La noticia sobre la orden ejecutiva de Miraflores de solicitarle a la empresa Movistar intervenir 20% de sus líneas no solo es una desfachatez, una violación de la libertad individual y un ultraje a los derechos humanos, sino que es la confesión más abierta de espionaje masivo de la historia de América Latina.

En sí misma la decisión significa un delito más en contra de los derechos humanos de los venezolanos y una acción que nunca se había visto tan descaradamente como lo están haciendo desde el régimen venezolano.

Es verdad que los sistemas comunistas como el instaurado en la República Popular China o en Corea del Norte, así como en regímenes autoritarios como el ruso o el cubano este tipo de acciones son la regla; sin embargo, hasta ellos lo tratan de ocultar, no lo informan tan rampantes.

Las “escuchas” –como se le suelen llamar– a veces se estilan en momentos de alta conflictividad o zozobra nacional, como sucedió, en cierta medida, en los tiempos de la II Guerra Mundial o en medio de la Guerra Fría; así como en otros momentos de la vida de las potencias occidentales.

Sin embargo, lo que sucede en Venezuela es de otro nivel; hasta el mismísimo Richard Nixon se queda en pañales con la petición que realizase Nicolás Maduro; sin duda, estamos frente a la institucionalización del espionaje, de la infiltración, de la muerte plena de la libertad de cada ciudadano.

Es por esto que las autoridades españolas –puntualmente el Congreso– llamaron a comparecer a los voceros o representantes de Telefónica para que contesten a las interrogantes de los pinchazos de su filial en Venezuela.

Y es que el hecho de que Movistar haya cuadruplicado el número de líneas intervenidas es un exabrupto que no tiene parangón en la historia, y como Telefónica –empresa matriz– es española, los entes de aquel Estado democrático prendieron las alarmas e iniciaron las investigaciones.

Ahora, ¿a qué se debe esta medida? Bueno, al parecer la cosa no pinta bien en la usurpación, la paranoia crece en la medida que los números se van en picada. Ellos saben que no cuentan con el apoyo de la ciudadanía y sus temores ya se extienden en todas las direcciones.

Este miedo enfermizo se debe a que tienen mucho que perder, y no están preparados para dejar el poder. Pues ellos saben que los expedientes de sus delitos contra la humanidad y violaciones de los derechos humanos siguen su curso en la Corte Penal Internacional y esto los angustia mucho.

Existen muchas personas en el mundo siguiendo muy de cerca cada una de las acciones y omisiones de Maduro y de sus colaboradores, existen fiscales de la CPI pendientes de cualquier paso en falso, de cualquier desliz, de cualquier hecho que ayude a engordar más toda la lista de delitos que se han cometido en Venezuela por más de dos décadas.

Nada es aislado, lo que acaban de cometer Maduro y compañía se agrega como una página más en su expediente; es un argumento más para condenarlos en los tribunales internacionales; y esto, en el fondo, ellos lo saben y les preocupa, y aunque salgan con bravuconadas en la televisión en lo más profundo de su ser los domina el nerviosismo y la angustia.

Pues le repito, todo se une. Mientras los pinchazos telefónicos son investigados; mientras Maduro se atemoriza si alguien le menciona la Corte Penal Internacional, se ponen –aún más– temblorosos si les hablan de la entrega y confesión de Jhonnathan Marín –exalcalde de Guanta, estado Anzoátegui– a las autoridades estadounidenses.

Y peor aún se ponen cuando alguien recuerda que están a punto de ejecutar la extradición de Hugo “el Pollo” Carvajal para Estados Unidos; todo esto los encoleriza, los aterra y los saca de su casillas.

Por eso actúan como actúan, por eso espían, por eso intimidan, por eso dividen, porque en el fondo están muy, pero muy acobardados.

Y sin más que agregar, nos leemos la próxima semana.


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