Con la epidemia de coronavirus, que se esparce peligrosamente por el mundo, además de la profilaxis, algunos países han debido tomar medidas drásticas de contención, incluso confinando a los ciudadanos en sus casas o en sus regiones (como Wuhan, en China, o Lombardía y el Véneto, en Italia), suspendiendo actividades escolares y eventos masivos, instando al “teletrabajo”, o prohibiendo los vuelos procedentes de ciertos países. Aun así, los sistemas sanitarios de los países afectados están colapsados o a punto de colapsar. Una epidemia, que inicialmente estaba localizada en China, se ha extendido por Asia, Europa, África, Estados Unidos, y América Latina. Obviamente, Venezuela no es inmune, e importa saber si estamos preparados para hacer frente a esta emergencia.

En un país en donde no hay libertad de información, y en donde las instituciones públicas se han acostumbrado a operar con la más absoluta opacidad, ni siquiera estamos en capacidad de saber si, hasta el momento, estamos libres del coronavirus, o si, por el contrario, éste ya está instalado entre nosotros. No sabemos si ya hay personas contagiadas, cuántas, en qué regiones, cómo se contagiaron, qué otras personas podrían estar expuestas, o qué medidas se están adoptando para curar a los enfermos y para impedir que la epidemia se extienda por toda Venezuela. Ni siquiera sabemos si el gobierno tiene respuesta para cada una de esas preguntas.

Tenemos la ventaja de que aquí no hay que prohibir los vuelos procedentes de Italia, Alemania, Canadá, Estados Unidos, y un largo etcétera, porque hace tiempo que esos vuelos ya dejaron de venir, por decisión de las compañías que los operaban. Los vuelos de TAP, la línea aérea portuguesa, ya habían sido suspendidos por el régimen, por razones políticas, y en los casos de Francia o España son muy pocos los vuelos semanales que todavía aterrizan en Maiquetía. Es probable que esa circunstancia nos haya mantenido aislados del coronavirus. Pero los vuelos privados de los funcionarios del régimen a China, Irán, y Estambul, continúan operando, y pueden ser el vehículo para traer enfermedades a las que no estábamos expuestos. Si hubiera los elementos para hacerlo, tal vez no sería exagerado ordenar desinfectar el Palacio de Miraflores, el Fuerte Tiuna, la rampa 4, y el aeropuerto de La Carlota. Aunque, probablemente, para prevenir el contagio, basta con la circunstancia de que los funcionarios del régimen no se atreven a acercarse al pueblo.

En un país en el que no hay un suministro regular de agua potable, debidamente tratada, ¿cómo pedirle a la población que se lave las manos y mantenga hábitos de higiene que permitan mantener a raya cualquier tipo de virus? ¿Cómo pedirle a la gente de los barrios que adquiera jabón, si no tiene dinero para comprar comida?

Desde hace mucho tiempo, debido a la falta de transporte público, es difícil que la gente pueda llegar a sus sitios de trabajo, si es que aún lo tienen. Por desidia y falta de mantenimiento, los cortes de electricidad son habituales, las redes telefónicas no funcionan, y no siempre hay acceso a Internet; en esas circunstancias, ¿cómo instar a las empresas que aún subsisten a que recurran al “teletrabajo”?

Sería mezquino negar que la iniciativa de llevar los médicos (o paramédicos) a los barrios, para fines de una atención o de un diagnóstico primario, fue una decisión acertada; pero eso debió ser el complemento de la red hospitalaria que ya existía, que nunca debió ser abandonada o desmantelada, y acompañada de políticas públicas que hubieran estimulado a nuestros médicos a permanecer en el país. En una emergencia sanitaria como la actual, el elemento clave es la existencia de una red de asistencia, que cuente con personal médico y paramédico calificado, dotado de las infraestructuras adecuadas, con los equipos, ambulancias, materiales y medicinas indispensables para atender a la población; pero, que se sepa, nada de eso existe actualmente. Y, aunque Ud. no lo crea, después de 20 años de “revolución bonita”, Venezuela no está en capacidad de hacer frente ni siquiera a una epidemia de gripe.


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