Venezuela atraviesa el momento más difícil de su historia. Enfrentamos la peor crisis política, económica y social, y por si fuera poco, la peor pandemia que ha visto la humanidad en un siglo. Es evidente que el país no está nada bien y que el panorama no es fácil.

Esa es la realidad. No voy a entrar en consideraciones sobre las causas que nos trajeron hasta acá, o sobre los culpables, ni voy a describir detalladamente el caos que los venezolanos padecemos y conocemos. Lo que realmente importa en este momento es nuestra reacción frente a lo que vivimos.

Con este panorama es fácil caer presas del odio, de la desesperanza, del fracaso. Es fácil deprimirnos. Días atrás estaba hablando con mi hermano Josy Fernández, alcalde de Los Salias (San Antonio de los Altos) y me decía que en su municipio habían ocurrido 7 suicidios desde que empezó la cuarentena. No es nada fácil soportar todo esto. Hablando con amigos psiquiatras y psicólogos me dicen que los ataques de ansiedad, de pánico, de hipertensión se multiplican rápidamente. Los conflictos familiares, laborales e interpersonales en general se intensifican bajo esta dinámica. Todo esto es fácil que ocurra bajo las circunstancias que vivimos.

El camino difícil es sobreponerse a la adversidad. Es conservar el buen ánimo, el optimismo, es seguir luchando, es reinventarse en todos los ámbitos de nuestra vida para afrontar esta nueva realidad y superarla. El éxito o fracaso de alguien no está determinado por sus circunstancias, sino por su respuesta ante tales circunstancias. Debemos quebrar la dinámica dominante de la desesperanza y trabajar día a día por lo que creemos y lo que queremos.

La esperanza no es un concepto etéreo. No es aguardar al milagro. No es un término pasivo. Al contrario, la esperanza implica acción, movimiento para alcanzar el objetivo deseado. La esperanza activa es aquella que generamos con el hacer, y ese hacer nos da la confianza que alimenta nuestra esperanza para seguir con acciones superando los obstáculos hasta conseguir la meta. Este es el círculo de la esperanza activa y para entrar en él debemos tomar el camino difícil del que hemos hablado.

Hay que entender que las cosas no se van a resolver de la noche a la mañana. El que ofrezca esto, miente. La solución a la crisis que vivimos es un proceso, no un acontecimiento. Pero es un proceso que inicia en cada ciudadano que tome la decisión difícil. La respuesta del coraje, de la valentía, de la residencia para abrir el círculo virtuoso de la esperanza activa.

El país necesita hoy más que nunca ciudadanos que con sus acciones sean fuente de esperanza activa para sus familiares, amigos, vecinos o compañeros de trabajo. Ese trabajador que madruga para mantener la ciudad limpia, ese policía que lucha contra el hampa, ese médico que atiende a sus pacientes a pesar de la pandemia, esa maestra que prepara y da ahora sus clases online para que sus alumnos sigan aprendiendo.

En los momentos malos es cuando las familias más se unen para afrontar y superar la dificultad. De la misma forma en estos momentos el país debe unirse como una familia. Venezuela no está condenada a ser un país modelo de lo negativo como lo es hoy. No estamos llamados a seguir superando los récords de los peores países del mundo.

En la Alcaldía de El Hatillo trabajamos todos los días para ser agentes de esperanza activa. No somos una isla dentro del país, ni tenemos menos problemas, pero acá no respiramos en modo crisis, no se respira fracaso, ni complejos, ni odio. Acá lo que se respira es esperanza, es trabajo, es fuerza para sobreponernos a la peor crisis que ha vivido este país. ¡Seamos agentes de esperanza activa!


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