El problema político fundamental que enfrenta el país no es el de odio o simpatía hacia el gobierno. El problema es que el tiempo histórico del madurismo ha llegado a su fin. Con base en sus consignas ideológicas el régimen ha intentado, durante veintidós años y fracción establecer variadas reformas, con resultados infructuosos en cuanto al logro de los objetivos. Frustró así a una  mayoría, inicialmente abundante, que ingenuamente creyó y pensó que el régimen chavomadurista resolvería algunos problemas seculares del modelo de crecimiento venezolano como han sido la exclusión, la inequidad y la corrupción. Pero, al igual que todos, también han visto frustradas sus expectativas.

El régimen ha tenido la mejor de las oportunidades para gobernar, pero la ha desperdiciado miserablemente. Ha sido incapaz para conducir los cambios que pretendía y ha demostrado una proverbial ineficacia para instrumentarlos. No entiende ni ha entendido su momento histórico, que el país no quiere el tiempo pasado, que rechaza las consignas del tiempo presente y que solo le interesan las alternativas hacia  el futuro. Chávez y Maduro no han podido o no han querido adecuar el ejercicio de su administración a las necesidades reales del desarrollo del país, a lo que este necesita y demanda: un buen gobierno que trabaje positivamente para alcanzar metas de desarrollo, bienestar y progreso cónsonos con los niveles de ingreso que el país percibe y ha percibido. El país necesita modernizar las estructuras del Estado, dotar de eficiencia y mejorar la productividad de las estructuras administrativas  que existen y garantizar a la ciudadanía un sistema de justicia y legalidad. Pero, el gobierno responde con más centralización administrativa y más presencia del Estado en las actividades económicas; menos autonomía de acción para los entes públicos y mayor control gubernamental para las actividades privadas. Lo que ha hecho es  retrotraer al país a etapas históricas que ya habíamos superado. Actualmente, se constata que las instituciones fundamentales de la nación están afectadas al máximo, en su operatividad y credibilidad por los abusos, las arbitrariedades, la corrupción y las equivocadas políticas públicas del régimen y; en lugar de la rectificación o la intención de hacerlo, nos topamos con la dramática visión presidencial: “Aquí no hay nada autónomo. El gobierno es uno solo y yo lo presido”

Todo esto explica el descomunal fracaso de la gestión pública de este gobierno al que, desafortunadamente aún no se le  termina el tiempo de su mandato, pero sí el tiempo y la oportunidad de hacer y crear que le ha dado la historia. Ha llegado el momento en que la colectividad venezolana use sus capacidades para crear las condiciones que obliguen democráticamente al régimen a dejar el paso libre a quienes pueden conducir mejor los destinos del país hacia las metas que aspira la colectividad que no son, por cierto, las sandeces que plantea el autócrata de Miraflores.


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