Es más que sabido que los istmos son nefastos para las personas y cuánto más para las naciones, pero ¿qué pasa cuando un istmo se hace dogma? Estos pasan a formar parte de la fe de las naciones, por ejemplo, la colectividad tiene fe en que todos somos iguales, cuando esto en ninguna parte ni en ninguna época es así.

Entre otras cosas, se suele pensar en la separación del Estado y la religión, tal como lo intentó Bonaparte con la archiconocida compilación del Código Civil de Occidente, aunque esta sea una de las razones de peso de su derrocamiento por parte de status quo del orden establecido; dicho esto, el Estado, la religión y el gobierno, ni en esta época, ni en ninguna otra, han sido separados y es tan supersticioso como en las ceremonias de épocas de los imperios derruidos del pasado, ya que ni en la civilización del Indostán, Sumeria, Persia, Egipto, Grecia, Roma, y todos los sucesivos gobiernos mundiales hasta la actualidad, dotados no sólo de los dogmas de la religión, la fe, sino de prácticas, doctrinas, actos litúrgicos, actos de “magia”, al punto de que siempre es la espiritualidad el que ben/dice el sistema de gobierno, situación que en la actualidad no ha cambiado en nada, ya que existe el mismo clientelismo por parte de la religión en todas sus modalidades, hacia los sistemas de gobierno, muy estrechamente relacionados en los sistemas laicos o de la contemporaneidad, de los que no escapan los sistemas ateos, revolucionarios, dialécticos materialista de Oriente y Occidente.

Así pues, la historia revela cómo la religión y el Estado se necesitan el uno al otro como el mito de Rómulo y Remo, esta fusión de ambas fuerzas han desarrollado y crecido los regímenes políticos de ayer y hoy, entre las que se cuentan los sistemas políticos clásicos, como los de la tiranías y los totalitarismos en todo el mundo.

Dicho esto, no tiene por qué ser causa de asombro cómo los regímenes tiranos, o modelos cerrados de gobierno, subsisten paralelamente a las sombras de la religiosidad más excelsas, sublimes, pietistas y conservadoras, en todas las culturas, al punto de que sin esta facción espiritual del sistema no podrían desarrollarse ninguna de sus formas.

Es por ello, la boda de la religión o las distintas formas de estas, o estilos ético de la moralidad “sagrada” que están siempre en el seno de los palacios de los sistemas políticos, para bien o para mal de las naciones, ya que a través de los conocimientos históricos, sociales, políticos, económicos, e incluso militares, no es posible, el desarrollo de ningún sistema de gobierno, sin el sustento esencial del culto divino hacia lo sagrado, no conocido por el ser humano.

En concreto, Estado y la religión es la fórmula que ha sido y es la llave de cualquier sistema político y todo lo que ello desencadena, siendo este matrimonio, el que da pie al mantenimiento al culto hacia lo invisible, y de parte de estos modelos espirituales, hacia modelo de Estado y gobierno.

De allí que, tanto buenos como malos sistemas políticos y de gobierno, tienen una estrecha relación con el mito, lo “mágico”, eso también, explica la superstición en todo ello. Este binomio es un hecho histórico que se ha registrado en todas las civilizaciones y al que se le ha hecho resistencia por parte de los distintos paladines, héroes, avatares o mensajeros en la historia.

Por otra parte, se creía que con la aparición de la dialéctica materialista, puesta en escena por uno de sus fundadores, Darwin, y su contemporáneo Karl Marx con su darwinismo social, se iba a romper con esa relación de poder entre Estado y religión y las consecuencias desembocadas en los totalitarismos de Estado; no obstante, es cuando más se ha consolidado la relación satánica de poder, entre el modelo de dirección central del Estado y la religiosidad de las distintas ideas de las cosmovisión del mito, al punto de que es en los Estados con más políticas de dirección central en donde las figuras del principal representante del Estado fungen como mesías derrotados de esa fusión filosófica de la historia. Es decir, ni las tesis evolucionistas, ni el materialismo histórico revolucionario en sus mejores versiones, han acabado con los sistemas tiranos, sino que por el contrario los han fortalecido bajo otras formas del mito de opresión al ser humano.

Para finalizar, el fin último de todas las ciencias, religión y conocimientos, va más allá de la libertad, su esencia se centra en el bien absoluto; sin embargo, la historia revela cómo las categorías del conocimiento nadan contra corriente.


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