Joe Biden | Foto AFP

Si hubo un hecho que en este régimen determinó abiertamente un antes y un después en las relaciones de Venezuela con Estados Unidos, fue aquel desplante de Chávez con el que despachó la generosa y necesaria ayuda norteamericana en la tragedia de Vargas. Desde aquel entonces, ese hecho, aparentemente muy puntual, constituyó el precedente de una ofensiva interminable de animadversiones, insultos, vejámenes, etc., que tenía el objetivo premeditado de convertir a Estados Unidos en el blanco favorito de sus odios estratégicos.

Satanizados como los acérrimos enemigos externos, los norteamericanos recogieron velas y en cuestión de pocos años quedaron aventados de un país con el que habían mantenido excelentes relaciones en todos los ámbitos; especialmente en lo social, cultural y económico durante los 40 años anteriores a la instauración de esta dictadura.

Los más recientes acontecimientos dan cuanta del inexplicable rezago geoestratégico y geopolítico de los estadounidenses. Su área de influencia ha sido quebrantada por el accionar de una Rusia, venida a menos por la pulverización de la URSS y por la aparente extinción de la Guerra Fría, que ha actuado impunemente con sus alfiles en América Latina y el Caribe en un renovado modus operandi que evita encontrarse con el coraje de los norteamericanos puesto de manifiesto en la crisis de los misiles, o con su determinación de respaldarnos en la lucha que libramos contra la guerrilla castrista para proteger nuestra entonces incipiente democracia.

El manual de procedimiento del Foro de Sao Paulo y el Grupo de Puebla se ha mostrado eficaz e implacable. Su avance se ha hecho evidente luego de algunos infortunios. La escalada electoral mediante métodos inescrupulosos y discursos irresponsablemente demagógicos está escudada en la legitimidad que presumen los votos. Así ha sido con Fernández, López Obrador, Boric, Castillo, Arce, el estrenado Petro y será muy probablemente con Lula. Todos estos gobiernos, que se muestran bajo el amparo electoral, complementan un alarmante escenario geoestratégico y geopolítico con los regímenes de Venezuela, Cuba y una Nicaragua que está presta incluso a ser un enclave militar ruso en tiempos que se suponen para ellos comprometidos con la invasión militar a Ucrania.

Pareciera que los rusos sí juegan y se prepararon para recuperar el protagonismo perdido. El escenario antes mencionado les facilita una contraofensiva por estos predios que estuvieron acechados conforme los cánones de la polarización Este-Oeste. El desaparecido internacionalista Demetrio Boersner, en su excelente trabajo “Venezuela en el escenario estratégico global”, ya mencionaba que “desde 2002 en adelante, Rusia ha logrado reforzar su posición, sobre la base de una gran expansión de sus exportaciones de petróleo y gas natural, junto con una enérgica política de reafirmación de su condición de potencia internacional”.

En este contexto, el caso colombiano es el más inquietante, tanto para los del norte como para Venezuela, en el plano geoestratégico. La canciller Marta Lucía Ramírez declaraba en marzo de este año sobre el rol de Colombia dentro de la OTAN, dijo: “El estatus de Colombia como aliado preferencial estratégico no miembro de la OTAN de Estados Unidos no solamente significa una alianza para temas militares y de equipamiento militar, sino que también responde al diálogo de alto nivel entre ambas naciones, donde hay 8 temas claves para el futuro de Colombia y de la relación bilateral: desarrollo económico, educación, desarrollo rural, seguridad y defensa, democracia, migración, cambio climático y COVID”. La suerte de esta alianza, mediante la cual Colombia ingresó de forma oficial a la lista de países que son “aliados principales” de la OTAN, la define la esencia y objetivo anticomunista de este organismo, en el marco contranatural del nuevo régimen “petrista”. También la definirá la política internacional del nuevo régimen colombiano, especialmente en sus relaciones con Estados Unidos. Pareciera inconcebible que sus bases, armamento, equipos y asesoramiento militar se mantuviesen incólumes.

En nuestro caso, el cuadro no puede ser más desconcertante. Desde la oposición siempre se ha visto a Estados Unidos como un gran aliado para el rescate de la democracia. Su empeño ha sido infructuoso por varias razones, entre otras, por la falta de sindéresis de quienes dirigen esa oposición, que debilitan ese apoyo llevándolos a darle el respaldo y financiar a un ficticio “gobierno interino”, como único recurso para enfrentar esta dictadura y al planteamiento de un diálogo que cada día se difumina más al pretender irrealidades. Maduro se muestra fortalecido; tiene otro cómplice en el poder, en una compartida gran frontera que ahora se presta más para cualquier ocurrencia.

Lo anterior contrasta con la adopción de aquellas posiciones que respondieron a los fines por los cuales reculó Nikita en Cuba y Castro fue derrotado en la Venezuela de los primeros gobiernos democráticos. Estados Unidos debe revisar el porqué en su área de influencia se ha presentado un escenario geopolítico que se inclina cada vez más decisivamente hacia el Este y que se agrava por la vinculación de estos regímenes con el narcoterrorismo.

De nada valen gestos de acercamiento con estos forajidos, ni alianzas puntuales, ni cumbres retóricas, ni perdones selectivos. Esto no ha dado resultados, antes por el contrario se ha estado consolidando el cartel de los indeseables.

@vabolivar


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!