Finalmente, como si fuera una serie de Netflix, la oposición congregada en la Asamblea Nacional legítima dio el remate a las posibles alternativas que podía ofrecer su complicada historia (o historieta) que ─pese a no ser favorita del público en general─ sí es de interés y consecuencia para la vida nacional. Nos referimos a la continuidad de Guaidó, la reforma del Estatuto de la Transición y temas conexos.

Igual que en las series de suspenso, fue necesario esperar hasta pasadas las 10:00 de la noche de casi el último día para que se develara un acuerdo cuya lectura ─y peor aún su interpretación─ no arroja ninguna claridad acerca de cómo queda el ya casi exangüe interinato, ¿quién gana, quién pierde, cómo queda Guaidó, cómo queda el G4 (hoy apenas languideciendo como G3), cómo queda Borges, qué pasará con la burocracia “interina” y en especial su cuerpo diplomático, etc., etc.? También ─y no por último menos relevante─ ¿qué ha pasado con los reales que se manejaron y qué ocurrirá con los activos cuyo control se disputan los representantes de los “buenos” y de los “malos”? Este columnista se permitirá aquí dar su propia interpretación sin otra aspiración que contribuir al debate nacional sobre el tema, opacado ya por cosas más importantes como el  sorpresivo parto y prematura muerte de la cafetería Starbucks, la inauguración de nuevos bodegones y el alucinante discurso de fin de año ofrecido por el usurpador desde los jardines de un Palacio de Miraflores decorado e iluminado a todo dar cual si fuera la residencia de algún personaje de Las mil y una noches, despreocupado acerca de si se iría la luz, derrochando energía y profiriendo la mayor cantidad de falsedades por metro cuadrado jamás oída en eventos ni aunque sean festivos.

Quien esto escribe no cree ni tiene la más mínima esperanza en que lo convenido vaya a tener más vigencia que la formalidad de un papel firmado por quienes han demostrado absoluto y reiterado desapego por lo que hayan suscrito. Dicho eso, veamos algunos de los aspectos relevantes:

a) ¿Cómo queda Guaidó? En el papel quedó ratificado por un año más, no sin dejar de ser evidente que “se salvó de vainita”, siendo que en las primeras discusiones de la reforma del Estatuto la idea de Primero Justicia era rasparlo. Pareciera ser que alguna dosis de razón y una mayor de pragmatismo aconsejaron mantener la figura del jefe del interinato quien ─con sus más y sus menos─ tiene mayor aceptación personal que ninguno de los que le están velando el puesto. En cuanto a sus atribuciones no queda claro cuáles serán, si las de una democracia parlamentaria (que es inconstitucional) o si el señor se calza bien los pantalones, coge el toro por los cachos y se libera de la jaula donde lo tienen encadenado. Este escribidor prefiere lo último.

b) ¿Cómo quedó Borges? Sin entrar a juzgar acerca de la validez de las acusaciones que formuló es evidente que él y su partido político fueron los perdedores de la pulseada. Toca ahora ver si en esa condición se convertirán él, Capriles y otros en una fuerza a favor de la restitución democrática o si van a seguir jugando su agenda grupal por encima del interés nacional. Me temo lo peor.

c) ¿Cómo queda la Asamblea legítima? En principio –y sin estar completamente seguros del fundamento constitucional favoreciendo la continuidad– el asunto no parece revestir mayor importancia toda vez que nada de lo que ella haga tiene relevancia práctica alguna, salvo –y este es el punto de tranca─ la posibilidad de continuar administrando y disponiendo de los recursos de los activos en el exterior que ─a su vez─ han sido y son parte clave de la polémica entre “buenos y malos” y también dentro del propio bando de los “buenos”.

d) ¿Qué pasará con la burocracia del interinato, especialmente los embajadores? Quien esto escribe entiende que para poder mantener todo el aparato ─así sea modesto y carente─ que implica gestionar un interinato aunque sea virtual, es necesario contar con el concurso de un equipo humano calificado, comprometido y que además dedique su tiempo a la causa. Nos consta que muchos lo han hecho y lo siguen haciendo con mística, con escasa o ninguna retribución, con la ayuda de un nutrido voluntariado y hasta gastando sus recursos personales. Criticamos que desde esos círculos de dirección no se haya dado relevancia a la transparencia que el uso de dineros públicos requiere y mucho más aún en circunstancias tan excepcionales.

Quien esto escribe tiene ─hasta ahora─ confianza absoluta en la honorabilidad del señor Guaidó y de sus propósitos (no así de todos quienes le rodean). Sin embargo, entendemos que de golpe hayan surgido controversias agrias cuestionando la transparencia en el manejo de los fondos dispuestos. Quienes conocen los intríngulis de cómo se maneja este tema nos aseguran que ni un centavo se desembolsa sin una previa auditoría interna y sin la autorización de la OFAC (agencia del Departamento de Justicia de Estados Unidos), que reconoce a Guaidó como presidente (E) y en cuyo territorio están los activos protegidos por decreto (Executive Order) del presidente de ese país para evitar su ejecución por los acreedores. Recientes acusaciones y muy pertinentes preguntas formuladas por el serio periodista Eugenio Martínez requieren respuestas claras y concretas. Si a los “malos” se les critica por su criminal opacidad, los “buenos” debieran desde hace rato haber hecho gala de una pulcra transparencia. Hoy han quedado atrapados en la conseja de “piensa mal y  acertarás” que suele ser muy aplicable en la política latinoamericana en general y venezolana en particular.

e) Embajadores: es harto evidente que la supervivencia del interinato se debe en gran medida al apoyo internacional. Este se debe a la razón que abona a nuestra posición y al incesante trabajo de aquellos que designados por la Asamblea Nacional ayudan a la causa democrática en todas las latitudes. Eso no se puede hacer solo por Zoom ni Whatsapp. Requiere contacto personal, compromiso y machacona insistencia. Venezuela no es el ombligo del mundo ni está en el centro de toda la escena internacional. Hay que estar encima.

Para eso se nombraron “embajadores”. Tal vez más de los necesarios y en muchos casos con el inveterado vicio de ser fichas de los partidos políticos. Unos han dado la talla, otros no. Es necesario rendir cuenta de los costos y los logros. Si hay que prescindir sería lamentable pero deberá prescindirse, especialmente de aquellos que operan apenas como “representantes de Guaidó” u otras denominaciones que no implican el reconocimiento pleno del gobierno encargado como legítimo y único representante de Venezuela. Basta de jugar como amantes clandestinos en cancillerías que nos pican el ojo y luego se entienden también con Maduro. En América los que se juegan con nosotros son Estados Unidos, Canadá, Colombia, Guatemala, Honduras (hasta que cambie presidente dentro de poco), Brasil, Paraguay, Uruguay y algún otro. En Europa están los “que sí pero no”, excepto Reino Unido, etc. Naturalmente, en los organismos internacionales donde se reconoce al interinato como representante único, tales como la OEA, el BID, etc., se deberá preservar la presencia. En ese plano habrá que moverse con la filosofía del recordado estratega Eudomar Santos, “como vaya viniendo vamos viendo” . No hay real ni ambiente para jugar figuritas.

f) Protección de activos: Hay que entender que en esta materia la situación del interinato es extremadamente débil por no decir angustiante. En Estados Unidos ─como se dijo más arriba─ el único escudo que yace entre Citgo, Pdvsa y los acreedores y bonistas con sentencias firmes a su favor es la Executive Order que cada seis meses renueva el presidente del país, si ello es de su conveniencia. En Inglaterra estamos a la espera de un fallo para ver quién se queda con el oro. En Colombia, Monómeros está intervenida y al borde de la quiebra –todo esto no ocurrió ni desde ayer ni por las sanciones, pero si la piñata llegara a reventar no se tenga duda de que la culpa se asignará a quien en ese momento la tenga en la mano.

@apsalgueiro1

 

 

 


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