HRW denuncia "aparentes crímenes de guerra" bajo control ruso en Ucrania

Rusia y Ucrania pueden bien servirnos para visualizar a lo lejos lo que nos ocurre en Venezuela. Con el resguardo de algunas distancias no solo físicas. La invasión, el intento de secuestro de Putin a los ucranianos, asemeja al que Maduro y sus compinches han aplicado por largos años en nuestro país. A cuenta gotas nos han desangrado y han convertido en terreno cuasi deshabitado, destruido, el territorio. Han vulnerado familias, espacios e instituciones que se consideraban pilares invencibles. Para algunos la comparación lucirá exagerada pues en un breve tiempo Rusia busca apoderarse de Ucrania mientras los rojos en Venezuela, paso a paso, se la han apropiado con el mismo propósito, así sea sangriento y cruel, como es, de no soltarla.

El caso está en la aplicación de un problema físico: la fuerza. Que en términos políticos no se mide con fórmulas tan exactas. Pero se puede vislumbrar con algún acierto. En este momento el Putin venezolano está aun sólidamente fortalecido. Acorazado en una Miraflores que ha resultado hasta ahora inexpugnable. El cúmulo de fuerzas políticas no le ha hecho mella suficiente siquiera para recientemente buscar someramente hacer tambalear el poder concentrado por Nicolás Maduro y sus secuaces. Decir lo contario es mentirse, es caerse y caer a cobas innecesarias.

Ahora bien, esto no quiere decir que no se siga trabajando en esa búsqueda de acumulación de fuerzas para convertirlas en poderosas y mayores que las que concentra en frente el grupo de esa entelequia práctica que denominan el PSUV. El problema, aparte de la sumatoria de fuerza (s) consiste en identificarlo como verdadero enemigo, así, como ven los ucranianos a Rusia. Aquí no se trata de que son adversarios políticos, no, para nada. Son enemigos a vencer en una guerra. Hasta que eso no quede suficientemente claro, se seguirá jugando a un desgaste de aspiraciones democráticas inexistentes. Son enemigos. Enemigos que destruyen, que ya han dejado claro que no tienen escrúpulo alguno para matar, perseguir, hacer huir, exiliar, anular a la disidencia, cerrar emisoras, periódicos, bloquear otros medios o lo que sea, para conseguir su fin último que es permanentemente ganar espacios y tiempo, e imponerse hasta lograr quedarse por siempre en el manejo del poder.

Si eso no queda suficientemente esclarecido en la conciencia de todos, seguirá errático el camino para reconquistar el poder, la democracia y la libertad. No es un juego de intercambio alternativo, de separación de poderes, de elecciones libres. No lo es. Es el secuestro, ha sido la invasión no muy silenciosa de un país por parte de un conglomerado de delincuentes, aliados de lo peor de la humanidad. De allí la inmensa problemática que ha significado arrancarlos de su lugar para siempre. O, incluso, moverles la silla.

Algunos tienen el propósito acertadamente previsto. Otros construyen la idea de normalidad política, incluso democrática, para postergar hasta dentro de dos años una resolución que permita medir las intenciones. No se trata de que más de 80% de la población manifieste que desprecia a Maduro y lo insulte con la madre de por medio. Se trata de trabajar desde todas las instancias para lograr acabar con esta situación, bien sea que se trate de amas de casa, de estudiantes o profesores, profesionales o técnicos u obreros, militares, campesinos, indígenas, vagos y religiosos. El derecho humano supremo, el de rebelarse ante la tiranía y la opresión va más allá de la idea cíclica de rumiar en creencias democráticas que aquí no existen, porque, si no, no estaríamos tantos años en su busca. Así que no es solo tarea de los partidos políticos, aunque sea su principal tarea, de los que luchan de verdad en la acera de enfrente contra esto y no siendo esto haciéndose los otros. Es un país el que debe solidificar sus esfuerzos, su fuerza, hasta lograr sobrepasar la retenida por aquellos, por los sátrapas a los que hay que echar. Algunos han ido en busca de reconstruir esas fuerzas y se va a lograr, porque si no… Mejor no lo digo.

 


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