El panorama político venezolano, sorprendentemente, anda tibio. No caliente, como muchos esperamos hace tiempo. Tibio, tirando a frío. Las «elecciones», último pataleo agónico de ese «cadáver insepulto» que es el régimen de Maduro con sus contados acólitos, no cuajan. No pueden cuajar porque no ofrecen una solución ante un país que sucumbe producto de la miseria y las carencias a las que nos arrastró despóticamente el socialismo del siglo XXI.

Pero tampoco podemos decir que hay un énfasis opositor en hacer que las elecciones terminen por no cuajar. Hay un dejar hacer, laxo; no una enfática y verdadera contra en el llamado a la abstención. Y algún cura que dice simplón que abstenerse no basta. Arrimando la brasa a la torta de la consulta que Guaidó se incorporó como alternativa de pugilato. Un tú haces que eliges y yo hago que consulto a ver quién gana. La ciudadanía observa como quien ve fastidiado una comiquita en la televisión porque en cuarentena nada más le queda por hacer para tapar sus bostezos y sus fatigas malolientes.

Falta la indispensable fiereza, la garra, la firmeza de quien sabe que posee las dotes para revolcar esto en favor de la democracia. Es obvio que las negociaciones respaldadas dentro y fuera no dan los frutos esperados. ¿Por qué? Porque, en medio del deterioro generalizado de la vida colectiva, la cúpula militar se contenta con ser dueña de migajas. Y con esa cúpula es con quienes se pretende buscar ir a la transición, persistentemente. En lugar de convencer a los militares descontentos, los arrollados por la cúpula, igual de miserabilizados que el resto de los venezolanos. Si tuviera la oposición endeble alguna fortaleza armada, otro gallo cantara y duro. Pero o no se ha querido (como creo) o no se ha logrado nada, porque nadie quiere hacer prevalecer a los enemigos por encima de todo. El agua se conserva así tibia, y turbia. No han querido, de ningún lado, ni el régimen ni los opositores que la vaina se caliente. Una postergación infame, una pérdida vital de tiempo, cansona. Obstinante. Sin una resolución vislumbrada en lo inmediato ni lo mediato. Prolongación de desgaste que termina por favorecer al régimen criminal.

¿Se calentará en enero cuando ese régimen criminal y tiránico pretenda arrollar con violencia lo que quede de sus exabruptos? Lo ignoramos. ¿Se tiene algún plan para contener debidamente los exabruptos venideros desde enero? Lo ignoramos y estamos casi seguros de que no. Juego trancado en la dejadez. En una abulia doliente. Hay una máxima popular muy usada en algunos juegos deportivos, con implicaciones sexuales que bien puede adaptarse a la política actual en Venezuela: «a quien no hace le hacen».

Este año, ante la cercanía del fin de la gestión de esta maravillosamente electa Asamblea Nacional de la que muchos esperábamos mucho, propuse que se cerrara filas en pro del cese de la usurpación, como originalmente estaba planteada, desde allí, desde el último resquicio democrático que nos queda aún en funciones. No hubo intención de apresurar nada. Tal vez en la idea de que el enfriamiento era más productivo. Aquí estamos, a la deriva en tibias aguas. En diciembre no cesará la usurpación. Cesará el tiempo previsto para la asamblea. Tendremos los fraudulentamente «electos» y unos diputados caducos, disminuidos, carentes de la fuerza de la legitimidad, como opositores. Como quede, será una seudoasamblea debilitada, de un lado y de otro. ¿Las fortalezas? No se labraron. Nunca será tarde para hacerlo. ¿Flojera? ¿Contentura con figuraciones de faranduleros? El debido llamamiento a salir de esto no se ha hecho, juntando todos los factores que lo desean hasta conseguir el fin. ¿Se hará en enero? ¿O se postergará más profundamente en el transcurso lento de 2021? Alguna certidumbre será necesario crear. Si no, de tibio entraremos de cabeza en el frío más terrorífico. Nadie puede desear eso. Manos a alguna obra definidora.


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