Toda este accionar disuasivo que realiza Estados Unidos, junto con sus aliados de la OTAN, para tratar de detener la amenaza rusa de invadir a Ucrania responden a una doctrina militar desarrollada para responder a los desafíos del siglo XXI y es conocida como Deterrence Strategic Multi-layer Analysis: una traducción libre sería Análisis Estratégico de Múltiples Niveles de Disuasión. El objetivo de este proyecto doctrinario ha sido el desarrollo de un sistema orgánico de información para entender a un adversario o a otras potencias de interés. La doctrina se fundamenta en las ciencias sociales y otras disciplinas; es decir, un sistema jerárquico que ayuda a analizar a una determinada sociedad u organización adversa.

Aspectos claves de estos estudios del adversario incluyen ideología, religión, valores, organización social, roles culturales, demografía y las decisiones de los actores políticos y militares en el proceso de elaboración de políticas. El esfuerzo se centra sobre todo en los fundamentos científicos de la disuasión para evitar que un adversario derive en comportamientos que amenacen o se opongan a los intereses nacionales de Estados Unidos.

En lugar de centrarse en las capacidades militares de un adversario, el sistema se enfoca en el análisis de las motivaciones del adversario para decidir una acción, sus intenciones y la estructura de su contrariedad. El sistema no ignora las capacidades militares del adversario, sino que, más que la destrucción de objetivos militares le otorga más relevancia a “centros de gravedad” a fin de neutralizar su capacidad para funcionar a nivel estratégico.

La raya amarilla

Para el Center for Strategic and International Studies de Londres, si bien las armas nucleares reducen la probabilidad de una gran guerra entre potencias, no previenen los conflictos convencionales. Por eso las principales potencias deben desarrollar nuevas formas de abordar estos conflictos. Regímenes autoritarios en diferentes latitudes desafían a Estados Unidos a través de acciones coercitivas (fuerza o amenaza de usar la fuerza o con manipulaciones cognitivas) para promover sus intereses, pero al mismo tiempo se abstienen de cruzar una raya amarilla informal autoimpuesta porque saben que si la cruzan correría el riesgo de desencadenar una respuesta agresiva de la primera potencia. En este formato se suscribe la gaseosa amenaza del viceministro del Exterior de Rusia de desplegar misiles balísticos en Venezuela y Cuba para responder a las acciones disuasivas de Estados Unidos en Ucrania y que algunos venezolanos tomaron en serio o con alarma. Amenazar es una cosa, traspasar la raya amarilla es otra. Por otra parte, se ha especulado que un buque oceanográfico ruso (observable en el mapa) que merodea por las costas de Irlanda y el Reino Unido tendría la probable intención de sabotear los cables submarinos de comunicaciones e Internet entre Europa y Estados Unidos. Otra amenaza que tampoco traspasará la raya amarilla.

Otro elemento clave de esta estrategia disuasiva de Estados Unidos en Ucrania es un subyacente mensaje a otros regímenes autoritarios y especialmente a China que debe estar observando con minuciosa atención cómo se desenvuelve Estados Unidos en esta crisis, para afinar su ambición de recuperar Taiwán por la fuerza ante la obligación de Estados Unidos de defenderlo.

Desde hace muchos años la concepción militar estratégica de Estados Unidos ha descartado las invasiones e intervenciones para cambiar gobiernos. Históricamente todas, a corto o largo plazo, salieron mal y afectaron los intereses hemisféricos de Estados Unidos. El impromptu de Trump de invadir a Venezuela y su “opción militar sobre la mesa” fueron decisiones originadas en la aparente confusión presidencial de creer que Venezuela era una suerte de isla del Caribe con un estatus similar al de Puerto Rico.

Operaciones Basadas en Efectos

Si esta estructura de disuasión fracasa, no habrá tropas de Estado Unidos en los campos de batalla de Ucrania. En teoría la respuesta responde a otra moderna concepción complementaria de operaciones basadas en efectos o Effects-Based Operations, como se conoce en inglés. En la definición del Pentágono, EBO son aquellas operaciones concebidas y planificadas en el marco de un sistema que considera en su totalidad los efectos directos, indirectos o en cascada, que bien pudieran ser militares, diplomáticos, psicológicos o económicos. Estas operaciones se concentran en buscar una «salida estratégica» lo cual implica que no necesariamente incluyen tácticas estrictamente militares. De modo que cuando la tesis se refiere a «efectos» estos son físicos funcionales o psicológicos como resultado de acciones no necesariamente militares. Un apoyo de esta naturaleza facilitaría una lucha de resistencia ucraniana a una presunta ocupación rusa.

EBO comenzó a estudiarse durante la Guerra de Vietnam y comenzó a adquirir su forma después de los ataques del 11 de septiembre de 2001. El Comando de las Fuerzas Especiales Conjuntas de Estados Unidos define a EBO como un proceso que busca determinados efectos en el enemigo a través de sinergias y una acumulativa aplicación de capacidades militares y no militares en todos los niveles de un conflicto. En teoría EBO considera a una fuerza militar enemiga en términos de un sistema. Si Estados Unidos neutraliza algunos nodos o mecanismos dentro del sistema operativo de una moderna fuerza militar enemiga, el efecto sería interrumpir o desactivar los variados componentes de la estructura de esa fuerza enemiga hasta hacerla colapsar.

Durante la Operación Desert Storm 1990–1991 contra Irak, el estratega militar John Warden usó con éxito un modelo fundado en esta teoría llamado de «círculos concéntricos» que tenía como objetivo paralizar el liderazgo militar «desde adentro» atacando directamente estructuras de comunicación, comando y control.  Como la guerra es un choque de voluntades opuestas, un elemento fundamental es buscar un cambio de mentalidad o de conducta del enemigo. El objetivo es manejar las percepciones y reacciones de determinados grupos del enemigo a fin de enviarles señales claras, sin ambigüedad, para que las comprendan y reaccionen de una manera racional y predecible. Esta confrontación podría develar las verdaderas capacidades de Estados Unidos en guerra cibernética, hasta ahora un secreto bien guardado, y conocer si un cyber-ataque es mayor o menor que un asalto militar físico.

Una propuesta económica

La guerra se libra en términos económicos y bajo esa premisa cada uno de los enfrentamientos tienen un costo. Un torpedo de 300.000 dólares hunde un crucero de 30 millones y así hasta miles de millones. Los efectos EBO y las severas sanciones (en Estado Unidos las califican como la “madre de todas las sanciones”) en la economía rusa son probablemente los factores de mayor consideración de Putin para su decisión. El tamaño de la economía rusa es la tercera parte de la economía del estado de California y pese a sus significativas reservas internacionales, no son infinitas.

Como consecuencia de estas acciones estratégicas y disuasivas de Estados Unidos, la esencia de la estrategia rusa se ha visto ya comprometida. Toda esta parafernalia militar de Putin tenía como objetivo estratégico detener en la frontera occidental de Ucrania la expansión de la OTAN. Con los movimientos preventivos de tropas de Estados Unidos y la OTAN a Polonia, Bulgaria, Rumania, Latvia, Estonia y Lituania, en los flancos a Rusia, se ha logrado que Putin se encuentre ahora en una posición opuesta a su objetivo estratégico original.

“En el mundo del poder no existe el statu quo”, dice John Mearsheimer, el más representativo doctrinario del realismo político. “Una potencia que tenga una marcada ventaja económica y militar sobre sus rivales se puede comportar más agresivamente, en virtud de esa capacidad”. Si las relaciones entre estados están determinadas por niveles de poder que se derivan fundamentalmente de la capacidad militar y económica, es difícil adivinar qué es lo que quiere Putin aparte de la ilusa y egotista idea de restaurar la Unión Soviética o seguir los pasos de Pedro el Grande.

En cualquier caso, estas pretensiones rusas no cuadran con la realidad de un país que el difunto senador y candidato presidencial John McCain comparó, sarcásticamente, con una enorme estación de gasolina.

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