El Estado, como organización social, surgió alrededor de los siglos XV y XVI en Europa, en medio de la crisis del feudalismo y el surgimiento de las monarquías absolutas. Los reyes ampliaron su predominio territorial mediante acuerdos con los señores feudales o mediante el  uso de la fuerza. Su objetivo fue  centralizar el poder para garantizar la seguridad interna y externa. Una nueva clase social, la burguesía, respaldó ese proceso. El Estado moderno se fue fortaleciendo mediante la creación de instituciones que le permitieron ejercer eficientemente sus funciones. Al mismo tiempo, se estableció una importante burocracia, a la cual se le atribuyeron funciones en los ámbitos políticos, militares, religiosos, económicos y sociales. Las monarquías, en su esfuerzo por garantizar la soberanía sobre sus territorios, fortalecieron la autonomía de sus finanzas mediante el establecimiento  de eficientes sistemas de recaudación y la creación de ejércitos permanentes. Inicialmente, predominaron ejércitos mercenarios, pero, al irse  fortaleciendo el sentido nacional de cada Estado, se empezaron a crear ejércitos permanentes y profesionales teniendo por soldados a su propio pueblo.

La desaparición de las monarquías absolutas durante los siglos XVIII, XIX y XX, en medio de complejos procesos sociales: la Revolución francesa, la independencia de Estados Unidos y de los países iberoamericanos, la Revolución rusa y el surgimiento de los regímenes fascistas, desplazaron la  legitimidad del poder del derecho divino de los reyes a la soberanía popular. El enfrentamiento entre regímenes tan diversos condujo a la Primera y Segunda Guerra Mundial. El triunfo de los Aliados, en ambas confrontaciones, determinó el fin del Imperio Alemán y del fascismo, pero a su vez produjo la Guerra Fría y la división del mundo en dos bloques liderados por Estados Unidos y la Unión Soviética. La caída del Muro de Berlín condujo al fortalecimiento de las democracias representativas y del principio de la subordinación de la Fuerza Armada al poder civil, teniendo como función específica la defensa de la soberanía y la integridad territorial. Sin embargo, no siempre ha sido así. Al ser vulnerada la democracia, el empleo de la institución armada es distorsionado al imponerse un nuevo régimen, sea este dictatorial o revolucionario

Me referiré someramente a tres ejemplos ocurridos en Venezuela, los cuales en mi criterio dejan claro el impacto que tiene el tipo de régimen político en la sociedad y en la institución armada. En los regímenes democráticos, las fuerzas armadas mantienen una relación de subordinación al poder civil, el cual a su vez respeta el ejercicio de sus mandos en el empleo operacional de la institución armada y en su funcionamiento interno.  Además, se constituyen en un discreto grupo de presión, que le permite asesorar al poder político en circunstancias particulares. Esta forma de actuar, en un sistema político cuyas características son: el pluralismo ideológico y la alternancia republicana, permite a la Fuerza Armada mantenerse al margen del debate partidista y ejercer cabalmente sus funciones al servicio del Estado, con alguna influencia en la toma de decisiones en el área de su competencia. Los cambios políticos no alteran su funcionamiento ni su capacidad operacional. Además, esa conducta le garantiza el prestigio, respeto y credibilidad de la sociedad a la cual sirve. Ese fue el modelo imperante durante los gobiernos democráticos entre 1958 y 1998.

En los regímenes dictatoriales, las fuerzas armadas profesionales ejercen el poder político directamente. Normalmente surgen, después de la ruptura del orden constitucional en respuesta a una inmanejable crisis política. Se inician como gobiernos colectivos y evolucionan hacia gobiernos unipersonales que finalizan en una nueva crisis política que compromete su estabilidad y se restituye, mediante un acuerdo político, el orden constitucional. En Venezuela, la única dictadura que ha existido en nuestro proceso histórico,  con el respaldo de una Fuerza Armada profesional, fue la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez. Surgió de un golpe de Estado que derrocó al presidente don Rómulo Gallegos el 24 de noviembre de 1948  Ese régimen se sustentó exclusivamente en la institución armada, a nombre de la cual se ejercía el poder. La dictadura finalizó en medio de una crisis de legitimidad que le hizo perder el respaldo de la mayoría de las Fuerzas Armadas Nacionales que la derrocaron con un importante apoyo popular. Ese ejercicio del poder tuvo un elevado costo para las Fuerzas Armadas, en términos de respeto, prestigio y credibilidad, en virtud de los desafueros de la camarilla gobernante.

En los regímenes revolucionarios, conducidos por alianzas entre unas fuerzas armadas profesionales y un partido político, el poder se ejerce a través de complejas negociaciones entre los dos factores que lo constituyen a fin de lograr el consenso necesario en la toma de decisiones. Es una alianza de por si inestable, con una marcada tendencia a la ruptura. El partido político se legítima al mostrar su fuerza popular. Las fuerzas armadas protegen su unidad interna impidiendo la penetración ideológica  de sus cuadros. Buenos ejemplos de este régimen político han sido los gobiernos de la Junta Revolucionaria de Gobierno (1945-1948), formado por la alianza entre Acción Democrática y la Unión Militar Patriótica; así como los gobiernos de Hugo Chávez y Nicolás Maduro surgidos después del triunfo en las elecciones presidenciales de 1998, pero con el beneplácito de los oficiales comprometidos en la asonada militar del 4 de Febrero de 1992. Peor aún, en el segundo caso el mando de la Fuerza Armada, lamentablemente, ha propiciado y permitido la penetración ideológica de sus cuadros, confundiéndola con el partido gobernante. El respaldo a este tipo de régimen tiene un elevado costo para las Fuerzas Armadas, las cuales, sin ejercer realmente el poder, son percibidas como  responsables de los errores cometidos por esos gobiernos.

Nota 

Lamento profundamente la muerte del general de división Ernesto Brandt Torrellas, excomandante general del Ejército. Admiro su honorable gesto al rechazar, por escrito, los honores militares fúnebres que le correspondían si al momento de su desaparición física, el Ejército no había recuperado su dignidad. Paz a su alma

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