entrevista reciente nos hablaba del deterioro de la universidad nos entristece y convoca a la reconstrucción de Venezuela. El éxodo masivo se convierte en una oportunidad para  la integración  y el desarrollo regional.

@tomaspaez

 


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